martes, 8 de noviembre de 2011
CENSURA EN CRECIDA
Desafío Publicación: LUNES 14 DE NOVIEMBRE DE 2011
*Censura en Crecida
*Parodia y Nepotismo
*Cursilería Extrema
Por Rafael Loret de Mola
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La carta que envió Héctor Suárez al principal accionista de Televisa, Emilio Azcárraga Jean, revela hasta que punto vamos en retroceso en cuanto a la libertad de expresión. Sin duda, el mejor de los cómicos mexicanos de la actualidad –el que apueste por Brozo, cuya imaginación sólo alcanzó para añadir una erre al nombre de un célebre payaso de sonrisa estentórea y alma blanca, aceptará su condición de rehén de las pantallas chicas y de la empresa líder en el renglón, siempre dispuesta a capitalizar los eventos deportivos y políticos-, fue cesado de “Iniciativa México” –no me explico porque no renombra Iniciativa Televisa para ser más precisos y no involucrar el nombre de la patria en cuanta aventura mercantil se emprende-, porque pretendió hacer críticas al poder político, como siempre lo ha hecho, en momentos en los que el demandado cambio parece haberse convertido en regresión.
Malos tiempos son éstos para la crítica, atenaceado por censores con mentalidades gerenciales y, por ende, temerosos de ser puestos fuera del cerco corporativo por aventurarse a señalar las ominosas conductas de los llamados “servidores públicos”. Insisto: nunca como ahora, ni bajo la “dictadura casi perfecta” –nombrada así por Mario Vargas Llosa, frustrado aspirante a la Presidencia de Perú y novelista universal-, se había llegado a este nivel de intolerancia y de insensibilidad contra quienes pretendemos ejercerla como un contrapeso real a los excesos del poder político.
Ya narré las tremendas vicisitudes que debí enfrentar cuando Océano “de México”, una editora con capital español y como tal parte de la reconquista que llevan adelante los consorcios ibéricos que ya hasta se adueñaron del Hipódromo de las Américas y del Centro Banamex que lo circunda, a través de la empresa CIE, optó por censurar mi obra más reciente arguyendo cualquier cantidad de perogrulladas. Lo hizo sin el menor recato, ofreciéndome como una especie de liquidación –tras una decena de libros publicados por la misma compañía-, un miserable anticipo a cuenta de regalías. Y con ello me obligó a tocar puertas, como no lo hacía desde hace tres décadas, en demanda de un valiente que se atreviera a publicar una obra de análisis político en donde no hay un solo insulto pero sí infinidad de denuncias sufi9cientemente acreditadas. Recuérdese que este columnista jamás ha sido desmentido públicamente por cuanto ha escrito. Eso sí: cuando ha sido necesario rectificar, por algún error de contenido, lo he hecho de inmediato. Así he procedido siempre.
Los malos tiempos para “Nuestro Inframundo. Los Siete Infiernos de México”, no han terminado. La distribución de la obra ha sido lenta y gradual por las explicables limitaciones de los encargados de realizarla a pesar del apoyo de JUS, una de las escasas editoras con capital mexicano –al frente está el chihuahuense Bernardo Domínguez quien me tendió la mano cuando más desesperaba-, para surtir porque ni siquiera era proveedor de Sanborns, la cadena que más libros vende en distintas regiones del país como efecto del cierre de decenas de librerías, acotadas por las constantes advertencias de “la superioridad” y la imposibilidad de sostenerlas por la ausencia notoria de lectores en una de las naciones latinoamericanas que menos se acerca a los libros. Si no fuera por los libros de texto gratuito, el filón de las editoras cómplices del gobierno, México tendría uno de los peores niveles de lectura per cápita.
Sea ésta una explicación para tantos lectores, de buena voluntad, que me han buscado para hablarme de lo difícil que ha sido para ellos encontrar el texto mencionado, alargándose la espera como no había sucedido, insisto, nunca antes. Tal es la manera, pese a las buenas voluntades encontradas, de asfixiar a una obra crítica hasta el límite de la resistencia de su autor. Aún así, persevero a sabiendas de que los libros por venir tendrán que pasar por una amarga senda plagada de obstáculos.
