lunes, 22 de noviembre de 2010

Priístas convencidos

PorRafael LORET DE MOLAlunes, 22 de noviembre de 2010
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Se publicó en: Edición impresa En enero de este mismo año, Beatriz Paredes Rangel, a quien muchos reconocen méritos suficientes para incursionar en una candidatura presidencial si bien ella se resiste a divagar sobre el tema –la salud mermada y el ánimo no están para eso-, mantenía plena confianza en el destino triunfal de su partido, el PRI:
--Nos basta –aseveró- con no cometer errores.

Pese a ello, desde aquella hora precisa cuando se tenía plena convicción de ganar, cuando menos, diez gubernaturas de las doce en disputa arrollando en nueve entidades, las fallas se han repetido sin cesar. Una de ellas, acaso la más grave, consistió en privilegiar a los gobernadores permitiéndoles señalar a los candidatos a sucederlos con la condición de “asegurar” con ello, esto es en uso de la parafernalia gubernamental, los comicios y, por ende, los éxitos. El efecto de ello fueron las imposiciones que segregaron, en algunos casos de manera escandalosa –Sinaloa, Durango, Puebla-, a los priístas mejor posicionados; y dos de éstos –Mario López Valdés, José Rosas Aispuro- acabaron por presentarse como aspirantes “aliancistas” encabezando la extraña amalgama del PAN y el PRD. Saldos ominosos.

Por desgracia, los vicios se copian, no las virtudes. En Jalisco hace tiempo que se habla de un “PRI azul” para explicar la mutación de los viejos opositores panistas listos a integrar una nueva clase política como una versión, corregida y aumentada, del otrora partido de Estado. Allí, los gobernadores de esta extracción –ya van tres-, proceden con sus correligionarios en la misma línea de los viejos lobos priístas sobre las aguas procelosas del presidencialismo autoritario. Cada uno ha sido el eje de las decisiones partidistas –lo mismo que sucede en el feudo federal desde la arribazón de los Fox-, y operan discrecionalmente en función de lealtades y consignas. Lo mismo que antes pero más descarado.

Cuando, hace diez días, llegué a La Paz el primer referente a la situación de la entidad, bajo el dominio del PRD desde hace dos sexenios –primero con Leonel Cota Montaño y ahora con Narciso Agundez Montaño-, fue la de un calificativo similar al utilizado en Jalisco: aquí le nombran el “PRI amarillo” porque tal es el color del perredismo que, como otrora sucedía bajo la hegemonía del partido “casi” único, tomó para sí los antiguos vicios operativos y hoy procede con idéntica discrecionalidad, esto es sin más consensos que los derivados de la casa de gobierno.

Y como hizo el PRI en 2010, privilegiando a los mandatarios estatales para tratar de imponer a sus sucesores, el perredista Agundez, sin miramientos, decidió, por sus fueros, que su incondicional Luis Armando Díaz fuese el abanderado para el reemplazo inevitable. Sólo él, sin apoyo de la militancia, en un operativo cerrado que exaltó a la consigna sobre cualquier posibilidad de análisis serio. Fue tan burda la maniobra y tan agreste la metodología que, como era de esperarse, dio paso a la escisión y al posterior enfrentamiento.

Así, el perredista “mejor posicionado”, Marcos Covarrubias, y el ex gobernador Cota Montaño, ex dirigente nacional del PRD además, optaron por el cisma en confrontación abierta con Agundez y su grupo, empeñados en asegurar la continuidad del grupo afín incluso contra las corrientes partidistas de mayor peso. Ahora, Covarrubias, sin posibilidad de alimentar la idea de una alianza porque el PRD es dominio gubernamental, aparece como candidato del PAN a la gubernatura y Cota, el ex mandatario, concursa para intentar arrebatarle a su antiguo instituto la alcaldía de La Paz mediando los oficios de Convergencia. ¡Qué dispendio de capital político!

¿Y el PRI? No tiene, al parecer, remedio. No, en Baja California Sur, perdida para su causa desde 1999, en donde la opción encontrada, el imberbe Roberto Barroso Agramont, no tiene presencia, ni raigambre, ni carisma para intentar una remontada histórica. Más bien parece una especie de invitado de piedra para cubrir el expediente sin la menor posibilidad de acaparar atenciones. ¿No tenía acaso cartas ganadoras? Pues, sí... pero la dirigencia nacionales quedó con ellas en la mano. ¿Más errores contra la determinación de no cometerlos?

Era obvio que el priísmo pudo nutrirse de la escisión perredista y llamar a filas a Covarrubias, antiguo militante del Institucional. No lo hizo porque, hasta el momento, mantiene cerrada la puerta a cuantos dejaron atrás el partido y pretenden después reincorporarse. El alegato fútil es en el sentido de que los cuadros siempre están vivificándose –un acento ciertamente demagógico-, y no se requieren de aquellos que optan por otros caminos al sentirse relegados y en contraposición a la habitual disciplina cercenadora de iniciativas personales.

Por ello, el PRI marcha a la zaga cuando pudo asegurar el retorno al gobierno de una entidad con pocos electores –basta con cincuenta y cinco mil sufragios para arribar a la victoria-, pero de enorme significado por cuanto a la tendencia dominante actual y la perspectiva global que se plantea para el 2011 en el preámbulo de la sucesión presidencial.


Debate


Por supuesto, en las filas del PAN sudcaliforniano, siempre relegado a la tercera posición, hay bastante más que un simple encono. Al entregarse la batuta al ex perredista Covarrubias, la corriente local, en pro del senador Luis Alberto Coppola Joffroy, se diluyó aun cuando, más bien, recobrara forma de río rebelde rebosante de arrecifes. No fue un acuerdo bien recibido pese a las indiscutibles posibilidades de éxito del abanderado sucedáneo quien, en apariencia, tiene los votos aun cuando falta resolver si los conservará por fuera del andamiaje oficial, cernido al PRD. A la vieja usanza priísta, insisto, sin apenas diferencias.

Por cierto a Coppola lo persigue y sitia el gobernaor Agundez. El hotel propiedad de su familia en el malecón paseño, cerrado desde hace dos años por conflictos laborales políticamente prefabricados, luce una manta monumental con leyendas infamantes contra el personaje acusado de explotar a sus trabajadores y no pagarles de acuerdo a las liquidaciones de ley. Como si se tratara de un foco rojo encendido para determinar territorios y aplastar oposiciones sin la menor vocación democrática.

Lo dicho: el PRI azul y el PRI amarillo, con emblemas equidistantes en apariencia –ya hemos visto que con igual facilidad de unen y enfrentan de acuerdo a como soplen los vientos-, exaltan no los valores de una nueva cultura política sino los vicios acendrados del sistema político mexicano que no parece destinado a renovarse, en serio, salvo en lo tocante al maquillaje. En el fondo, y las fraguas recientes lo corroboran, cada facción partidista confluye hacia los mismos escenarios turbulentos porque, sencillamente, apuesta por el sectarismo obcecado y no por el concurso libre, democrático. Todo lo demás es consecuencia lamentable.

Por lo demás las rutas se cierran porque las dirigencias no se cansan de cometer errores, creyéndose infalibles y por ende invulnerables. El PRI, por ejemplo, ni siquiera asimila la dura lección del 2010 cuando recuperaron tres entidades –Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas- a cambio de perder otras de mayor peso en el padrón –Oaxaca, Puebla y Sinaloa-, con severos conflictos en otras más –Durango, sobre todo, Hidalgo y Veracruz-, y reemplazo forzado en Tamaulipas al calor de las vendettas entre mafias inescrutables. Las fallas de cálculo colocaron en la picota lo que parecía ser miel sobre hojuelas. Para fortuna del priísmo, el PAN y el PRD se empeñan en equivocare más... imitándolo en todo lo negativo.

Así y todo, el PAN, casi sin presencia entre los sudcalifornianos, puede llevarse el gato al agua en esta entidad peninsular con todo el simbolismo que ello podría entrañar.

El Reto


Al principio de este año, insisto, entre los priístas de cepa afloraba el triunfalismo, incluso ramplón. No parecía haber nada que interrumpiera el vuelo triunfal de Peña sobre la gaviota de las alas televisivas. Ahora, en vísperas del matrimonio religioso del político “mejor posicionado” en el ámbito nacional, coronado como el rey de los medios, las condiciones parecen haber cambiado y los momios también: se dice bien que el PAN, como en 2006, podría remontar, campañas negras en cierne con el diseño de los empeñosos y muy caros operadores hispanos, y que quienes auguraron la muerte y desaparición de López Obrador se equivocaron en toda las líneas.

Si bien, hasta este final de año, el PRI mantiene la mejor posición, la diferencia estriba en que no se le considera invencible de cara al 2012 por cuanto a la ausencia de liderazgos en las otras opciones. Fabricar oficiosamente a una figura fue, durante varios lustros, fórmula priísta; pero en los escenarios vigentes, también el PAN, el PRD y los radicales de izquierda tienen capacidad para armar entramados similares apenas si sopla el viento.

Todo se basa en la capacidad de cooptar. Por ejemplo, ¿quién apuesta por una candidatura de Lydia Cacho, recientemente recibida por los príncipes de Asturias en un ensayo ad hoc para la nueva aristocracia mexicana y contra los demonios del edén, en calidad de fenómeno en la defensa de los derechos de las mujeres y otros géneros? La fuerza mediática da para eso y mucho más en el complejo México gobernado por las televisoras y las casas de encuestas.

La Anécdota


“Vemos que entre nosotros goza de más prerrogativas el extranjero que el nacional”, sentenció el apóstol Madero en su ensayo contra la dictadura porfiriana, “La Sucesión Presidencial en 1910”.

Cien años después, la reconquista hispana es un hecho y se siguen preservando los intereses del exterior sobre los mexicanos. Un ejemplo: hace una semana, tras el estallido del subsuelo en el bar del hotel Princess de Cancún, varios reporteros fueron agredidos por personal de la empresa cuyos argumentos no han sido del todo registrados:

--¡Este es un hotel para turismo extranjero! –gritaron, sobre los cadáveres de cinco canadienses víctimas del suceso-. ¡Y ustedes tienen pintas de mexicanos! Así que no pueden pasar.

¿Y aquello de que las playas son patrimonio de los mexicanos y no se encuentran a disponibilidad de consorcios particulares ni herederos privilegiados, como los Azcárraga, dueños de grandes heredades en la llamada Riviera Maya? Leamos a Madero como si oteáramos al presente.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

miércoles, 17 de noviembre de 2010

AUTOCRITÍCA.

PorRedacción / EL MEXICANOmiércoles, 17 de noviembre de 2010
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Se publicó en: Edición impresa El recurso de mayor efectividad de sendos regímenes de derecha, desde el 2000, es, sin lugar a dudas, la demagogia. El uso de ésta, sobre todo cuando la ausencia de controles tiende hacia la inoperancia del gobierno y la consiguiente parálisis –recuérdese el diferendo de Fox con el Legislativo y la posterior ausencia de iniciativas-, posibilita a los usufructuarios del poder justificarse sin dar siquiera resultados de sus gestiones, esto es como si no hacer nada fuera una notable virtud.
Hace dos semanas, como muestra, Felipe Calderón reconoció que de no sanearse los infectados cuadros policíacos –se cuidó de no hacer mención de los castrenses-, sería imposible abatirse a los grandes “cárteles” y demás bandas criminales que asfixian al país. Dicho tal, en condición de autocrítica, podría parecer correcto si no fuera un mero pretexto para encarar a un auditorio, evadiéndose de la cuestión de fondo: ¿por qué, a lo largo de cuatro años, el titular del Ejecutivo no fue consciente de lo que ahora demanda como imperativo, pero sin comprometerse a algo en concreto?

Habla Calderón, entonces, como si recuperara su antigua posición de dirigente opositor, esto es sin conciencia alguna sobre las funciones y facultades que devienen de su investidura, misma que alcanzó con los vericuetos y desaseos harto conocidos. Lo mismo sucedió con su antecesor, el parlanchín de San Cristóbal –ahora bastante tranquilito luego de los recordatorios presidenciales sobre la evidente negligencia de su quehacer respecto a las mafias y sus crecidas-, quien apenas ocupó el Palacio Nacional se dio en reconocer virtudes y avances que como candidato negó a su antecesor, el priísta simulador Ernesto Zedillo, blindado por la derecha como histórico entregador del poder.

