lunes, 30 de agosto de 2010

DE LA C0FRADIA DE LA MAN0 CAIDA

Se publicó en: Edición impresa

Cuando en 1993 publiqué “Presidente Interino” –Grijalbo-, retratando las debilidades y suciedades de una gobierno atrapado por la impudicia política y sostenido por las alianzas corruptoras, no pocos se escandalizaron si bien descalificando las denuncias sostenidas subrayando que el autor había abusado de su libertad de expresión casi de manera irresponsable. Unos centraron su atención en la saga criminal del presidente protagonista de la novela quien comenzó su vida matando a una servidora doméstica y la exaltó liquidando a quien él mismo había señalado como su heredero. En marzo de 1994, seis meses después de haberse difundido esta versión, por cierto escrita a finales de 1991 y mantenido en la congeladora bajo el sello de “demasiado peligrosa”, el desenlace planteado se hizo realidad.
Otros lectores también concentraron su atención en lo que denominé entonces “la cofradía de la mano caída”. Bueno, la verdad es que la obra ostentaba, en el primer borrador otro título: “Claveles en Palacio”, mismo que se explicaba por los extraños devaneos de la clase política en el poder y los subterfugios utilizados para asegurar fidelidades a costa de extender, digamos, ciertos ritos dominantes relacionados con la virilidad subastada. Dos años después, en 1995, “Alcobas de Palacio” –igualmente editada por Grijalbo-, respondió al reclamo de mayor certidumbre sobre enlaces, modus operandis y compromisos soterrados entre quienes integraban el grupo.

Recuerdo, en una reunión en casa previa a la realización del trabajo referido, el estupor de unos de los comensales, precisamente Andrés Manuel López Obrador a quien secundaron, de hecho, los demás:

-No te metas con los homosexuales –advirtió el tabasqueño-. Son tremendamente vengativos, no tienen límites.

Intenté convencerlos, sin éxito, de que la trama no pretendía ser homofóbica –esto es para denostar a quienes tienen apetencias íntimas con los de su mismo sexo-, sino planteaba la existencia de una “cofradía” amafiada que incluía la homosexualidad como si se tratarse de una especie de rito de iniciación:

-A los políticos –precisó el propio Andrés Manuel- no les importa que les llames ladrones y asesinos; pero no soportan que los clasifiques como maricones.

La tremenda deformación me llevó a considerar que las alianzas íntimas, de alcoba, consolidaban las complicidades porque, desde luego, el mayor de los secretos compartidos permanecía entre las cuatro paredes de la recámara y en la memoria de los reclutas.

--Para acceder a las fuentes del poder –bromeé-, es necesario tomar unos “cursos intensivos” entre sábanas. Después los ascensos están garantizados.

Aquello, por supuesto, contrastaba notoriamente con lo que una inolvidable colega, Margarita Michelena -¡cómo nos hacen falta sus ironías!-, llamó el “nepotismo hormonal” para calificar así la debilidad de los esfínteres presidenciales, los de José López Portillo para ser exactos, dominados por sus amantes femeninas y otras faldas –la madre, las hermanas- que lo acotaban. De aquella asfixia pasamos a otra con el finiquito sexenal inevitable. Y lo peor es que, andado el tiempo –desde 1982-, la cofradía creció y se hizo sólida y fuerte, tanto como para influir determinantemente en el juego de mayor peso político, el de la sucesión presidencial nada menos.

Había, pues, que tomar los riesgos. Y me propuso hacerlo advirtiendo, insistiendo, que no se trataba de un pretendido linchamiento contra los “homos” –al fin y al cabo cada quien es dueño de sus preferencias sexuales y de su cuerpo-, sino de exhibir las redes soterradas del poder real bajo las mil columnas de humo de las simulaciones. Y así se entendió: los libros de referencia y los comentarios posteriores no han sido blancos de señalamientos por parte de los grupos lésbico-gays ni el autor ha recibido presión alguna por parte de éstos en sus presentaciones ni en las múltiples conferencias dictadas por todo el país. De tratarse de textos homofóbicos, por supuesto y dado el importante número de lectores que se acercó y se acerca a los mismos, la reacción acaso, y con razón, habría sido como la esperada por aquellos contertulios de hace años. Al fin y al cabo lo que pesó fue la denuncia y su contexto no las interpretaciones malsanas y tendenciosas.

Para infortunio general, las cofradías permanecen. Hace poco un amable lector me preguntaba sobre la nombrada “de la mano caída” suponiendo que los panistas, por aquello de la hermandad del “yunque”, la habían desterrado. Y debí responderle que no era así con evidencias suficientes sobre los devaneos de no pocas figuras con esta filiación del Estado de México, Guanajuato, Jalisco y el Distrito Federal. Vuelvo a subrayar: no me refiero a los homosexuales sino a cuantos hacen de esta tendencia una auténtica profesión de fe política. De allí la diferencia. Y por desgracia, el amafiamiento sigue campeando y no parece factible, a corto plazo, segregarlo de la vida institucional.