Y no sólo eso: al mismo tiempo los autores mexicanos sufren lo suyo porque e mercado está inundado con los remanentes de los volúmenes que no tuvieron salida en España, sobre todo, y con la arribazón de trepadoras de importación que pretenden venir, bajo contrato, a “enseñarnos” a los mexicanos cómo se hace crítica como negocio. Por allí deambula ya una conocida argentina, la señora Wornat, quien se queja de ser amenazada por una obra que dice presentará sobre el sexenio de Calderón. Eso sí: cómo le hacen el juego los medios con mentalidad de conquistados que se estremecen ante los extranjeros y limitan a los mexicanos.
La perspectiva no puede ser más dolorosa, además, porque aumentan, día a día, el número de colegas asesinados con el pretexto baladí de que son parte de las víctimas -o bajas- de la guerra entre las mafias. La cuenta va en setenta y cinco y sólo nos separan tres del abyecto mandato de Miguel de la Madrid. Por desgracia, la realidad es otra porque la represión mayor viene de las fuentes gubernamentales y no de los criminales bajo la férula de los “capos” a quienes les encanta ser mencionados en los periódicos. ¿No han notado, los amables lectores, que las vitrinas y góndolas en donde se exhiben libros, están repletas de volúmenes sobre los cárteles, los padrinos y demás señores relacionados con el narcotráfico y la delincuencia organizada? En cambio, si se toca a la clase política la censura revienta y esto, por sí, plantea cuáles son las prioridades de una administración o un régimen absolutamente malogrado.
Debate
Mientras ocurre todo lo descrito, las familias del establishment se solazan bajo el manto de la impunidad. Nadie imagina cuánto administra, ya desde ahora, Margarita Zavala Gómez del Campo, eso sí con mayor discreción que su antecesora Marta –sin hache porque así se presentó en su acta de nacimiento y no a criterio de quien esto escribe-, para blindar económicamente a su familia –a todos, incluyendo a los cuñados incómodos que hablan de mafias cuanto observan al PRI y al PRD sin mencionar a la propia-, después de diciembre de 2012.
Por otra parte, las parodias del nepotismo ramplón se aceleran, como ayer en Michoacán, ante el asombro de la mayor parte de los mexicanos. Primero ocurrió en Coahuila por un desorden gregario que culminó con la exhibición de los Moreira a nivel nacional cuando parecía que el PRI había encontrado un dirigente capaz de mantener la unidad. Pero no. La obsesión fraternal pudo mucho más que los intereses generales y dio lugar a la repetición de los escenarios en los que un hermano sucede a otro, cuando el mandatario federal con un simple “¡Suerte Cocoíta!” convocó a la simulación grotesca de una democracia anclada en los chantajes mutuos y los acuerdos soterrados. Nunca, vuelvo a decir, habíamos llegado a tal grado de amoralidad pública.
Si en materia de libertad de expresión vamos para atrás –yo espero que la Fiscalía Especial para la Atención de los Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión me demuestre que contamos, siquiera, con una ventana hacia la justicia, tras las denuncias interpuestas contra los farsantes de Océano-, también es lamentable que los tumores malignos del viejo sistema se acrecienten y expandan como viene sucediendo con el nepotismo, antes ferozmente perseguido por los panistas que hoy lo exaltan y festejan dentro de sus mentalidades gregarias con muchos ingredientes de complicidad.
Las consecuencias, en este momento, están demasiado a la vista.
La Anécdota
De nueva cuenta arremeten los antitaurinos contra un espectáculo de innegables raíces culturales y rasgos de grandeza excepcionales. Uno de ellos propagó, recientemente, que uno de los horrores de la fiesta consistía en que al toro, todavía sin estar muerto luego de la puntilla según dijo, en el ruedo mismo, se le mutile para entregar orejas y rabos como trofeos a sus lidiadores, un tema bastante marginal porque la concesión de apéndices sólo es vista como marcador por quienes carecen de sensibilidad y no reparan en la esencia de la tauromaquia.
Consulté al respecto con varios veterinarios y hasta médicos de altísimo nivel y confirmaron lo que ya sabía: el toro muere en el ruedo tras ser apuntillado y por tanto no sufre cuando le cortan las orejas como tampoco debiera sufrir durante la lidia salvo por los abusos en los aceros, sobre todo las puyas, ilegalidad que cometen los diestros tramposos contra el propósito del buen aficionado por exaltar los verdaderos valores, el de la bravura sobre todo, por encima de las triquiñuelas por desgracia presentes en toda actividad humana. Abundaremos.
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E-Mail: rafloret@yahoo.com.mx
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Rafael Loret de Mola
Escritor
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