Lo anterior revela que Fox y Calderón desconocían, en buena medida, los deberes del mal llamado “jefe de las instituciones nacionales”, postulándose para un cargo que, en esencia, rebasaba sus reales capacidades. Tal constituye, sin duda, una de las más serias ramificaciones de la aviesa corrupción que tanto señalaron, desde la disidencia, hasta tomarle el gusto al poder y sus consecuencias. Posicionados de la Presidencia, uno y otro han opado por conducirse bajo una regla inescrutable: garantizar, a como de lugar, esto es moral o amoralmente, la continuidad –el continuismo- de su causa y de su grupo. Es decir, la misma obsesión del priísmo hegemónico. Por ello, claro, no fluye la democracia porque se ha encontrado con el valladar de su antítesis, la demagogia.

En la misma línea, más recientemente, en Mérida, el mandatario en funciones se dio a la tarea de loarse a sí mismo por cuanto asegura haber sido respetuoso de la libertad de expresión. En su alegato, de nueva cuenta subrayó que bajo su manto protector ningún periodista había sido reprimido por sus ideas y que, en estos tiempos, cuestionar al presidente es cotidiano. Vamos, como si, desde el otro lado de la mesa, debiéramos aplaudir y agradecer, todos y no sólo los periodistas, por los aires de libertad que respiramos... cuando, en este mismo periodo sexenal, el número de colegas asesinados así como los frecuentes atentados contra los medios –incluso aquellos en maridaje con el poder público-, se han incrementado notoriamente.

Claro, muy a la vista se tiene a quienes señalar como culpables: los criminales, esto es los narcotraficantes específicamente, que han deformado las interrelaciones sociales, arrebatándoles las garantías primigenias a la ciudadanía, mientras el gobierno, limpio y puro según sus panegíricos, no cesa en sus empeños de combatir a los perversos. ¿Acaso no nos han exhibido los cadáveres de Arturo Beltrán, Nacho Coronel y Tono Tormentas, como pruebas irrefutables de la bondad oficial?

El discurso gubernamental no pasa de estos referentes que no son suficientes para transformar la realidad, tan distante del optimismo ramplón. Y eso lo puntualizan las organizaciones no gubernamentales de Honduras que exigen al señor Calderón resultados efectivos, ya no palabras empalagosas, sobre la injustificada represión contra los emigrantes centroamericanos. ¿Puede tenerse autoridad moral para exigir mejor trato a favor de los “indocumentados” mexicanos en los Estados Unidos cuando en México los “ilegales” del sur son tratados como carnadas y peor que animales? Esta ha sido, desde hace varios lustros, una de las paradojas que debilitan y anulan las reiterativas denuncias de nuestro gobierno ante el gigante norteamericano.

Es en este punto en donde percibimos no sólo la ausencia de coherencia en el quehacer oficial sino igualmente la exaltación de las complicidades que inhiben y desvían las falsas buenas intenciones y las conducen hacia el limbo político, allí donde purgan eternidad las sociedades incapaces de sacudirse a los falsarios, los demagogos y los ladinos; es decir, a la clase política a la que basta con manipular para extender dominios.


Debate

No falta quien nos salga al paso, en papel de beata de largo escapulario, pretendiendo fustigarnos:

--Si usted critica es porque hay un presidente respetuoso de la libre expresión. Acuérdese de otros tiempos...

La repetitiva perorata parece fácil y puede penetrar el tejido superficial de cuantos, en ausencia de información cotejada, se dejan llevar por la recurrente publicidad oficial. Esto es, lo mismo que la fanaticada futbolera, rehén de los lineamientos comerciales de las grandes televisoras que impulsan la creencia del “ahora sí” sin el menor sustento, salvo el de la suerte reñida con la capacidad.

Peor todavía es la monserga, difundida cada que llegan los procesos electorales –este año, con motivo de la renovación de doce gubernaturas distribuidas entre el PRI y las alianzas turbias-, respecto a los saldos negativos del pasado cuando, en sentido estricto, una década transcurrida desde la asunción del PAN a la Presidencia es suficiente para señalar al pretérito azul. Pese a ello, hay renglones repletos de sofismas como los referidos a los asesinatos de periodistas –con los casos de Manuel Buendía y Carlos Loret de Mola Mediz, como puntas de lanzas-, para exaltar que, en todo caso, estábamos bastante peor antes.

Cada que leo el mencionado pasquín cibernético no puedo sino rechazarlo por falaz. Porque implica, entre líneas, que en la actualidad no se reprime, cuando es lo contrario, ni se intenta amordazar la crítica, pero se le aísla a golpes de complicidades entre el gobierno y los corporativos, sobre todo con capitales españoles y estadounidenses, que aplican la censura discrecionalmente para honrar sus acuerdos soterrados. Y como si fueran pocas las agresiones contra reporteros –pregunten por Durango o Tamaulipas-, medios independientes y hasta cadenas nacionales a las que se pretende ablandar... por si acaso.

Los rufianes siguen en sus sitios y, peor aún, se extienden como la lepra. Son públicas y notorias las prácticas ilegales de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública y uno de los brazos fuertes del calderonismo, capaz de fabricar expedientes y asegurar persecuciones si las consignas para ello le son dictadas. Las vendettas políticas, videoescándalos de por medio, constituyen una de las armas de mayor calibre para parapetar a los órganos de poder contra los “chantajes” de cuantos se sienten con derecho a cobrar ciertas facturas de índole proselitista. En el 2006 se llenaron con ellas muchos anaqueles.

La libertad, entonces, pende del hilo de las consignas y no deviene del supuesto respeto de Calderón a quienes ejercen la crítica. Ya va siendo hora de desnudar las intenciones.


El Reto

En nuestra obra “Destapes” –Océano, 2004-, puntualizamos cuál fue el origen de los célebres vídeos que intentaron modificar la carrera por la sucesión presidencial en 2006: un entuerto entre las entonces damas más poderosas de México, Martita de Fox, Rosario Robles Berlanga y, desde luego, Elba Esther Gordillo. Todas unidas contra López Obrador por distintos motivos.

En la actualidad, las fraguas se realizan a través de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. El ex titular de la misma, Luis Téllez Cruces, no cesa de señalar que quien fue su subsecretaria, Purificación Carpintey-ro, fue la responsable de filtrar sus agudas conversaciones políticas al amparo de una mano negra. Y, ahora, el reciente escándalo del IMSS, con intenciones de descabezar a la institución, tiene visos de provenir del mismo círculo, entrañable, del “calderonismo químicamente puro”.

Para nadie es un secreto que Juan Molinar Horcasitas, titular de Comunicaciones, señalado por sus frecuentes escándalos –desde el crimen de la guardería de Hermosillo, derivado de decisiones cuando él fungía como director del IMSS, hasta la liquidación tramposa de Mexicana de Aviación-, goza de algo más que el aval superior. Y como el ingeniero Daniel Karam, titular del IMSS, pretendió desmarcarse, contra la pretensión de Molinar de ir juntos en el diferendo sobre las secuelas atroces de la guardería, contra él enfilaron las baterías y los nuevos videoescándalos. Abundaremos.

De este nivel es el gobierno que nos rige.


La Anécdota

Cuando se habla del pasado, por desgracia nada confortante, se considera que, en cualquier caso, las cosas no son peores en el presente. Tengo, como ya lo he expresado, serias dudas al respecto.

Hace unos días, ante un auditorio de jóvenes universitarios, pregunté una vez más:

--Para ustedes, ¿qué es más grave?¿El mal gobierno, con toda su carga de corruptelas, o la ausencia de gobierno que nos conduce a la anarquía?

Sin pretender defender lo indefendible de los regímenes precedentes, aclaro, no me sorprendió la reacción: la inmensa mayoría consideró que los vacíos son mucho peores. Lo sentimos, además, en carne propia.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

martes, 16 de noviembre de 2010

SUCESIÓN FAMILIAR

PorRafael LORET DE MOLAmartes, 16 de noviembre de 2010
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Se publicó en: Edición impresa *Sucesión familiar
*La toma del poder

*Me llaman “Chapo”



Las reglas no escritas para el ejercicio de la Presidencia basaban la cronología de los sexenios en una segmentación matemática: los dos primeros años servían para la consolidación del mandato, los dos siguientes eran los adecuados para el uso del poder a fondo y los dos últimos, en la declinación inevitable, favorecían los términos de la inevitable transición.

Sólo por excepción variaba la perspectiva anotada. Por ejemplo, el cuestionado Carlos Salinas debió exhibir quien mandaba, en razón de su propia supervivencia, apenas unos meses después de su asunción presidencial cuando ordenó desmantelar el cacicazgo petrolero, confinando a Joaquín Hernández Galicia; y en el otro extremo, Vicente Fox, arropado por un excepcional aval popular tras la caída del muro priísta, no aprovechó el empuje inicial y terminó por ejercer la Presidencia, en serio, hacia el final, esto es cuando percibió que la izquierda podría arrebatarle cada una de las supuestas “conquistas” de la derecha.

En tesitura semejante se sitúa Felipe Calderón. A cuatro años de su arribo a la Primera Magistratura, a trompicones y en medio de un corral de comedias –literalmente, con las curules de San Lázaro convertidas en parapetos-, se observa en él la ansiedad por intentar asumir, de verdad, sus responsabilidades, esto es con toda la fuerza la parafernalia presidencial, adormecida desde el arranque de su gestión por efecto de su propia vulnerabilidad política, moral y personal. Inseguro, en los primeros meses de su administración, con medio México llamándole usurpador, optó por privilegiar la agenda militar para blindarse detrás de ella y enfrentar así la emergencia nacional, en buena parte heredada por la negligencia del régimen predecesor si bien desbordada ante los evidentes vacíos de un gobierno en jaque.

En términos más coloquiales se asume que, por fin y contra la marea de la historia, Calderón ha decidido colocarse la banda tricolor y proceder como mandatario a plenitud. Lo hace cuando el derrotero le obliga a asumir el liderazgo de su partido, el desvencijado PAN cuya cúpula se le resiste pese a todo, para dirigir y, en todo caso, resolver, la puja ya iniciada por la Presidencia. Aun cuando no ha dejado moverse a sus anchas a los posibles postulantes integrados a su gabinete, es evidente que los protege convencido de que, a la vieja usanza, será él quien defina la candidatura panista... y acaso igualmente el derrotero electoral.

Tal actitud renueva su propio ánimo. Hasta hace unos meses, maltrecho y temeroso, Calderón parecía víctima del síndrome “Zedillo” por el cual se favorece la alternancia como única opción para cubrirse las propias espaldas, de acuerdo a la doctrina zigzagueante del ex mandatario simulador. Esto es: era notoria su inclinación por Enrique Peña Nieto aun cuando alentara a los correligionarios de su partido a encontrar y reafirmar un liderazgo con vista hacia el futuro, si bien maniatando a los aspirantes de mayor peso, Ernesto Cordero y Alonso Lujambio sobre todo.

Las condiciones cambiaron en cuanto sopesó los riesgos de los desencuentros frecuentes con un PRI que adelantó demasiado sus gritos de victoria y tropezó, en 2010, con las piedras de la soberbia exaltada por los cacicazgos regionales. Al no ser invulnerable, el otrora partido invencible pareció concentrar una especie de urticaria que conminó a los resentidos, por distintas causas, a convertirse en aliancistas convenencieros con posibilidades de crecer sin tener que pagar facturas a las dirigencias priístas. El intercambio de chantajes, además, alertó sobre la dualidad de los personajes, específicamente la del mexiquense Peña, y puso a Calderón en la baza de la reflexión inevitable.

Por ello ahora, el mandatario en funciones está en la creencia de que su única posibilidad de salvamento está en un correligionario, llevado de la mano por él, capaz de controlar, y suavizar en su caso, a los intrigantes de su propio partido dispuestos a hacer causa común contra él, desde el ex presidente Fox hasta Manuel Espino Barrientos, ex presidente nacional panista, pasando por el secuestrado Diego Fernández de Cevallos.

Además, se sabe dueño de las circunstancias y comienza a tomarle gusto al poder. Así lo refleja en su semblante, muy distinto al del dolido funcionario acorralado tras la muerte de Juan Camilo Mouriño, con todo y que la emergencia no ha cesado ni mucho menos. No muestra, siquiera, pesadumbre alguna por el caso Fernández de Cevallos y las ejecuciones cotidianas por todo el país; más bien festina que siguen sumándose cadáveres de “narcos” célebres, Arturo Beltrán Leyva, Ignacio Coronel Villarreal y Ezequiel Cárdenas Guillén, “Tony Tormenta”, además de aprehensiones significativas –la de la “Barbie” y la del “socio” de Joaquín “El Chapo” Guzmán, conocido como “La Puerca”-.

Cualquiera cree, con tales argumentos, que comienza a revertirse la guerra contra el narco y Calderón es de quienes quieren pensarlo así... aun cuando sólo se observen unos cuantos árboles dentro de un bosque incendiado.

Lo dicho: tardíamente, sin duda, Calderón se encontró en el guardarropa con la banda tricolor.