Podemos situar la consolidación de esta cofradía en el arranque del gobierno delamadridiano. José López Portillo, al pie de la tumba de quien fue amigo suyo, el general Arturo Durazo Moreno --extraditado y confinado varios años por delitos relacionados con la alta corrupción--, escuchó durante la oración fúnebre en voz de un militar de carrera, estrujado el ex presidente por la decrepitud, la sentencia terrible:

--Al general Durazo –dijo el oficial- le infamaron por haber denunciado a la “cofradía de la mano caída” que cambió la historia de este país.

Don José, atrapado por los años y las enfermedades, sólo asintió con la cabeza.

Debate


En 2001, en mi libro “Los Cómplices”, bajo los auspicios de Océano, subrayé el peso de las cofradías en la vida policial. Así titulé, precisamente, uno de los capítulos más delicados en los que, entre otros casos, recogí la versión de la viuda de Juan Manuel Izábal Villicaña, ex oficial de la Procuraduría General, a quien se infamó para encontrar un justificante para el supuesto “suicidio” –a las puertas de su casa y dentro de su automóvil-. La señora también llegó a una conclusión terrible que entonces divulgué:

--Debo decirle que mi esposo –expresó, vehemente, la viuda- era el único que no era homosexual entre todos los de mando superior en la Procuraduría. Bueno... tampoco Mariano Herrán Salvati –subprocurador encargado de la persecución de los delitos contra la salud a lo largo de la administración zedillista-.

Pese a ello, meses después de haberse publicado esta versión, a la que accedí con consentimiento expreso y a petición de la propia señora de Izábal, ésta me esperó en el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez –a donde acudí por invitación expresa de mi inolvidable amigo, Conrado de la Cruz Jiménez-, en la zona reservada para la recogida de equipaje –esto es inaccesible para los visitantes salvo si cuentan con “autorización especial”- y me espetó:

--Usted no sabe cuanto daño ha hecho. Yo no soy nadie para decir quienes son o no homosexuales...

Me sorprendieron sus palabras; de hecho, cuando la observé venir a mi encuentro creí que me agradecería lo publicado aun cuando, en realidad, el agradecido era yo por cuanto de importante fue su testimonio para reconstruir la historia. Me quedé helado con su reacción. Luego descubrí, no sin incomodidad, que el señor Herrán, convertido en fiscal en Chiapas por obra y gracia de Pablito Salazar Mendiguchía, el gobernante represor, la había contratado como una manera de indemnizarla, a ella y los suyos, por los horrores sufridos. Y no quise ni quiero agregar nada más por respeto a la dama y a la memoria de una de las víctimas del establishment.

En obra posterior, “Confidencias Peligrosas”, Océano, 2002-, recogí, en el episodio al que titulé “Procuraduría Rosa”, la singular sentencia del abogado Ernesto Gutiérrez y González:

--Cuando observas a los últimos procuradores generales, digamos desde el periodo de Carlos Salinas, te encuentras, cuando menos, a tres homosexuales definidos... o quizá cuatro.

Sumamos con los dedos... y llegamos al dígito expresado. ¿Una simple casualidad?

El Reto


Encuentro en la edición del domingo 17 de agosto de 2008, en La Jornada, el siguiente titular: “Controlan "cofradías" la estructura de la SSPDF”. Los vínculos son diversos pero no así el modus operandis que significa un reclutamiento con sabor a complicidad extrema. Quizá íntima a veces en un entorno salpicado por las celebraciones y libaciones nocturnas. Es curioso que los “decentes” funcionarios de la nueva hornada, sean panistas o perredistas, hayan optado por un cambio radical: han perdido la proverbial “discreción” de sus predecesores priístas en materia de festejos a la sombra del poder. ¿O será acaso porque ahora los periodistas no sucumben ante la censura aunque estén concentrados en el deplorable “círculo rojo”?

El hecho notable es que las cofradías, como la llamada “Hermandad” situada a la vanguardia de la policía metropolitana –a cada rato cambia de denominación pero no deja de ser policía-, permanezcan y se desarrollen cada vez con menor rubor y más amplia operatividad. En el reportaje citado se habla igualmente de los “Granalocos”, Vieja Guardia, Bachilleres, Licenciados, Excelencia y Administradores, como los grupos forjadores de identidades con acentos cómplices. Han transformado la estructura gubernamental y también modificado el curso de la historia. Como se dijo al pie de la tumba del indefendible Durazo Moreno, el del nuevo “Partenón” -¿ya lo olvidamos?- y antecesor de las orgías y demás celebraciones con el sello presidencialista.


La Anécdota


Finalmente, en mi novela “Las Tumbas y Yo” –Océano- relato la existencia de un grupo secreto, nombrado “El Manto Sagrado”, formado por altos financieros y aristócratas de prosapia capaces de influir decisivamente en el porvenir de varias naciones. Al respecto, Mario Rosales Betancourt, gran amigo de esta columna, me preguntó:

--La existencia de una poderosa organización ultraconservadora, que usted denomina en su novela “El manto sagrado”, ¿es una mera especulación o para imaginarla ha partido de datos reales?

Y ésta fue mi respuesta:

--No es fruto de mi imaginación. Existe. Hay testimonios sobre ella si bien soterrados siempre. Muchos de los hilos de la trama son reales.

Apúntenlo, amables lectores, para no ser sorprendidos dentro de un lustro con la confirmación de lo denunciado.

E-mail: rafloret@hotmail.com

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