viernes, 21 de enero de 2011

MOREIRA Y EL PRI

PorRafael LORET DE MOLAviernes, 21 de enero de 2011
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Se publicó en: Edición impresa Enero está calientito, como se esperaba. Sobre todo porque, en ausencia de ponderación y seriedad, los actores políticos entrecruzan acusaciones y devuelven adjetivos tratando de parecer ingeniosos al construir las consabidas muletillas. El tono, por supuesto, puede ir acorde con la fogosidad de los líderes partidistas, obligados a defender fueros y parcelas de poder, no así con quienes, desde el primer mandatario federal hasta el regidor más humilde, ejercen funciones de gobierno y están obligados no sólo a conservar las formas y la ecuanimidad sino igualmente a responder, sin aspavientos ni injurias, a cuanto se plantee desde los bastiones de la libertad de expresión.
Para decirlo sin eufemismos, es obvio que la llegada de Humberto Moreira al PRI –asumirá formalmente sus funciones el 4 de marzo pero en los hechos ya marcha sobre caballo de hacienda-, desató la euforia polemista de la derecha gobernante que, por supuesto, ya esperaba las andanadas características del ex gobernador de Coahuila; si en funciones de ejecutivo estatal no limitó su verbo ni desplante alguno ante un acosado –específicamente por sus demonios interiores- Felipe Calderón, era obvio que continuaría con la estrategia de exhibir rezagos, medias mentiras y turbiedades demagógicas de sus adversarios... sopesando el riesgo de revires, igualmente duros, concentrados en las deudas históricas del llamado “viejo régimen” a los que los panistas llaman “priorato” como uno más de los pendones de su afectado proselitismo.

Por supuesto, sin restar importancia a los señalamientos sobre las monumentales corruptelas a lo largo del priísmo hegemónico, la dirigencia del PAN soslaya un hecho incontrovertible: fueron los priístas quienes propiciaron, en su momento, las reformas políticas y electorales que posibilitaron la victoria de la primera alternancia en 2000; a cambio, los panistas, desde aquel año emblemático, han sido más bien resistentes a modificar las reglas del juego político: los Fox no movieron un ápice y Calderón no pudo evitar la iniciativa para modificar al Instituto Electoral Federal restando a los funcionarios bajo sospecha, como el anterior presidente consejero, Luis Carlos Ugalde, confeso además. De no ser por ello, la parálisis habría sido total.

Sobre sus frecuentes desencuentros con Calderón, le pregunté a Moreira, alguna vez, si actuaría igual de ser priísta el presidente de la República. Y me respondió, como es él, sin evadirse, que en tal caso tendría la obligación de ser más cuidadoso, por disciplina partidista; y alegó, claro, que el “primer mandatario”, pese a su jerarquía nacional, era visto por él como un formidable adversario político aunque no por ello fuese imposible coordinar acciones entre los gobiernos de Coahuila y el federal.

Precisamente este perfil de Moreira fue el que llevó al priísmo a concentrarse alrededor suyo para lograr un consenso insólito –más en la era en que ha jugado el papel de opositor-, desarticulando a algunos grupos opuestos a este personaje y con inclinación más evidente por la negociación “fina”, esto es en donde las complicidades pueden tejerse en los sótanos mientras se discursa otra cosa. Emilio Gamboa, sin duda, era fiel espejo de este flanco de larga cola y pernicioso andar por las rutas de los chantajes mutuos; y se diluyó sin el menor agobio contra las expectativas de divisionismo.

En idéntica línea, se antoja imparable la postulación de Enrique Peña Nieto a la Primera Magistratura cuando llegue el momento aun cuando, de hecho, la campaña comenzó hace muchos meses. Tiene tiempo para terminar su periodo como gobernador –lo que no pudo hacer Moreira-, y entrar de lleno a las labores partidistas a partir de ello, en septiembre próximo. Como nunca antes, ni siquiera en la cúspide del presidencialismo autoritario que determinaba, “dedazo” de por medio, el curso de la sucesión, había sido tan clara la definición del abanderado dispuesto a “sacrificarse” ocupando la residencia oficial de Los Pinos.

Cuando era el mandatario en funciones quien jugaba el “solitario” para resolver su propio relevo, los semblanteos y golpes bajos formaban parte de la cultura política. Digamos que a estas alturas –enero del año del “destape”-, sólo los muy cercanos a Palacio Nacional atinaban, con certeza, el nombre del ungido. Incluso, en la mente del único juez, el propio presidente, podían darse rebases y modificaciones en la carrera cuando observaba a los “finalistas” tratando de desenredar algunas tramas complejas con las que se medían talentos y condiciones. No había nada seguro, por tanto.