Debate


El riesgo de ejercer el poder a plenitud es perder la perspectiva, o el piso, considerándose inmune. Más si ello ocurre en la fase final de un periodo improrrogable, que limita per se los rasgos más acendrados del autoritarismo. En México, bien sabemos, las bifurcaciones del presidencialismo han sido variopintas y han cubierto todos los posibles escenarios.

Durante la administración anterior, los Fox, confiando en que poseían capital político suficiente para seguir en el disfrute del poder con el menor agobio posible, comenzaron a construir la posibilidad de un relevo matriarcal al estilo, muy avezado, de Argentina. El deslumbramiento de “Santa Evita” –remito a los lectores a la magnífica novela de Tomás Eloy Martínez-, la experiencia de Isabelita y las ambiciones de Cristinita, anidaron en el espíritu de la inquieta zamorana, Martita, quien logró matrimoniarse pese a la resistencia religiosa del consorte. En el fondo, es posible que Vicente sólo se percatara de la escalada de su mujer cuando la crítica –recuérdese “Marta”, Océano, 2003-, le puso en predicamento. Y fue entonces cuando decidió controlar a su mujer, machista al fin aunque de escaso carácter, y las expectativas se diluyeron... para bien de todos.

El antecedente explica, per se, la extraordinaria cobertura que ahora se dispensa, también tras cuatro años deambulando entre Los Pinos y su residencia particular, a la señora Margarita Zavala Gómez del Campo, “primera dama” y ex legisladora, cuyas actividades sociales y políticas han sufrido un incremento inusual. Así, quien fue señalada como el mayor capital político de Calderón, precisamente por su discreción –este columnista así lo puntualizó-, contrastante con la hiperdinámica Martita de la última película de horror en la cartelera presidencial, ha comenzado su propia, exultante, escalada hacia el otro lado del lecho en la residencia oficial.

Ya hemos hablado de que en febrero de 2009 se le preparó un escenario para mostrarse de cara a un auditorio ruidoso y en apariencia incontrolable, el de la Plaza México; fue entonces igualmente cuando algunos precipitados cayeron en el garlito de elogiar con desmesura a la dama e incluso la presentaron como una opción a futuro sin que el señalamiento prosperara.

Lo que acaso sí ocurrió entonces fue un sacudimiento en el interior de la poderosa señora, bajo la idea de merecer no sólo un mejor trato sino un horizonte más abierto. Y así hasta colocarse, según encuestas recientes, en el segundo sitio entre los políticos mejor posicionados del país. Una carta marcada.

Hoy, la prudente Margarita no cesa de discursar, ni de proponer ni de mostrarse con el rostro relajado, amable, de quien se siente receptora de las candilejas.


El Reto


Hace unos días, en un evento con una asociación de “drogadictos anónimos”, Margarita Zavala –así se le nombra, sin requerir del apellido del consorte, con el mismo estilo de los Kirchner-, produjo un estentóreo reproche contra los mexicanos:

--“El esfuerzo del presidente Felipe Calderón por combatir el crimen organizado sirve de poco si la sociedad no actúa...”

En pocas y resumidas cuentas, el héroe es su marido y los villanos los demás. ¡Ah, el virus maligno del presidencialismo ha vuelto a hacer de las suyas! Porque no hay duda de que esta postura tiende a halagar a su pareja, tras algunos desencuentros, en plena reconstrucción no sólo del matrimonio sino, sobre todo, de la ruta hacia el futuro... con la transición del 2012 incluida. Porque, sin duda, será el “nuevo” Felipe, ya con banda sobre el pecho, quien resuelva el devenir contra cuantos apostaron a la contra.

De hecho, así han actuado siempre los Calderón. A contracorriente, digo. Con este vaivén, Felipe enfrentó al presidente Fox, ganó la candidatura del PAN, logró que confiaran en él los poderes fácticos y se situó en el Palacio Nacional. No es poca cosa.

Sólo falta registrar, claro, las reacciones al interior del PAN, en donde son más quienes se resisten, y entre la sociedad, culpable, por lo visto, por no exaltar al “presidente Calderón” como el icono mayor... de Margarita.


La Anécdota


Ocurrió en Coahuila en donde José Luis Flores, conocido político y ex dirigente local del PRI, es conocido con el sobrenombre de “El Chapo” desde su juventud. Una tarde cualquiera sonó el teléfono en su residencia y su esposa contestó:

--Señora, dígale a su marido que se ponga. Tenemos un mensaje para él de vida o muerte –sonó la voz del extorsionador-.

La dama, un tanto agitada, llamó a gritos a su consorte:

--¡Chapo, Chapo... ahí te llaman!

Al oír el sobrenombre, el sujeto del tono amenazador, cambió totalmente a través de la línea:

--Por favor, señora, no le diga nada. ¡Qué pena! Es un error. No queremos molestar al señor ni mucho menos. Perdone la molestia. Adiós.

Y colgó. Todavía preguntan algunos despistados por qué “El Chapo” Guzmán aparece como uno de los dos mexicanos más poderosos. El otro, claro, es Carlos Slim. Calderón ni figura aunque ostente, al fin, la banda. Veremos.

E-mail: rafloret@hotmail.com

miércoles, 10 de noviembre de 2010

NO ES BUENO EL RADICALISMO

Se publicó en: Edición impresa Sostengo que el radicalismo, en cualquiera de los renglones de la existencia, reduce los espacios para la convivencia civilizada, trampea a la democracia y somete incluso a la libertad de conciencia a ciertos cartabones reñidos con la inteligencia que se desenvuelve a través del raciocinio. Nada peor, en estos tiempos cuando urge tanto la puesta de acuerdo sobre valores fundamentales, que encasillar el debate al sometimiento previo de la voluntad de la contraparte y a la impertinencia de no rectificar jamás aun cuando los argumentos hayan sido superados.
El debate político se paralizó en 2006. La crispación a la que dio lugar la absurda “campaña negra”, si bien exitosa porque logró manipular conciencias y modificar escenarios, situó a los mexicanos ante una alternativa facciosa, reducida por ende, en la que únicamente cuentan y deben ser ponderadas las opiniones afines al tiempo de descalificar, de manera por demás visceral, cuantas devengan de los contrarios. Con ello, claro, ni siquiera ha lugar a un ejercicio dialéctico sano porque, sencillamente, se considera que la única razón es la propia y ésta no puede variar por presiones ajenas. Se alivia así, con increíble fariseísmo, el tormento de las dudas cerrando la mente a cualquier expresión divergente. Y de esta manera se anula, por desgracia, la ruta hacia el entendimiento.

Nuestra historia es pródiga en enfrentamientos radicales. De hecho, toda ella está cernida a los tremendos desencuentros entre liberales y conservadores que confluyeron hacia los episodios bélicos más sangrientos y también proveyeron de traiciones y hasta de invasiones tortuosas –con el enajenado de Miramar a la cabeza-, comprometiendo a la patria misma con tal de no ceder ante el bando adversario vencedor. Y de allí, todo lo demás hasta llegar al presente convulso en el que ni siquiera la emergencia evidente puede sacudir a las facciones para intentar dar cohesión a las acciones de gobierno salvando cuanto se pueda de la integridad y seguridad nacionales.

¿Cómo podemos avanzar si ni siquiera al interior de los partidos políticos es factible alcanzar acuerdos? Curioso: mientras perviven los autoritarismos, reflejados en la discrecionalidad de las decisiones en la cúpula del poder, el agotamiento –no acotamiento- de la figura presidencial ha prohijado la indisciplina que acaso se inspira en la pulverización sectaria del ámbito político. En otras épocas se confluía hacia los acuerdos bajo la égida de una voluntad central, sin consensos; hoy, las divergencias son exaltadas por la soberbia de oportunistas y arribistas con talentos suficientes para dividir, jamás para unir. Los extremos se tocan: en cualquier caso, el agobio por la impotencia del colectivo nos limita.

Resulta imposible razonar con quien no está dispuesto a hacerlo y sólo admite el diálogo si, de antemano, se cede ante él; y ello porque observa la rectificación como una claudicación que le infama. Los sofismas para justificar esta conducta, cada vez más extendida por efecto de la crispación política y el clamor de ciertas minorías que antes permanecían marginadas, son variopintas pero aterrizan en un mismo punto: la egolatría que reduce los intercambios de opinión al pronunciamiento sistemático de adulaciones. Por desgracia, nuestro sistema político encalló en el arrecife presidencialista, numen de mesianismos sin cuento, y lo devastó.

No salimos de este punto. Al contrario, la experiencia de 2006, cuando lo faccioso se impuso hasta en los debates precariamente armados, estimuló a cuantos, en actitud incondicional respecto a uno de los bandos, no sólo desdeñaron sino incordiaron también a quienes no pensaban igual. Por desgracia, desde cada uno de los grupos en pugna las descalificaciones se acentuaron con la misma pauta.

Las consecuencias de ello son hoy referentes obligados por cuanto a la exacerbación de los infundios y el desdén manifiesto a los criterios distintos, vistos como perversos por sus supuestos pecados de origen, esto es, como se expresa a cada rato, al servicio de intereses ajenos a los del país... como si México fuera reductible a una sola de las pandillas institucionales, sea el PAN, el PRD o el PRI el núcleo duro.

Preocupa, en el horizonte actual, la pulverización sectaria. Sobre todo porque fluyen las intolerancias a la menor provocación y con ellas los argumentos de fondo se diluyen en un mar de prejuicios, lugares comunes, valores entendidos y cuanto suele ser recurso para evadir contenidos y discusiones. Lo mismo si se trata de forcejeos partidistas que de exaltaciones gremiales o movimientos en pro de comunidades otrora reprimidas y ahora estimuladas, protegidas y hasta blindadas en una profunda distorsión de la democracia.

Me resulta terrible que, en contra de la libertad de conciencia –y la de expresión que deriva de ésta hasta ser fundamental-, no falten quienes, al opinar distinto, pretendan marginar a cuantos difieran, al igual como lo hizo, en la pérdida década de los ochentas, aquel genízaro Ramón Mota cuando expresó contra la ciudadanía defeña inconforme:

-Si no les gusta... ¡váyanse a otra parte!

En la cúspide de la intransigencia podrían encontrarse los xenófobos, racistas, incondicionales de tal o cual partido, rencorosos frustrados, envidiosos de la gloria ajena, animalistas que colocan a los irracionales por encima y toda suerte de egoístas incapaces de conceder a los demás resquicio alguno.


Debate


Una cosa es que no se nieguen derechos a cuantos integran la comunidad lésbico-gay, en donde no es difícil encontrar a personajes valiosos y cultos entre otros superficiales, muchos, con sed de desquite social, y otra, muy distinta, llegar a la deformación de que sólo ésta concentra el talento, la capacidad operativa y los privilegios mediáticos y políticos.

Además, por causa de una sólida estructura operativa que deviene de una compleja lucha contra la discriminación obtusa, cuantos festinan haber “salido del clóset” se creen con el derecho a avasallar a los heterosexuales, hasta donde puede establecerse una mayoría silente, con costumbres, actitudes y modas que infieren incluso en la formación y educación de los menores a quienes llegan los mensajes de manera recurrente. Basta asomarse a los platós televisivos, en donde los referentes son cada vez más descarados y abiertos, para corroborar que tales grupos han rebasado a los demás en materia de coberturas y espacios.

Lo peor es que, por ejemplo, los padres de familia no están preparados para confrontar a sus hijos con los escenarios en donde dos seres del mismo sexo no escamotean escarceos amorosos y sobrellevan sus preferencias al extremo de la provocación incesante, desbordada diríamos, sin ningún tipo de traba. Recuerdo que, hace algunas décadas, cuando joven, debíamos incluso cuidarnos de besar a la novia en sitios públicos para no ser motivo de persecución policíaca; hoy, sin límites, los “homo” no miden sus expresiones. (No nos alarmemos pero, en este renglón, todavía en México no se alcanzan los niveles de Ámsterdam, Barcelona o Londres, las urbes que presumen por acaparar el turismo “gay” hasta convertirse en sedes del mismo en desbordada competencia de libertinajes).

Mientras ello ocurre, los heterosexuales refunfuñan y si hablan son expuestos, automáticamente, al desprecio público, fulminados por sostener “arcaicismos” –como si lo fuera el amor entre parejas de distinto sexo-, y violentados en su entorno. No se les permite ni sacar la cabeza porque enseguida, desde distintos frentes –incluso en las redacciones de medios que se dicen vanguardistas-, llueven las más atroces descalificaciones, las más soeces impugnaciones, incluso las injurias ramplonas.

En estos términos, no hay debate posible, sólo exigencia de aceptar los argumentos de moda sobre cualquier intento de ejercer una libertad contraria a los mismos.


