domingo, 20 de febrero de 2011

AUTONOMÍA O SOBERANÍA

Desafío Publicación: LUNES 21 DE FEBRERO DE 2011

*Autonomía o Soberanía

*Motivaciones Ocultas

*Chantaje Presidencial

Por Rafael Loret de Mola

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Si en México fuera real la autonomía entre los poderes de la Unión, y las interrelaciones institucionales no dependieran de los chantajes mutuos y sostenidos entre los actores políticos de distintas filiaciones partidistas, hace tiempo que el mandatario Felipe Calderón habría sido citado por el Congreso con el propósito de que informase sobre algunas decisiones y acuerdos tomados por éste sin conocimiento de los legisladores en asuntos de la competencia de éstos, como los referidos a la política exterior del país cuya regulación depende del Senado.

En el reciente escándalo proveniente de Francia para exigir la liberación de una mujer que en México ha sido sentenciada como secuestradora –un delito que inflama la sensibilidad general por tanto dolor inferido a las víctimas y a quienes velan por ellas-, trascendió un punto que, desde luego, ha sido grotescamente minimizado: el presidente francés, Nicolas Sarkozy, recibió la promesa de Calderón de que la señora en cuestión, Florence Cassez, sería liberada. Y, por tanto, como muestra de buena voluntad, Sarkozy tuvo la ocurrencia de dedicar el presente año, en su país, a la exaltación cultural y artística de México acaso para compensar con ello a su par por los efectos jurídicos internos de la excarcelación.

De haber sido así, como explican los funcionarios franceses, Felipe Calderón sería responsable de varias conductas política y jurídicamente incorrectas. Primero, en la perspectiva diplomática, al engañar a un mandatario extranjero, además uno de los más influyentes del mundo, brindándole una promesa a sabiendas de que no sería cumplida y exhibiéndose, por tanto, como un elemento no confiable, sin palabra, lo que en los foros institucionales descalifica y hunde.

Pero, además, el desplante calderonista habría puesto en jaque a los otros poderes de la Unión en condiciones de supeditación, de facto, al Ejecutivo. Con ello, los jueces tendrían derecho a querellarse contra el atropello y los legisladores deberían proceder a deslindarse de lo acordado por el mandatario mexicano, fincándole responsabilidades por causas graves –es decir, el sometimiento a una soberanía ajena contra la dignidad nacional-, lo que le colocaría incluso ante la posibilidad de dimitir al cargo que ostenta. (Al presidente de la República sólo puede reconvenírsele por causas graves o traición a la patria lo que otorga al Legislativo condición de poder superior por cuanto representa y aglutina a la soberanía popular).

Vamos a más. Si en México la diplomacia se ejerciera dignamente, y no bajo el vasallaje de los fuertes, no sería tolerable, de modo alguno, que las potencias condicionaran unilateralmente a los mexicanos sin reacción similar por parte de nuestro sumiso gobierno. Dos episodios recientes, ya bajo la férula de la derecha, nos plantean los daños infringidos y tolerados al honor nacional: la imposición de cuotas más altas y de un fichaje electrónico a los mexicanos que se introducen al territorio estadounidense y la decisión del gobierno canadiense de exigir visas a los mexicanos desde 2009. En uno y otro caso, nuestro gobierno bajó la cabeza lastimosamente.

En cuanto a la nueva carga ofensiva por parte de las autoridades de Estados Unidos, con la supuesta justificación de proteger sus fronteras luego de los atentados terroristas de septiembre de 2001, trascendió, por letra del ex embajador estadounidense en México, Jeffrey Dabidow –“El Oso y el Puerco Espín”, Grijalbo, 2003-, que una de las reacciones de nuestro singular gobierno se dio por iniciativa del entonces Canciller, Jorge Castañeda Gutman –quien ahora se pretende irreprochable para medrar entre la socialité-, y consistía en arengar, aprovechando la tradicional ceremonia del Grito en Palacio Nacional, en pro de las víctimas de Nueva York como un rasgo de solidaridad. Y fue el embajador Davidow quien oprtó por disuadir a los altos funcionarios mexicanos considerando las tremendas cargas históricas que ello supondría. Cuando la lacayunería no tiene límites no puede hablarse de soberanía.

Respecto a la prepotente imposición canadiense, nuestro gobierno se limitó a protestar tímidamente durante un periplo del mandatario Calderón por las tierras de las hojas de maple. Fue hasta allí, sometiéndose de hecho a las nuevas reglas, arguyendo que para los mexicanos era prioritario conservar la buena disposición de nuestros “socios comerciales” y, además, las nutrientes del turismo. No lo dijo pero estableció que estábamos en evidente desventaja porque no podíamos siquiera resarcirnos de la ofensa.

Esto es: ni pizca de reciprocidad, con la cabeza baja, perdimos la solvencia moral y política para exigir respeto a nuestra soberanía. De todos los males infringidos a los mexicanos, éste, sin duda alguna, es el de mayor costo por cuanto significa el sometimiento irrestricto a la voluntad discrecional de los fuertes. ¿No se tipifica así la traición a la patria?

Por eso ahora cualquiera, y por cualquier asunto, le falta al respeto a México y cuanto representa.