El Reto


En la misma línea, una cosa es proteger a los animales –y con ellos a la naturaleza proveedora-, y otra, muy distinta, pretender que los irracionales obtengan privilegios a despecho de los seres humanos. Una cosa, en fin, es convivir con las mascotas y otra supeditarse a éstas al grado de convertir la interrelación en una esclavitud rebosante de prejuicios contra quienes no actúan igual.

Hablo por experiencia propia. Ejerciendo la libertad, y con plenitud de razones que no han dado lugar a réplica salvo la de la insolente descalificación, protesté contra la absurda prohibición a las corridas de toros en Cataluña por considerar que estaba amañada por el nacionalismo catalán exacerbado y tuerto. Insistí en que los verdaderos aficionados no se divierten con el sufrimiento del toro sino que exaltan y aplauden su bravura en la contemplación magnífica de un espectáculo que ha inspirado a artistas y genios a través de las centurias. Un escenario, en fin, muy distante al de los rastros o cotos de caza en donde suelen cobrarse las piezas con absoluta y despiadada desventaja aun cuando ello se haga para proveer de vitaminas animales a mujeres y hombres.

Puedo entender –y asimilar civilizadamente, como no lo hacen los fundamentalistas- que haya opiniones distintas, pero jamás que éstas impliquen infundios tan graves como llamar asesinos a los aficionados a los toros; de aceptarse tal absurdo, tendríamos que extender el calificativo a cuantos, todos los días, se alimenten de carne de reses, aves y pescados, incluso de vegetales a los que igualmente se cercena la vida.

Lamentablemente, los llamados “animalistas” no pueden razonar porque se colocan al nivel de sus defendidos irracionales. No hay forma de dialogar con ellos salvo con forcejeos verbales y sin posibilidad alguna de modificar cartabones preestablecidos. Es la moda, nos dicen, aunque ello nos conduzca a la malsana imposición de radicalismos moral y políticamente insostenibles. Abundaremos.

La Anécdota


Fíjense a donde han llegado los criterios facciosos. El cardenal Norberto Rivera Carrera –“2012: La Sucesión”, Océano, 2010-, definió así sus interrelaciones con la derecha política en el ejercicio del poder:

-Con los liberales –expresó el alto Prelado-, nos entendemos mejor. Los panistas de hoy, aunque nos sitúen cerca de ellos, prefieren que no se les identifiquen como católicos aunque lo son.

Cuando los prejuicios se imponen, los radicalismos surgen de manera natural. Analicémoslo.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

jueves, 4 de noviembre de 2010

POR PROPIA MANO

Se publicó en: Edición impresa * Por propia mano
* Gobierno inútil

* Entre niños bien


Cuando inició la administración de Miguel de la Madrid –una de las más deplorables si analizamos resultados-, el falso lema en pro de la “renovación moral” llevó al mandatario a ordenar al general Ramón Mota Sánchez, jefe de la Policía Metropolitana y como tal sucesor del inolvidable Arturo “El Negro” Durazo, la desaparición de una siniestra dependencia, la División de Investigación para la Prevención del Delito (DIPD), creada apenas unos años atrás por iniciativa de José López Portillo a petición expresa de Durazo y concentrada en las acciones represivas más escandalosas y con muy pobre o nulo seguimiento judicial. Hablamos, entre otras proezas, de los asesinatos “del río Tula”, esto es los de doce colombianos relacionados en apariencia con los robos a distintas instituciones bancarias acaso con el ánimo de que no mencionaran sus vínculos con la superioridad.

Extraviado todo principio de autoridad moral, los excesos perfilaron, ya desde entonces, una profunda colusión de las bandas criminales y los cuadros de seguridad pública bajo el manto de una impunidad intratable. Fue de tal magnitud el escándalo que, muy avanzado el régimen delamadridiano, debió invertirse un millón de dólares, nada menos, en la extradición del famoso “negro” de esta historia quien, confinado y vencido, sólo permaneció ocho años en prisión, entre 1986 y 1992, y murió en 2000 en libertad. A sus honras fúnebres acudió el ex presidente López Portillo avalando con ello la tesis acerca de que su ex colaborador había sido perseguido por la “cofradía de la mano caída” –así la bautizó este columnista-, integrada por reclutas homosexuales con enorme penetración... en el aparato gubernamental.

Tal es, sin duda, un buen punto de partida para iniciar la cronología de la descomposición política y social del país. Y también el análisis de un gobierno rebasado por las mafias por efecto de las tareas sucias ordenadas a las mismas desde los primeros niveles del sector público. La pretendida “renovación” jamás llegó, mucho menos con el relevo en la titularidad del Ejecutivo y la asunción del señor De la Madrid a la Presidencia con todo y su parvada de efebos. Ya no fue posible, desde entonces, frenar la crecida delincuencial, sobre todo en la ciudad de México, y la infiltración notoria de las corporaciones policíacas. Fue entonces cuando Mota Sánchez, bajo presión y unos meses antes de ser removido, estalló al ser inquirido sobre la imparable inseguridad pública en el Distrito Federal, su jurisdicción:

--No podemos tener un policía detrás de cada ciudadano. Mejor ¡qué se cuiden solos!

Tal sugerencia vino acompañada de una velada invitación a portar armas, contraviniendo las limitaciones legales, para proteger los entornos particulares de los criminales. El general de marras cesó como policía pero mantuvo su influencia entre los mandos castrenses al punto de que ejerció como senador de la República, postulado por el PRI naturalmente, entre 2000 y 2006, la etapa marcada por la primera alternancia y las cuotas políticas a la grey militar, incluyendo la Procuraduría General que quedó en manos del general Rafael Macedo de la Concha, excepcional encubridor de sus colegas.

No hubo marcha atrás en cuanto a la extensión de las complicidades soterradas. Al contrario: se dispararon al tiempo de que se producía el “primer boom” del narcotráfico sobre territorio nacional creándose infinidad de “puentes” hacia los cárteles de Colombia. Fue en esta época, insisto, cuando se aseguraron los nexos y comenzó e desplazamiento de las mafias hacia el norte si bien nadie responde la cuestión de fondo: ¿qué sucede con las redes del otro lado del Bravo y las mojoneras? Los rastros se diluyen como por encanto en la demostración fehaciente sobre donde se asienta el verdadero e inescrutable poder.

En la perspectiva actual, ¿alguna autoridad se atrevería a reprochar a los ciudadanos comunes por llevar armas en sus vehículos, en la capital del país o en las regiones en donde el gobierno se muestra incapaz de repeler controlar a la delincuencia organizada? La cínica sentencia de Mota Sánchez se ha convertido en referencia obligada bajo el peso de las negligencias extremas de una oficialidad vulnerable y copada. Y los riesgos, por supuesto, van en aumento.

¿Qué puede decirse de mi querida y atenaceada Ciudad Juárez en donde las ejecuciones se suman ya por millares?¿O de Reynosa y Nuevo Laredo, tan entrañables también, cuyos diarios han claudicado en la defensa de su independencia editorial bajo el acoso de las mafias?¿Y de Michoacán, cuna del general Cárdenas y del mandatario actual, presa de una incontrolable violencia generada, en buena medida, por la impudicia política? Ya no citemos sólo al Distrito Federal, el centro neurálgico de los horrores, porque los dramas se extienden sin remedio a todas las latitudes, a cada rincón de la República. No quedan refugios. Lo mismo en Yucatán que en Aguascalientes; en el litoral del Golfo y en el del Pacífico; en el centro, el sur y e norte; igual en las grandes urbes que en las villas menos comunicadas, esto es de la metrópoli a Baridaguato, en Sinaloa, uno de los orígenes de los grandes “capos” con enorme poder en la actualidad, tanto hasta para fingir sus muertes y dejar con ello de ser perseguidos: hablamos, sí, del “cártel del paraíso” –“Confidencias Peligrosas”, Océano, 2002-, plenamente documentado con una secuela de “muertes vivientes” cada vez más larga.

En tales condiciones, ¿puede reprocharse al ciudadano común que proceda por su cuenta, en ausencia de justicia y celeridad judicial, tratando con ello de superar las afrentas recibidas? El instinto de supervivencia es, desde luego, superior a la obligada civilidad cuando no existen garantías para la convivencia pacífica. Y éste es, desde luego, el mayor drama de México y los mexicanos.


Debate


Dos de los más sonados casos de secuestros, el de Fernando Martí y el de Silvia Vargas, se han sostenido en los medios informativos gracias a la incesante capacidad promotora de sus familias y, desde luego, a su elevado rango financiero. Convertidos en emblemáticos, eso sí, ahora son referentes obligados para explicar el fenómeno de una sociedad atenaceada dispuesta a hacerse justicia por propia mano en ausencia de instancias gubernamentales que le respondan y alienten. El hilo conductor, desde luego, es la desconfianza, específicamente hacia las corporaciones policíacas que se sabe están contaminadas, y la certeza sobre los vínculos corrosivos.

No faltan razones para ello. En un buen número de secuestros, asaltos y extorsiones –incluso aprovechando la psicosis colectiva emanada del terrorismo, como sucede con la colonia vasca en México-, participan agentes o ex agentes judiciales o policías, en funciones o retirados en apariencia, como ejes y garantes de las bandas consideradas “despiadadas” por sus métodos criminales y los tratos vejatorios a víctimas y familiares de éstas. Lo que suele divulgarse no es ni siquiera reflejo de cuanto sufren y asimilan quienes entran en la espiral del odio insensato y comercializado. Y luego, además, surge la impunidad como si se tratara de un valor entendido; por ello, también, muchas veces no se llegan a denunciar las peores afrentas.

No son pocos los testimonios –este columnista cuenta con varios de ellos-, de quienes, inmersos en las negociaciones con las temibles bandas de secuestradores, encuentran los nexos de los criminales con la oficialidad representada por los elementos llamados a conocer del caso e incluso llevar adelante los acuerdos para liberar al familiar arrebatado cuya vida pende siempre de un hilo, a veces del humor de sus captores o de las incomodidades que puedan padecer éstos durante el proceso de rescate; más aún cuando la víctima reconoce a alguno de los facinerosos. Por lo general, claro, no viven para contarlo.

Tanto Alejandro Martí como Nelson Vargas, padres de los jóvenes mencionados líneas arriba, manifiestan que tan doloroso es el horror de perder a mansalva a uno de sus vástagos como la posterior indiferencia de los órganos destinados a dar seguimiento a los casos y también la de los medios informativos que, por la misma dinámica social, se vuelcan sobre asuntos de mayor actualidad y van olvidándose de los grandes pendientes. Esta amarga sensación de impotencia y ansiedad, una vez experimentada por este columnista en carne propia, acaba, en muchas ocasiones, por marcar a quienes no alcanzan la redención de la justicia. ¿Quién puede asimilar el hecho de percibir que los criminales se solazan al saberse inalcanzables al tiempo que las familias quedan desmembradas y en grave indefensión? Nadie que sea bien nacido.

El agobio es bastante mayor cuando se tiene conciencia plena de que el gobierno está de rodillas, impotente, mientras los criminales controlan los escenarios, sobre todo los del poder, y obligan a la sociedad civil, como sentenció en los ochenta el general Mota, a cuidarse sola, aislada y vulnerable por efecto de la corrupción y la demagogia infecunda.


El Reto


Nelson Vargas, quien como dirigente deportivo integró el equipo de los Fox durante el sexenio anterior, ha exhibido a la Procuraduría General de la República al explicar que él, por sus propios medios, fue capaz de indagar con efectividad sobre la banda que secuestró a su hija Silvia. La pobre respuesta gubernamental es demostración, por sí sola, de la negligencia atroz de cuantos se postularon para servir a la comunidad y sólo presentan saldos rojos, exacerbados por torpezas y la consiguiente incapacidad operativa, al tiempo que crecen las redes y penetran a lo más profundo del tejido social.

“No tienen madre”, expresó Vargas hace dos años para calificar a las autoridades venales que no han podido ofrecerle, siquiera, alguna información trascendente. Él, decidido y valeroso, mostró los nexos de la organización criminal denominada “Los Rojos”, a la que pertenecen los hermanos Ortiz González, identificados plenamente hasta por sus distintos apelativos, sin que los representantes “de la ley” sacaran siquiera la cabeza. Las semejanzas con el caso de “La Línea” y el secuestro del hermano de la ex procuradora de Chihuahua, Patricia González Rodríguez, nos demuestran que seguimos en el mismo punto.

La sociedad civil toma la iniciativa como prueba incontrovertible de la ausencia de gobierno, es decir del vacío de poder que prevalece mientras se difama a la democracia. Es esto, señor Calderón, lo que no merecemos los mexicanos. Y ya es tiempo de responder por ello.


La Anécdota

En las vísperas de los comicios federales de 2006, en plena “campaña negra”, se acuñó un “chiste” con marcado sesgo político. Se decía que dos niños bien conversaban entre sí cuando uno de ellos comentó al otro:

--Yo quiero que gane López Obrador.

--¿Y eso por qué?

--Porque mis papis me han dicho que si él gana ¡nos vamos a vivir a los Estados Unidos!

En 2008, el propietario de uno de los diarios de circulación nacional, fincado en Monterrey para más señas, dirigió un mensaje al gobernador de Nuevo León –cuya copia tengo en mi poder- en donde le expresa que, al perder su confianza en las instituciones nacionales, optó por trasladar a su familia hacia la ciudad de Dallas para garantizarle con ello la seguridad que no podía darle en México.

Queda claro que en 2006... perdimos todos.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Una cura para la República?

PorRedacción / EL MEXICANOlunes, 01 de noviembre de 2010
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Se publicó en: Edición impresa Algunos colegas se abaten en la ramplonería extrema. Ponderan que es menester cortar de tajo las masacres contra jóvenes extendidas a buena parte de la geografía nacional. Esto es como si la solución supusiera la aplicación de la discrecionalidad presidencial, capaz de aquietar a las mafias con tan solo la expresión rutinaria de su voluntad. Nada más apartado de los escenarios actuales en los que las complicidades carcomen los cuadros políticos y rebasan la capacidad de respuesta del titular del Ejecutivo Federal, cada vez más atrapado en su propia cueva.
La infección está tan extendida sobre el mancillado cuerpo de la República que la curación no es cosa de milagros bajo encomiendas espirituales. Tendría que comenzarse, como tantas veces hemos explicado, con la reconstrucción del tejido castrense y judicial, obviamente rebosante de purulencias, y la consiguiente persecución a cuantos, desde la política, optaron por servir de servidores, más bien testaferros, de las mafias en auge, incluyendo, por supuesto, a los poderosos cárteles que, a diferencia de los cuadros calderonistas, son capaces de renovarse con asombrosa celeridad: cuando llega el agua al cuello de un capo célebre esto es, por lo general, porque ya tiene reemplazo definido. Y así hasta el infinito.

Acaso las dirigencias partidistas de nuestros días debieran, siquiera, tomar para sí el sentido práctico de los insondables narcotraficantes, sobre todo aquellos que avizoramos como intocables –Joaquín “El Chapo” Guzmán y compañía-, para depurar sus filas en cuanto los “cabecillas” pierden controles o la confianza de sus coaligados. Seguramente, si Juan Molinar Horcasitas, titular de Comunicaciones, Genaro García Luna, de Seguridad Pública, y Javier Lozano, del Trabajo, entre otros, formaran parte de alguna de las grandes bandas criminales, ya habrían sido reemplazados desde hace tiempo. Con Calderón, sin embargo, su resistencia debilita y carcome la estructura gubernamental, una trinchera sofocante y más cuando se cierran salidas y ventanas.

Quizá por ello, cuando está a punto de iniciar el último tercio de su administración –lo hará exactamente dentro de un mes-, comienza a diseccionar responsivas mayores. Y ya le recordó a Vicente Fox, intocable hasta la semana pasada, que no cumplió con sus deberes elementales, esto es para atajar a quienes coparon al país entero mientras extendían complicidades hacia el interior del gobierno federal. Hizo bien poco, más bien nada, al respecto y por ello la herencia negra del priismo hegemónico se multiplicó a un ritmo mayor al de las especulaciones bursátiles en época de bonanza. Menudo coraje habrá corrido desde las “muchas faldas” de la señora Marta con el aserto de corte presidencial.

Y pese al “respeto” manifestado por Calderón hacia su antecesor, Vicente y no su señora cabe aclarar, el sacudimiento entre los panistas con ínfulas de invulnerables fue tremendo. Terminó el reinado de Luzbel y se dio la mutación inevitable hacia Lucifer, el Maligno, en el cielo del azul escarnecido. Esto es: lo que bajo la deplorable hegemonía priísta ocurría de modo automático, al fin de cada periodo sexenal, los panistas de la vieja hornada, malos imitadores y peores intérpretes, se llevaron cuatro años, esto es dos tercios de un sexenio paralizante. Esto es como si la gestación pudiera prolongarse a capricho de los progenitores porque los nueve meses previstos no les alcanzaran para la “proeza” de cortarse el cordón umbilical tratando de conservar, claro, las células madres. Pero, para colmo, hasta los laboratorios les fallaron.

Ahora bien, ¿las equivocaciones de los mandatarios, como las que dijo Calderón que cometió el folklórico predecesor, deben quedar simplemente como referentes extemporáneos o es necesario ahondar en ellas hasta establecer, con certeza, si se incurrió o no en negligencia criminal y además contra la patria, lo que podría significar incluso un acto de traición, así fuese por omisión, uno de los delitos más graves tipificados por nuestra legislación superior? Es evidente cuál es la respuesta.

Tomemos en cuenta, entonces, que quien ejerce la Presidencia tiene el deber primigenio de denunciar un delito cuando tenga conocimiento del mismo y no sólo señalarlo con los habituales infundios semánticos. Si Calderón no procede en consecuencia, entonces, deberá ser visto como el mayor de los cómplices del ahora indefendible foxismo; y ser juzgado por ello, llegado el momento.


Debate


Cambiaron sólo los papeles. Por Jalisco, desde hace años, se tiene la convicción de que los panistas actuales actúan como los viejos priístas y éstos, en condición de opositores de pacotilla, asumen los papeles de sus otrora adversarios de la derecha. Para decirlo coloquialmente, la misma gata revolcada.

Los jaliscienses han atestiguado tres administraciones panistas aun cuando se observa a dos partidos que se reparten, casi por mitad, a los electores, el gobernante Acción Nacional y el PRI. Cabría preguntarse si en este caso, el PRD estaría en disposición de aliarse con el PRI para intentar romper el molde caciquil de la derecha o si buscará, como en otras regiones, el cobijo del PAN, que gobierna solo, para acrecentar coberturas y no dejarle resquicio al aborrecido PRI... aun cuando la que opera como institución hegemónica sea la dirigencia del partido derechista. Un PRI azul para decirlo sin eufemismos.

¿Y qué sucede en otros feudos, digamos en Baja California Sur, en donde el PRD ha sumado varias administraciones estatales sin que puedan superarse las animadversiones personalistas entre supuestos correligionarios... como suele ocurrir en el Institucional? Para quienes han padecido las rebatiñas incesantes –ahora protagonizadas por el ex gobernador Leonel Cota Montaño y quien parecía el “mejor posicionado” para escalar la cuesta hacia la gubernatura, Marcos Covarrubias Villaseñor, renunciantes a su partido de origen-, no hay duda alguna sobre la preeminencia de un PRI... amarillo o con el sol azteca como fondo.

En sendos ejemplos, es inevitable observar la sombra del priísmo histórico. ¿Entonces para qué tantos afanes de panistas y perredistas destinados a romper en mil pedazos el irreverente espejo que los refleja? Perdida la coherencia ideológica, las pretendidas comparaciones con los camaleones históricos –con Churchill a la cabeza-, son sencillamente insostenibles y al amparo de una falsa moralina que desnuda las patologías políticas concluyentes, sin remedio, hacia las nuevas complicidades estructurales.

Quizá por ello, las campañas en pro de la presidencia panista, concentradas en obtener los avales de los 380 sabios, digo consejeros, de la elite, no son sino remedos de cuanto sucedía a la sombra del presidencialismo autoritario: esto es con escenografías para el divertimiento y la suprema voluntad airosa aun cuando sea evidente su pérdida de controles y capacidades operativas. Finalmente, Calderón sumará a tres monaguillos al hilo mientras construye el devenir político... negociando en lo oscurito. Abundaremos.


El Reto


Por fortuna nuestra patología se queda corta si la comparamos con la del peronismo dominante en Argentina y hasta reconocida por mesiánicos radicales como el venezolano Chávez. No sólo sigue siendo efectiva la tendencia hacia el matriarcado por simulación reeleccionista sino, además, los tributos póstumos conllevan el dolor de la viudez nacional. Lo mismo en la década de los cincuenta, cuando la temprana muerte de Evita le fabricó a Perón su propio nicho, que en la actualidad, tras el inesperado deceso de Néstor Kirchner, bajo el mandato de su esposa, Cristinita Fernández. La diferencia estriba sólo en el género de cada consorte, pero el fondo es dramáticamente repetitivo.

De buena nos salvamos cuando su propia exhibición pública hizo trastabillar a los ensoberbecidos Fox con disposición a exaltar la figura de Evita, santona de Andy Lloyd Weber, para pretextar con ello sus afanes de perpetuidad. Sólo que... ¡nos hubiéramos ahorrado a Calderón! Mea culpa. No sé si arrepentirme de cuanto narré en “Marta” –Océano, 2003-, en plena efervescencia bélica del clan Bush.

En línea semejante, ahora se pondera a Margarita Zavala Gómez del campo, discreta en principio, como la segunda “mejor posicionada” en el ámbito público, sólo detrás del mexiquense Enrique Peña. No escarmentamos. Imagínense el tremendo dolor que se causaría si Felipe se nos muere bajo la égida de Margarita, por ahora guardiana insondable de las grandes sociedades que le garantizan, a ella y sus descendientes, no sólo impunidad sino una vida de millonarios. No llores por mí...


La Anécdota


Los priístas rara vez se perdonaban. Y acaso al ex presidente a quien trataron peor fue José López Portillo: le ladraban en los restaurantes –en recordatorio por la infecunda promesa aquella de defender al peso “como un perro”-, mientras se destrozaba su vida familiar entre dos fuegos.

A Miguel de la Madrid, su sucesor, se le habilitó un refugio, el Fondo de Cultura Económica, para que paliara, sin éxito, las terribles puñadas de Baco. ¿Quién le diría que, con el tiempo, las tardeadas en Los Pinos serían su mejor evocación?

Sólo a un “ex” se sigue perdonando: Ernesto “el gran simulador” Zedillo. Persiguió a los Salinas, cumplimentando la antigua tradición, pero luego supo encontrar refugio en las heredades políticas de los Fox. Nadie le ha juzgado ni ha sido motivo de linchamiento alguno a pesar de sus inclinaciones por la traición. Éste es, sin duda, quien mejor refleja al priísmo ambiguo que lo mismo puede pintarse de azul o de amarillo.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

miércoles, 20 de octubre de 2010

PARTIDOS EN CRISIS

desafío
editorial PorRedacción / EL MEXICANOmiércoles, 20 de octubre de 2010
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Se publicó en: Edición impresa Entre forcejeos por cuanto aplicar o no las alianzas turbias –tales son las que se dan ocultando verdaderas intenciones y sin el menor apego a ideologías y coherencia histórica-, con eclosión de grupos que en algunos casos alcanzan la clasificación de radicales, los partidos políticos parecen haberse convertido en ojos de distintos huracanes con una cauda interminable de damnificados con pérdidas totales de autoridad moral. Vindicarlos será, sin duda, una de las tareas más complejas de las campañas por venir dentro de una “modernidad” que ha aportado, hasta el momento, más rebatiñas que sustentos.
De que los partidos están en crisis da cuenta el diferendo cotidiano hacia el interior de cada uno de los más representativos, digamos aquellos con posibilidades reales de alcanzar la victoria nacional en 2010, en plena eclosión de los poderes fácticos, incluido el crimen organizado con capacidad excepcional de maniobra. Las presiones son tremendas y en algunas regiones del país, digamos Sinaloa, se admite que para alcanzar derroteros políticos es menester antes pasar por los refugios de los narcos.

Quizá por ello, el gobernador electo de los sinaloenses, Mario López Valdés, proclamó su propia vulnerabilidad, y las de algunos de sus colegas, como señal de no haber negociado. El malogrado aspirante priísta al gobierno de Tamaulipas, el doctor Rodolfo Torre Cantú, no tuvo ocasión de expresarlo así y su memoria está reducida a los valores entendidos: ni siquiera las diligencias judiciales, para resolver la autoría del crimen, mantienen celeridad y rumbo definido; y hay versiones que insisten en la negligencia pactada para “enfriar la plaza” con grandes dosis de amnesia colectiva. ¿Contestará a este planteamiento el sucedáneo, Don Egidio, hermano de la víctima además?