Debate

Calderón presenta como rasgo de dignidad la réplica al gobierno francés, argumentando que en México, como en Francia, “los jueces son independientes”. Sólo le faltó expresar al embajador mexicano en Francia, Carlos de Icaza, lanzar vítores a la insurgencia judicial para situarla incluso muy por encima de la condición de autónoma que, según parece, no es suficiente.

Hagamos una breve crónica de dos sucesos que delinean la manera como los gobiernos de derecha actúan en los planos internacionales. En primer lugar, la posición de nuestro gobierno de no apoyar la invasión estadounidense a Irak en 2003, cuando la delegación mexicana desempeñaba la presidencia del Concejo de Seguridad de las Naciones unidas, elevó por un momento el nivel de la diplomacia subrayando la validez y vigencia de la Doctrina Estrada en donde anida el principio medular de autodeterminación de los pueblos.

Pese a ello, los costos fueron tremendos. El belicoso George Bush junior, entonces en la Casa Blanca, no perdonó el gesto y cerró las llaves de los auxilios financieros. Además, su distanciamiento notorio respecto a su par mexicano, Vicente Fox, obligó a éste a mantener una especie de cruzada para semblantear al norteamericano, forzarle a una sonrisa y expresarle, tácitamente, una suerte de perdón para regresar al punto de partida, es decir a una correlación casi incondicional... por parte de nuestro gobierno, claro.

Al respecto no puede soslayarse la versión del ex presidente Carlos Salinas en el sentido de que, contra lo percibido por la sociedad, la administración foxista sí se inclinó, en principio, a favor de las acciones de guerra en Medio Oriente y sólo después calculó que podría sacar provecho si se mantenía al margen acompañando a otros gobiernos, el de Francia sobre todo, que no accedieron a formar parte de los invasores. Los resultados, finalmente, fueron humillantes.

El segundo hecho lo tenemos más presente y es al que nos hemos venido refiriendo en los días recientes. Pareciera, sólo eso, que Calderón, quien ya se disfrazó de Madero para recordar la histórica “Marcha de la Lealtad” en 1913, ahora pretende rememorar histriónicamente al general Ignacio Zaragoza en el nicho de la patria erigido sobre los cerros de Loreto y Guadalupe: ¡duro contra los franchutes! Pero no es así porque, en principio, se sometió a la presión del francés Sarkozy y después lo dejó con un palmo de narices pretextando, solemnemente, su adhesión institucional al poder Judicial, autónomo que no independiente.

Nada más alejado de la realidad. La verdad pura y llana es que con este diferendo, ahora desbordado hasta el nivel del G-20, el señor Calderón protege, y sólo eso, a su incondicional secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, cuyos excesos en el proceso contra la señora Cassez brindó a ésta elementos suficientes para su defensa con soslayo de su presunta participación con la banda de secuestradores encabezada por su novio, Israel Vallarta. Todo lo demás es consecuencia.

El Reto

Si en México rigiera, en verdad, la soberanía popular, Felipe Calderón sería llamado a cuentas, no sólo en torno a las posibles secuelas de enfermedades crónicas –un tema que le enciende y le lleva incluso, según la versión de algunos de los involucrados, a intercambiar chantajes mutuos con relevantes actores políticos-, sino para demandarle acciones concretas para limitar a los miembros del gabinete desbordados, como Genaro García Luna ahora. No blindarlos, como hizo con Luis Téllez Kuenzler y Juan Molinar Horcasitas, sino someterlos al imperio de la justicia. ¿Acaso no tiene preeminencia la soberanía popular sobre la discrecionalidad presidencial?

Según trasciende, el mandatario de medio tiempo ha optado por manejar el látigo, esto es acorralando a quienes lo cuestionan, para iniciar la limpia de cara a la sucesión presidencial en 2012. En ausencia de liderazgos definidos –pensar que Santiago Creel tiene esta condición es una inmensa necedad-, la oficina de la Presidencia aprieta y estima que es indispensable recercar, una vez más, la exaltación al presidencialismo autoritario. Otra vez, y no sé cuántas han sido, retornamos al punto de partida.

La demagogia ramplona ya no aguanta un desplante más.

La Anécdota

Corría 1986 cuando el entonces presidente de la República, Miguel de la Madrid, llamó a dos de sus secretarios de Estado, Manuel Bartlett, de Gobernación, y Carlos Salinas, de Programación y Presupuesto, y les dijo:

--Uno de ustedes será el próximo presidente. Por eso les conmino a mostrarse como amigos, sin ataques soterrados, dejarse ver con sus esposas, para desactivar golpes bajos.

No obstante, igualmente trascendió que Bartlett, a cambio de su derrota en la justa presidencialista, hizo ver al mandatario y jefe suyo, De la Madrid, que contaba con información confidencial bastante como para asegurarse porvenir e impunidad... aunque no fuera señalado candidato. Y, por supuesto, se salió con la suya gracias al tremendo chantaje que se cernía sobre las preferencias y veleidades íntimas de quien ejercía el poder.

¿No es suficiente lo anterior para imponer el interés público a la monserga de la vida privada intocable?

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Rafael Loret de Mola
Escritor

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