La crisis mayor, sin embargo, no se encuentra en los institutos postulantes de candidatos y cuyas dirigencias parecen ancladas en discursos reiterativos y hasta con acentos facciosos, sino en la ausencia evidente de liderazgos con capacidad para aglutinar, no sólo operativa, a un conglomerado confundido y hastiado por la recurrencia de los vicios, el reacomodo de los grupos dominantes –los antiguos cómplices del priísmo hegemónico figuran ahora como los mayores aliados de Calderón en la promoción del continuismo-, y la persistencia de los vicios antiguos –los mayores son la alquimia comicial y la manipulación mediática con apenas barreras-.

Sin líderes, claro, se dificulta la vida de los partidos y se obnubila toda tendencia renovadora. Sobre todo porque los espacios vacíos se cubren a golpes de ambiciones y compromisos soterrados que en nada coinciden con los propósitos de cambio, tan vendidos retóricamente a una ciudadanía cuya penosa madurez, gradual diríamos, ya le alcanza, apenas si se quiere, para percibir la demagogia infecunda que substituye a la todavía utopía democrática.

Un ejemplo: ¿cuántos creyeron en el abatimiento de las pobrezas –la patrimonial, la alimentaria y la de capacidades- anunciado por el secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix Guerra, visto como el “caballo negro” capaz de engullirse al delfín panista? Los incrédulos, en este caso, marcan la pauta en contra de las inducciones oficiosas; y son, desde luego, bastantes más porque los mitos, sobre todo los “geniales”, ya no alcanzan. (No se olvide, en este renglón, la “hazaña” foxista para disminuir artificialmente el porcentaje de pobres determinando que no lo son quienes devengan honorarios mayores a dos dólares al día. Sabiduría redituable la suya).

Así que en este México nuestro, en donde los futbolistas dispendiosos son tomados como héroes cuando llega la hora de los encuentros amistosos excepcionalmente publicitados –esto es como si se tratara de torneos de alto nivel-, quien sale en la televisión y se promociona en horarios triple A, alcanza la tesitura de líder y como tal obtiene el aval para futuras convocatorias. Unos pagan una millonada por ello; otros, como Andrés López Obrador, apuestan a su imaginación para mantenerse en las barras noticiosas aun considerándolas manipulables. Pero nadie niega cuál es el fiel de la balanza.

En cierta medida, por tanto, la esencia del liderazgo de los falsos prohombres de nuestros días, lo mismo políticos que estrellas del balompié, marcha en línea paralela a su capacidad para publicitarse de cara a las grandes audiencias televisivas. Por eso, hasta este momento, los miembros del gabinete presidencial con posibilidades de acceder a la candidatura panista a la Primera Magistratura, van muy a la zaga en cuanto a las preferencias generales; de hecho, sus nombres suenan bastante poco pese a las infortunadas “glosas” sobre el informe de septiembre último. ¿Cuáles son sus apuestas? Salir del huacal hacia las pantallas chicas con toda la parafernalia de Los Pinos.


Debate


Los tres partidos “fuertes”... se debilitan. Perdidos los ejes, las militancias han trocado los habituales movimientos de rotación por los de traslación, a veces sin el menor sentido común. Cuando le preguntaron a Felipe Calderón cómo es que su partido, el PAN, se une al PRD, su mayor antagonista, en algunas regiones del país y acude con el PRI en busca de consensos en el Legislativo, sólo alcanzó a responder que él no se siente “muy cómodo” con las alianzas. Y volvió a elevar la cortinilla de los “peligros para México”, reafirmándola como si, por decreto presidencial, fuera factible marginar a los “fanáticos” de la izquierda –no así a los suyos-, en aras de los derechos de quienes quieren estar “tranquilos”...para llevar a sus hijos al colegio.

A este nivel de simplismo ha descendido el debate. Y no parece cercana la ocasión de vindicar otros valores, como la vocación democrática que se fundamenta en la asimilación serena de la crítica, mientras dure la renovada crispación general. Otra vez estamos en punto muerto.

El PRD, que surgió como segunda fuerza política en 2006, si bien reclamó ser la primera aun cuando no supiera demostrarlo por torpezas operativas imperdonables, es un ejemplo claro de desintegración: sin nuevos liderazgos, su dirigencia se enfrenta al único que ha podido conservarse, el de López Obrador; y éste, a su vez, toma distancia porque no concibe una alianza con el PAN que le “robó la presidencia”. El cisma ya sólo espera formalizarse.

El PAN, igualmente amorfo ante su impotencia por ampliar coberturas siquiera por el hecho de mantener la Presidencia de la República, agudiza la división entre el sector presidencialista, formado por los secretarios postulantes, y el partidista, que antes fue presidencialista bajo la batuta de los Fox. Mientras el deslinde ocurre, la dirigencia está, de hecho, acéfala, digo, mientras viaja el monaguillo César Nava en las alas de su segunda mujer. Sólo les falta la bendición papal.

Y en el PRI, en ruta hacia la recuperación de la casa presidencial según indican los sondeos, el gobernador de Coahuila, Humberto Moreira Valdés, aprecia como virtud institucional colocar “candados” para inhibir las ambiciones personales de quien ocupe el liderazgo partidista que él, claro, demanda para sí. ¿Será capaz Moreira, con fama de “entrón”, de superar el futurismo arcaico del priísmo? Mientras se dan los tiempos, las zancadillas abundan y las viejas mafias toman posiciones. Será imposible conciliarlas por más que se hable de unidad.

Insisto: la crisis política no está sólo en el desmantelamiento frecuente de los cuadros partidistas; se da, sobre todo, por la ausencia de liderazgos... y plataformas.


El Reto


De alcanzar Moreira la presidencia priísta, confirmaría que él ya no competiría por la nominación presidencial, condición ésta que implica una severa condena a cuanto hizo Roberto Madrazo en los prolegómenos de la sucesión de 2006; pero tampoco buscaría para sí, según expresó, una diputación o senaduría, sentencia que igualmente es contraria a la postura de la actual dirigente del PRI, Beatriz Paredes Rangel, quien es diputada federal aun cuando no haya podido asegurarse la coordinación de su bancada en San Lázaro. Dos golpes severos a las corrientes que en el pasado fracasaron.

El mensaje es por demás claro: de llegar Moreira, despejaría la ruta, aún más, a Enrique Peña Nieto quien, poco a poco, va quedándose sin contrapesos al interior de su partido. ¿Unidad? Más bien se antoja que los descartes continuos tienden a reflejar una unanimidad demasiado peligrosa de cara al futuro. A menos, claro, que se trate sólo de vindicar el viejo esquema autoritario sin siquiera maquillaje.

No hay duda de que Moreira es quien encaja en la dirigencia priísta. Porque con él, es seguro que Peña no se ocupará de las rebatiñas insidiosas ni caerá en provocaciones. Podrá hablar “como presidente”, esto es conciliando, mientras el responsable del PRI toma para él todos los pulsos. Tal es la estrategia que se pretende ganadora. Y lo será si, como parece, en el PAN y el PRD no son capaces de frenar sus propias erosiones.


La Anécdota


--Con Elba Esther hemos tenido, se lo digo sinceramente, una relación de amor y odio.

Tal me confió el profesor Humberto Moreira hace poco más de un año cuando le inquirí, en su oficina del Palacio de Gobierno en Saltillo, sobre la evidente preferencia de “la maestra” hacia él. (“2012: la Sucesión”, Océano, 2010).

--¿Cómo es eso? –pregunté-.

Y Moreira explicó que la señora Gordillo, visceral como es, no le perdonó haber recibido al senador Manlio Fabio Beltrones:

--Ella telefoneó para pedirme que cancelara (el encuentro) y yo le respondí que jamás lo haría porque mi función no es amarrar navajas.

Si de eso se trata la política, sin duda Moreira la conoce al dedillo.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

martes, 19 de octubre de 2010

NUEVA COFRADÍA

DESAFÍO
editorial PorRafael LORET DE MOLAmartes, 19 de octubre de 2010
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Se publicó en: Edición impresa * Nueva cofradía
* Factura maldita

* Sueldos de lujo


Ya les he contado que cuando decidí informar sobre la existencia de un poderoso grupo cuyo amafiamiento devenía de los acuerdos homosexuales, nombrándole desde entonces “la cofradía de la mano caída”, no fueron pocos quienes, enterados del proyecto, intentaron disuadirme. Uno de ellos, Andrés Manuel López Obrador, en aquel momento en funciones de presidente nacional del PRD, llegó a decirme que correría un enorme peligro por la tendencia a la venganza de quienes integran esta copiosa comunidad y reaccionan con violencia como efecto de los muchos incidentes represivos por ellos padecidos.

Pese a ello me animé a seguir adelante porque no pretendía linchamiento alguno contra los “gays” sino, más bien, buscaba exhibir el comportamiento desordenado de cuantos, exacerbados por el poder, no tenían límites para extender cooptaciones y redes reclutando a jovencitos ambiciosos dispuestos a cualquier cosa con tal de escalar los peldaños de la pasajera relevancia pública. Y de tal se aprovechaban algunos miembros muy encumbrados de las cúpulas políticas para asegurar la fidelidad de subordinados y aliados.

El tema cobró relevancia porque, durante el deplorable sexenio de Miguel de la Madrid, el “boom” de la célebre “cofradía” llegó al amparo del primer nivel de la estructura gubernamental. Era una especie de valor entendido en una perspectiva marcada por las alianzas soterradas y los acuerdos de alcoba. Incluso, a la muerte de quien fue poderoso jefe de policía, Arturo Durazo Moreno, el ex presidente José López Portillo, en el funeral, aceptó que su mayor error había sido privilegiar a esa cofradía con el relevo presidencial mientras él se ufanaba de sus escarceos románticos con algunas damas relevantes en el sector público, incluyendo la que fue su secretaria de Turismo.

Sea por defender su estatus de conquistador irreductible o por el deseo de desquite –todos los ex presidentes lo tienen, salvo el caso de Ernesto Zedillo, cuando se sitúan en el nivel del ostracismo-, López Portillo cayó en el mismo vicio que sus predecesores olvidadizos, esto es marginales a la hora de compensar a quienes les ungieron con bastante más que la costosa impunidad: vender caros sus silencios con tal de asegurar las prerrogativas financieras de los gobiernos continuistas. Por ello, claro, se llevó a la tumba, entre otras cosas, la famosa lista de saqueadores que, en 1982, provocaron la crisis financiera estructural cuya gravedad es la única que puede equipararse con la actual.

La tal cofradía, por tanto, no es invento febril ni animosidad contra los funcionarios públicos en constante rotación. Incluso recuerdo que cuando Lydia Cacho preparaba su obra sobre la red de pederastas de Cancún me telefoneó para peguntarme acerca de los vínculos non santos de algunos personajes, entre ellos Emilio Gamboa, quien fuera secretario privadísimo del mencionado señor De la Madrid cuando éste despachaba en Los Pinos. Fue una manera de corroborar la persistencia de las conductas extraviadas, bastante más que amorales, en el sector público. Las secuelas del caso igualmente demostraron hasta que punto tales sujetos gozan de protección oficial y pueden resistir los mayores escándalos sin poner en riesgo sus posiciones políticas. Tanto Gamboa como el gobernador poblano, Mario Plutarco Marín Torres, mencionados en la trama mencionada, se sostienen apostando a la amnesia colectiva y, sobre todo, a los acuerdos no escritos entre bandas políticas con distinta filiación partidista.

Ha sido todo ello muy lamentable. Por la misma razón no faltan lectores curiosos que indagan acerca de si, con la victoria de la alternancia, cesó igualmente la preeminencia de la mencionada “cofradía” o si ésta se mantiene. Señalo, para responder, la capacidad camaleónica de no pocos de los integrantes de la misma cuyos orígenes políticos se sitúan, precisamente, en el periodo delamadridiano y sin que ninguna indagatoria haya recalado en el amafiamiento denunciado y sus devastadores efectos en la vida institucional del país. No se olvide que el finiquito de este periodo se dio bajo el escándalo del fraude electoral consumado, en 1988, y la consiguiente usurpación de Carlos Salinas de Gortari a la Primera Magistratura.

Para infortunio de la sociedad mexicana, las malas costumbres se mantienen. Y es que, sin duda, el reclutamiento político fundamentado en las debilidades personales y las querencias sexuales suele ser definitivo no sólo para asegurar lealtades sino incluso complicidades de muy alta envergadura. Los vaivenes extremos, digamos los virajes, que ha sufrido la política nacional desde hace ya dos décadas demuestran, con enorme claridad, la capacidad de maniobra e intriga de tales grupos afincados en los desórdenes personales.

Insisto en este punto: no se trata de fustigar a quienes tienen preferencias por personas de su mismo sexo –esta cuestión atañe exclusivamente a cada individuo-, sino a cuantos utilizan esta vía, sabedores de los estigmas sociales, para garantizar que sus reclutas mantengan la línea a lo largo de sus carreras para evitar con ello el desprestigio que conlleva por efecto, sencillamente, de los linchamientos públicos orquestados igualmente a la medida de los intereses de la mafia dominante. Si cada sexenio estrena a sus propios narcos, según correcta definición de un gran abogado, es dable concluir que también inaugura a sus propias mafias, en versiones corregidas y aumentadas de las originales.

Las cofradías, por ende, persisten en el México de las grandes simulaciones.


Debate


Hace dos años circuló el libro de “memorias” de un elemento singular en la vida “institucional” del país: Luis Carlos Ugalde. Y nombró al texto, exaltándose claro hacia niveles casi heroicos: “Así lo viví”. No tuvo el ruido deseado acaso porque los candados oficiales siguen manteniendo coberturas amplias, aun cuando el planteo de fondo fue escandaloso per se: el reconocimiento del autor, quien fungió como presidente consejero del Instituto Federal Electoral durante los desaseados comicios de 2006, a las presiones recibidas para que indujera y se inclinara, abiertamente, por la victoria de la continuidad y de su abanderado, el panista Felipe Calderón.

En una nación con madurez democrática esta tremenda declaración habría dado lugar, sin género de dudas, a una reacción en cadena que hubiese terminado no sólo con la falsa legitimidad del mandatario en operaciones sino también con el régimen del mismo. En México, en cambio, fue tomando cariz de anécdota hasta que se puso distancia de por medio descalificando al ponente y atemperando los veneros controversiales con el silencio de los medios llamados masivos.

Desde luego, más allá del perfil de Ugalde, de costumbres privadas un tanto reñidas con la ortodoxia, el asunto no debiera pasarse por alto cuando, a casi dos años de consumarse el segundo año de su gestión, el señor Calderón no ha podido superar el gravísimo pecado original que mantiene, con vaivenes si se quiere, la peligrosa polarización de la sociedad mexicana. Tal es una realidad incontrovertible que no puede atajarse por inducciones e interpretaciones de circunstancias.

Si Ugalde, a quien se dio el papel de árbitro aun cuando un importante sector de la disidencia se opusiera a su nombramiento –concretamente el PRD que conocía de sus extraños nexos con la poderosa e insondable “novia de Chucky”, Elba Esther-, relata la manera como fue comprometiéndose hasta el punto de convertirse en rehén de las insanas presiones orquestadas por la Presidencia, los empresarios cómplices y algunas empresas de comunicación que votaron antes de tiempo a favor de la derecha –como otras la hicieron en pro de la izquierda, cabe subrayar-,

ello debió haber dado lugar no sólo a la recreación del rumor sino a un proceso judicial en toda forma para perseguir las conductas ilícitas que entraña la propia revelación comenzando, claro, con la de quien se confiesa, el propio Ugalde. Pero, desde luego, se optó mejor por el aislamiento y se eludió hasta el debate sobre el espinoso asunto.


El Reto


Otra cosa son, desde luego, las motivaciones del ex consejero. Como suelen hacer quienes poseen una acrecentada vocación por la venganza, con el estímulo de los grupos afines y de las arraigadas cofradías, Ugalde pareció cobrarse la ausencia de apoyo, como él la considera, por parte del señor Calderón en la controversial hora en la que discutió la acotada reforma electoral que volvió perentoria su cabeza a pesar de la lastimosa reacción del personaje que defendió el cargo con toda una jauría de por medio.

Esto es: la publicación del testimonio de marras tuvo mucho de chantaje, el elemento sustantivo de los tiempos actuales, aunque los sustentos, insisto, obliguen a bastante más que una reflexión superficial. Estamos hablando, nada menos, de un hecho que modificó, como en 1988 y 1994, el perfil histórico del país vulnerándose la voluntad colectiva para proteger a los grandes aliados del establishment. No es cualquier cosa, desde luego.

Ugalde, por el momento, da clases en Harvard, el refugio de los políticos mexicanos en donde las filiaciones partidistas sobran. Los vasos comunicantes entre ellos son tan evidentes como la resistencia de las cofradías en la vida institucional de un país de grandes simuladores capaces de perpetuarse contra toda lógica política.

Sólo falta que el señor Ugalde, a quien no bastó la protección de la “maestra” para asirse del jugoso cargo que ostentó hasta el 14 de diciembre de 2007, retorne a los escenarios en calidad de candidato a cualquier cargo relevante con la alianza estratégica, por supuesto, del PAN y el PRI, madre y padre de la criatura. En el aniversario del IFE todo puede suceder.


La Anécdota


Impresionante. Quince mil policías de la llamada “Guardia Nacional” española, desfilaron, hace dos años en Madrid, para protestar por sus bajos ingresos y exigir que éstos se igualen a los de las gendarmería “autonómicas” que son entre un veinte y un treinta por cierto más jugosos. Ello significa que los responsables del orden lo vulneran cuando el agua, como dice la voz castiza, les llega a los aparejos.

Revisé, entonces las cifras del descontento y me sorprendieron:

Los elementos en rebeldía reciben, cada mes, sueldos de, cuando menos, dos mil cuatrocientos euros –unos cuarenta mil pesos de acuerdo a los fluctuantes tipos de cambio actuales-, y reclaman que los “mozos” catalanes perciban hasta tres mil doscientos euros en el mismo periodo –unos 56 mil devaluados pesitos, casi dos mil por cada jornada de trabajo-.

¿Qué les parecerá a nuestros policías condenados a sueldos muy bajos, incluyendo aquellos que se mantienen en el frente de guerra contra las drogas?¿Nos dirá el “espejito” que en esto anida la corriente corruptora que deviene de cárteles y bandas multinacionales? Abundaremos, claro.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

viernes, 15 de octubre de 2010

PROBLEMAS DE REBATIÑA

PorRedacción / EL MEXICANOviernes, 15 de octubre de 2010
Se publicó en: Edición impresa Otra vez, la rebatiña. Hace unos días recordábamos las recomendaciones que los correligionarios de Andrés Manuel López Obrador le hicieron a éste cuando comenzó a observarse, durante la campaña de 2006, un claro descenso en las tablas de simpatía aun cuando se conservara arriba. Le dijeron, entre otras cosas, que era necesario, indispensable, que comenzara a hablar “como presidente”, esto es con una visión global menos cernida a los apotegmas partidistas y obviamente con disposición para conciliar pues, en todo caso, de llegar a Los Pinos sería necesario conciliar para poder construir el andamiaje del futuro.
López Obrador escuchó, sin reparos e incluso aparentó haber sido convencido, también en cuanto al imperativo de no guerrear con el entonces presidente Fox con quien no competía directamente y cuya popularidad iba y venía al ritmo de las campañas mediáticas, con sostenes financieros en la iniciativa privada, que modificaron las descalificaciones por una actuación francamente mediocre con desembocaduras hacia una falacia muy rendidora: sufría, expresaron, los costos de la democracia y la consiguiente parálisis generada por los contrapesos, el Legislativo sobre todo. Fox, marginado por voluntad propia en el transcurrir del quinto año de su sexenio, tomó nuevos bríos hasta convertirse en eje de la plataforma panista asegurando con ello su impunidad. Es indispensable no olvidar.

¿Y qué hizo Andrés Manuel? Sencillamente, lo contrario a la opinión de sus más allegados: templó más el filo de su verbo contra aquel mandatario y le llamó “chachalaca” subrayando con ello, aunque acaso no fuera su intención, una postura intolerante que fue vista y medida como anuncio de temporales autoritarios. No puede precisar cuentos puntos perdió en la escala de los consensos pero, sin duda, habilitó a quienes insistían en emparejar los cartones como sustento de la alquimia sofisticada, no generalizada, que hundió al abanderado de la izquierda y marginó a los quince millones de mexicanos sufragantes por esta causa.

Ni siquiera, a partir de los desenlaces infortunados –aquella asunción de Calderón en medio de un auténtico corral de comedias, con las curules convertidas en valladares y los gritos estentóreos como marco, se dio alguna ponderación, en cada bando radicalizado, para no perder de vista que el país estaba partido por mitad y que quien ocupara la Presidencia lo haría, sin remedio, con la oposición de la mayor parte de los votantes y sólo el apoyo de una tercera parte de los mismos, algo así como uno entre cada cinco empadronados considerando a los abstencionistas.

Recuerdo, en aquel entorno de crispación que fue la antesala de la violencia desbordante, una leyenda colocada, en un monumental, cerca de la Universidad de León a donde acudí a dialogar con los jóvenes plenos, sí, pero de interrogantes: “AMLO: no te olvides que por ti no votó el 65 por ciento de los mexicanos”. Cuando me pidieron mi opinión sobre el aviso promovido por las mismas manos que fabricaron la campaña negra sobre el “peligro para México”, las del español reaccionario Antonio Solá, icono de la publicidad derechista en la Hispania brava igualmente radicalizada de nuestros días, respondí, convencido:

--No me parece mal el recordatorio. Pero, para que fuera justo sería necesario colocar otro aviso, similar, enfrente: “Calderón no olvides que por ti tampoco votó el 65 por ciento, no de los mexicanos, sino de los electores”.

Y ello porque era necesario considerar igualmente a quienes, por diversas causas –algunas de ellas legítimas-, optaron por no acudir a las urnas, lo que dramatizada la proporción: los sufragios por el PAN, de acuerdo a la estadística oficial controvertida, sólo amparaban al quince por ciento del global. No era razonable, en tales términos, argüir que “los mexicanos” habían dicho la última palabra porque la mayoría de éstos, sin género de duda, repelía al aspirante panista.

Pese a lo anterior, insisto, no hubo el menor ejercicio de humildad en quienes se exaltaron como hipotéticos “vencedores”. Al contrario: desdeñaron a los contrarios –aglutinados en el 65 por ciento de los votantes que se inclinaron por otras opciones, incluyendo el desfondado PRI-, y consideraron legítimo, como producto de una democracia que no se cierne a la voluntad mayoritaria, el arribo de Calderón a la Primera Magistratura. Desde entonces, en la misma línea, se optó por minimizar, marginar e ignorar a cuantos, millones de personas, no cruzaron el emblema blanquiazul. Con esta misma, penosa deformación, se ha pretendido gobernar a México desde diciembre de 2006.

Fue peor, en el colmo de la hipocresía, el señalamiento oficialista, luego de un semestre desde la toma de posesión a trompicones, acerca de que la crispación había pasado en obsequio de un gobierno, el de Calderón, cada vez más reconocido. Quisiera que quienes arguyeron esto, confrontaran hoy sus propias palabras. Siquiera, digo, para que pudieran explicarnos los porqués del desastre actual... el que se observa a cada paso y no el escenario mediático presentado a través de las entrevistas cómodas al mandatario de medio tiempo.


Debate


Para hablar como presidente se requiere, en primer lugar, creer en su propio liderazgo. No se puede asumir, hacia dentro, lo que es imposible reflejar por fuera. Ni es factible mostrarse conciliador cuando en el quehacer personal se privilegia lo faccioso. Las personalidades y los perfiles no se inventan.

Andrés Manuel López Obrador, inmerso en su ansiedad aguda, no reparó cuan importante era mostrarse sereno, aun cuando ejerciera la crítica, ante un conglomerado ciertamente lastimado pero ávido de observar hacia delante con la esperanza que, aunque se ofreciera retóricamente, se diluía al menor análisis de una realidad agobiante, con las mafias apretando y los ánimos encendidos por la senda de la confrontación. Y perdió la oportunidad de ponderar sus proclamas dando cauce al amañado estigma del “peligro”, tan bien construido por lo expertos en manipulación colectiva.

¿Qué ha sucedido desde entonces? Entre otras cosas, que ya nadie habla “como presidente”; no quienes encabezaron a los partidos que llegaron en punta a la recta final del 2006; tampoco los postulantes de la nueva hornada, confundidos por el estado de cosas que los mueve a guerrear, en cada momento, con sus adversarios, extendiendo descalificaciones sin el menor ejercicio de autocrítica. Ni unos ni otros, constreñidos, acaso también vencidos moralmente, han sido capaces de anteponer los intereses colectivos a sus instintos partidistas. Tal es, sin duda, uno de los mayores dramas de los mexicanos entre tantos oros flagelos agobiantes.

En la línea de la insensibilidad, Felipe Calderón volvió a recurrir a los antiguos apotegmas y confirmó que sólo veía en los simpatizantes de López Obrador a una parvada de “fanáticos” y a éste como confirmación de que es un “peligro” por no haber bajado la cabeza ante la imposición institucional. Y lo dijo, subrayo, quien ostenta la titularidad del Ejecutivo. Esto es: diciéndose presidente de “todos los mexicanos” olvidó que debe hablar como tal.

Ni el menor intento de reconciliación, sólo posible sin tanta dosis de soberbia y altanería; ni el menor respeto por las opiniones divergentes. ¿Dónde, entonces, la vocación democrática?¿Y la promesa de construir un escenario distinto en el que el gran mosaico plural de la República no se desgajara desde sus entrañas?

Y es que, por desgracia, quien ejerce la Presidencia está, de nueva cuenta, en campaña; es decir, convencido de que su obligación es, para ahuyentar los “peligros”, asegurar alevosamente la continuidad política con uso de la parafernalia del poder. ¿Y el cambio prometido?

Perdimos, naturalmente, todos.


El Reto


La cuestión no es si el Instituto Federal Electoral se coloca en la coyuntura entre respetar la libre expresión, la reina de las libertades, y reducir tiempos y espacios destinados al proselitismo. Lo fundamental, en verdad, es alimentar la democracia con comportamientos maduros y sin requerir de prohibiciones que, por supuesto, pretenden mantenernos en el limbo político.

Nada se ha avanzado, para colmo, desde aquellas jornadas poselectorales en las que tantos se sintieron defraudados y sólo un apretado grupo, el de cuantos apostaron por el continuismo, pretendió convencerse de que los comicios, en democracia, “se ganan por sólo un voto”. Un alegato falaz como lo es igualmente la resistencia obtusa de la nueva clase política ante el imperativo de construir un gobierno auténticamente mayoritario.

Fíjense: cuando Calderón habló “como presidente” y propuso, en su iniciativa de reforma política por el momento archivada, las segundas vueltas electorales para posibilitar a la ciudadanía una definición que aglutinara a la mitad más uno de los sufragantes, predominó el espíritu sectario entre las oposiciones que optaron ir contra sí mismas, esto es obstaculizando el crecimiento democrático y cayendo en la aviesa demagogia, su antítesis.

Quizá por ello, Calderón, inhibido, ¿vencido?, ya no ha vuelto a animarse a hablar “como presidente”.


La Anécdota


Por el rumbo de Iztapalapa, en el monstruoso Distrito Federal, se edificó el nuevo “búnker” destinado a la Agencia Federal de Investigaciones. Y allí, recientemente, se realizó un gran acto para subrayar los “avances” en el combate contra el narcotráfico. Para la ocasión, además se convocó a “los familiares” de víctimas de secuestros. Acudieron, al fin, cuatro parejas... y las tribunas se llenaron con personal oficial, igual que durante la celebrada “noche del Grito”.

Uno de los asistentes me contó así su experiencia:

--Nos citaron a las siete de la mañana; a las ocho ya estaba rebosante el lugar. Y, calados por el frío, esperamos a que llegara el señor Calderón a las nueve de la mañana. Dos horas aguantamos al personaje por cuestiones, nos dijeron, de logística.

Para colmo, segundos antes del arribo del mandatario, otro helicóptero aterrizó:

--Y de él descendieron –sigue el relato, la señora Miranda de Wallace y el señor Martí, muy bien arropados. Como si sólo ellos fueran víctimas merecedoras del mejor trato.

El establishment comienza a hacer agua por todos lados.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

jueves, 14 de octubre de 2010

CONSTITUCION EN PUGNA

Desafío Publicación: JUEVES 14 DE OCTUBRE DE 2010

*Constitución en Pugna

*La “Contrarrevolución”

*Arrojo y Desesperanza

Por Rafael Loret de Mola

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Cansado ya de los recurrentes dislates retóricos entre las dirigencias partidistas, el mandatario federal en funciones, los postulantes ansiosos a la Primera Magistratura y cuantos se proponen como cabilderos de todas las controversias, me detengo en la descomposición, cada vez más honda, de la estructura jurídica y política del país. Nunca, como ahora, se ha visto tan cercano el deplorable escenario del Estado fallido y de los intereses que lo promueven, todos ellos perversos.

Una de las principales fuentes en donde han abrevado los “golpistas” institucionales, aquellos que erosionan la estructura republicana basándose en intrigas, componendas y confusiones, es, precisamente, la Constitución General de la República, víctima constante de lo que el maestro Daniel Cosío Villegas llamó, desde la lejana década de los setentas, “El Estilo Personal de Gobernar” –Cuadernos de Joaquín Moritz, 1974-. Porque, sin género de duda, cada mandante, que no mandatario, ha impuesto su sello adaptando los ordenamientos fundamentales a las condiciones y circunstancias de su respectivo periodo. Y ello, por supuesto, desembocó, al fin, en lo que es ahora la Carta Magna: un compendio de profundas contradicciones.

Hace ya varios lustros, no quiero decir cuantos, conversé con el maestro Ignacio Burgoa Orihuela, uno de los grandes constitucionalistas, sobre la posibilidad de que se diera una tendencia en pro de la instalación de un nuevo congreso constituyente a la vista de los cientos de remaches sobre el texto original del documento fundamental. Esperé una reacción apasionada del jurista y, a cambio de ello, me respondió sereno y contundente:

--La mejor reforma que pudiera hacerse a nuestra Constitución es honrar los principios esenciales que ampara. Allí están todos los que ahora se propugnan a causa de las tremendas desviaciones sufridas, desde la autonomía entre los poderes de la Unión hasta la soberanía de las entidades federales que debiera oponerse al centralismo disimulado.

No fue partidario el maestro Burgoa, por ello, de impulsar una nueva Constitución, asumiendo, con razones de peso, que tal podría ser pretexto para cancelar la esencia social de la Carta Magna vigente, garante de la justicia en una comunidad profundamente desigual y, por ende, siempre inestable. Pese a ello, no puede desestimarse el razonamiento contrario que se basa, precisamente, en la permanente erosión de los principios torales como secuela de la tendencia conservadora que anula, de modo paulatino, la esencia misma de los ordenamientos de avanzada cuando ni siquiera se había consumado la revolución rusa de la mano de los bolcheviques.

Al respecto, cabe una anotación de enorme importancia: si bien la Constitución de 1917, gracias a la vigorosa intervención de Heriberto Jara, introdujo normativas de índole “socialista” que confluyeron hacia los artículos 5, 27 y 123, entre otros, a diferencia del marxismo la tendencia nunca fue radical sino, más bien, conciliadora, esto es para posibilitar la convivencia entre sectores sociales encontrados sin requerir de un nuevo, bárbaro derramamiento de sangre.

Esta es una de las tesis principales de una obra singular y de enorme trascendencia, “La Constitución Contra sí Misma”, editada por la Compañía Editorial Impresora y Distribuidora S.A., de la que es autor el maestro Alejandro del Palacio Díaz, misma que recoge, puntualmente, las tremendas desviaciones sufridas por el texto superior, hasta nuestros días, a través, nada menos de ¡cuatrocientas setenta y seis reformas!

Y todavía hay quienes arguyen, demagógicamente, el principio de rigidez con el que se blindaron los principios esenciales –esto es para supeditar las modificaciones al consenso de las dos terceras partes de los integrantes del Congreso-, cuando se evidencia la flexibilidad mañosa con la que la han deshonrado las distintas administraciones sexenales padecidas, rebosantes de intérpretes tramposos y contaminados por las ambiciones personales.

Desde hace largo tiempo, los mexicanos hemos sido testigos del imperio de la impunidad. Sólo por eso, claro, ninguno de los ex mandatarios predadores –y están vivos cinco y, a partir de diciembre de 2012, serán seis si no se extiende antes algún certificado de defunción-, ha respondido por sus graves desviaciones en el uso de funciones supraconstitucionales. Ni siquiera Luis Echeverría, acusado por genocidio aunque haya sido beneficiario de lagunas e interpretaciones banales para exculparlo.

El presidencialismo, que lleva a cada mandatario a cubrirse las espaldas como parte de las facturas por habilitar la transición sexenal, pervive con la fuerza de las complicidades entre pares y la Constitución en calidad de bambalinas.

Debate

Por efecto de torpezas y contradicciones, en la desembocadura de las tantas reformas a la Carta Magna, los mexicanos hemos ido perdiendo, paso a paso, derechos y hasta visión de futuro. Y, claro, los desequilibrios se han ahondado de modo dramático al no existir contrapesos frente a los excesos de los poderes fácticos extendidos gracias a las complicidades políticas.

Así, la tendencia privatizadora ha impuestos sus propias normas, destinadas en esencia a favorecer a los grandes corporativos –últimamente Televisa, que se observa como una especie de fiel de la balanza para la carrera sucesoria en 2012, ha recibido prebendas notables, como las concesiones para operar digitalmente compradas a precios de remate, acaso como parte de las negociaciones con vistas al Palacio Nacional-, en detrimento de los derechos laborales. Allí están, todavía en la calle, los empleados de la antigua Compañía de Luz y Fuerza, como pruebas de la nueva interrelación entre el gobierno y la iniciativa privada, contraria, en esencia, a los postulados constitucionales.

Del espíritu del Constituyente, sabio por lo demás, queda bastante poco. De allí que Alejandro del Palacio, autor de treinta y dos ensayos, académico de Filosofía del Derecho y Teoría Constitucional en la Universidad Autónoma Metropolitana, confirme un tremendo aserto:

“Con el arribo del Partido Acción Nacional (PAN) a la presidencia, la contrarrevolución en el gobierno, convertida en norma constitucional, continúa el proceso de desarticulación del Estado social...”

Una guerra soterrada pero efectiva que va ganando el núcleo más conservador por encima de la justicia social y de las libertades que amparaba el texto original de la Carta de Querétaro. Se ha perdido cohesión y, lo que resulta peor, memoria histórica. Así, la amnesia y la ignorancia colectivas, acaso consecuencia del hastío general ante las interminables discusiones bizantinas de los representantes populares –más animados a defender sus parcelas de poder que los principios rectores y plataformas ideológicas fundamentales, ahora a través de lo que he llamado alianzas turbias-, coadyuvan, sin remedio, al caos jurídico: esto es el choque entre cuanto surgió del vanguardista Constituyente de 1917 y los intereses macroeconómicos amparados en una efectiva regresión moral e histórica.

Por ello, puede concluirse, con Del Palacio:

--“El propio partido gobernante (PAN) resulta víctima de sí mismo y se ve obligado a abandonar el programa basado en las tesis tomistas del bien común para adoptar las tesis del individualismo burgués más recalcitrante...”

Y, además, con un ingrediente notable: el forcejeo entre el Legislativo y el Ejecutivo al ritmo de la exaltación del sectarismo faccioso, numen, por desgracia, de la “nueva” política nacional que pretende cargarle los muertos a la “democracia”, así, entre comillas.

El Reto

Me detengo en uno de los capítulos centrales de “La Constitución Contra sí Misma”. Precisamente el referido al “nuevo régimen” y en el que se desmenuza la demagógica, fútil, reforma que, bajo el foxismo, pretendió incorporar la “transparencia” al quehacer gubernativo para, al final de cuentas, significar un nuevo, inviolable candado contra la información.

“En realidad –explica el autor-, la llamada transparencia no agrega derecho alguno que no pueda inferirse del principio de legalidad, fundamento del Estado contenido en la Constitución en sus artículos 14 y 16, y del principio de publicidad de la ley”.

Lamentablemente, la transparencia, pretexto para ampliar a la burocracia dorada a través de decenas, centenas de comisiones arcaicas e inútiles, pero con cargos muy bien remunerados hasta en los municipios paupérrimos, no ha sido sino escaparate más que recurso para ampliar la libertad de expresión. Porque, para desgracia general, los asuntos de mayor relevancia, aquellos que pudieran explicar los vaivenes incesantes de la clase política a través incluso de la barbarie –los magnicidios y las vendettas entre mafias, por ejemplo-, están encasillados como asuntos que conflictúan la seguridad del Estado y, por ende, reservados durante años. (Así también cuanto se relaciona con los supuestos “accidentes” que marcaron a los sexenios panistas con las muertes de Ramón Martín Huerta y Juan Camilo Mouriño).

El rosario de mentiras explica el sustento del aplastamiento del Estado de Derecho.

La Anécdota

Tremenda conclusión: a cien años de distancia, desde el movimiento revolucionario que confluyó hacia la Constitución de 1917, nuestra Carta fundamental está bastante peor que en el principio, acaso maniatada y afrentada por la parvada de intérpretes y leguleyos al servicio del poder central. Así lo planteo al maestro Del Palacio quien extiende la sentencia:

--Sí, es bastante peor el escenario. Porque hace una centuria, pese a la violencia de toda Revolución, existía la convicción sobre un mejor mañana y ello obligaba a ser creativos y visionarios a los mexicanos. Hoy, también bajo la violencia pero ésta sin ideologías, priva la desesperanza.

Duele, pero no ha lugar a réplica.

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Rafael Loret de Mola
Escritor