En la perspectiva actual, aun cuando no puede descartarse alguna crisis o una catástrofe violenta como está el entorno, Peña no cuenta siquiera con un contrapeso de mediana estatura. Quienes “sonaban” como posibles sucedáneos a principios del año pasado, se han difuminado por distintas causas: Manlio Fabio Beltrones, el de mayor peso por su conocimiento estructural del sistema, se bajó del carro en cuanto sopesó la enorme desventaja que tenía; Fidel Herrera Beltrán, quien jamás negó sus sueños, optó por reacomodarse dentro del PRI al dejar el gobierno veracruzano sin el menor aliento futurista personal; Beatriz Paredes Rangel huele ya a cadáver político; y, finalmente, Humberto Moreira Valdés ya tiene una misión específica, precisamente la consolidación de Peña. Sin rivales internos, insisto, como en ninguna otra época.


Debate


Sucede al PAN en el ámbito federal lo que al PRI en el Estado de México, demostración fehaciente del paralelismo entre los estilos de gobierno, incluyendo los vicios más acendrados. Felipe Calderón ha sido resistente a permitir a sus colaboradores “presidenciables” que se muestren de más, provocando con ello el consiguiente “adelanto” de sus rivales más connotados, Peña Nieto del PRI y Marcelo Ebrard del PRD en compañía del radicalizado López Obrador. Tres personajes con talantes de líderes a cambio de un gabinete descafeinado.

El planteo es igual en el Estado de México: el PAN ya cuenta con Luis Felipe Bravo, desprendido de la secretaría particular de Calderón con todo y un nada despreciable caudal político; y el PRD señala hacia Alejandro Encinas, ideológicamente uno de los dirigentes de la izquierda con mayor coherencia y solvencia moral a pesar de su fidelidad hacia los arrebatos lópezobradoristas. Dos elementos perfectamente posicionados en el ámbito nacional y conocidos de sobra en el estatal.

En cambio, por el lado del PRI, la oferta es más amplia pero sin que ninguna de las cartas posibles tenga una penetración política similar a las de sus adversarios ya lanzados. Ni siquiera el alcalde de Ecatepec, Eruviel Avila, ni el presidente estatal del PRI, Ricardo Aguilar Castillo, ni los legisladores Ernesto Nemer y Luis Videgaray, tienen los alcances, en cuanto a la percepción del colectivo, de sus antagonistas en ristre. Esto es, insisto, una moneda muy similar a la que está en el aire en el entorno de la sucesión presidencial aunque con distintos colores partidistas. ¿Una mera coincidencia?

Por supuesto, en los días por venir, y antes de que termine enero, las definiciones confirmarán lo explicado con los consabidos cantos a la “democracia”... inductiva. Hay quienes apuestan por la inminente salida de Ernesto Cordero Arroyo de la Secretaría de Hacienda, después de acomodar a sus alfiles en Comunicaciones y Energía, para dedicarse al proselitismo con ocho meses de desventaja respecto a los que utilizó Calderón, desde mayo de 2004, para promoverse luego de renunciar a la Secretaría de Energía con todo y un conveniente diferendo con Fox.

A final de cuentas, el “delfín” parece ser Cordero pese a los rounds de sombra de Alonso Lujambio y las fintas de Javier Lozano. Tampoco cuajó el “caballo negro”, Heriberto Félix Guerra, quien ni siquiera se preocupó por afiliarse al PAN para llenar los requisitos mínimos; acaso, como ya fue candidato de este partido al gobierno de Sinaloa en 2004 sin ser panista, consideró que así evitaba el desgaste de las camarillas. No fue así, evidentemente. Y en cuanto a los “no presidencialistas” del PAN, el senador Santiago Creel y la diputada Josefina Vázquez Mota, sólo parecen bordar fantasías mientras el autoritarismo, al estilo del PAN, hace de las suyas.


El Reto


Las ventajas, por lo expuesto, en la carrera sucesoria son del PRI. La “pole position”, para situarnos en los escenarios automovilísticos. La cuestión sigue siendo, claro, si Peña Nieto aguantará el paso, y las presiones, hasta la culminación del largo proceso y, sobretodo, después. ¿Buen candidato y mal presidente? Ya hemos tenido malos candidatos... que siguen en semejante nivel al ocupar el despacho de Los Pinos, como Calderón. Y también aspirantes populares que finiquitan su mandato bajo sospechas, como el señor Fox.

En este sentido, podría establecerse alguna semejanza entre los Fox y Peña –también “lanzado” desde un gobierno estatal sin disimular sus ansias de candidato-, aun cuando no sean muy favorables para las expectativas del electorado potencial. Todavía el flujo de las decepciones, desde los cauces del 2006, parecen alentar a los abstencionistas reacios a elegir entre opciones que no son, para ellos, las mejores. Lo malo es que tampoco señalan hacia cuáles podrían serlo. El peor de los males endémicos es la negligencia política que surge del escepticismo del colectivo.

Como perros y gatos... en pos de los mismos refugios.


La Anécdota


Con Moreira en el PRI, no pocos auguran la reinstalación del “elbismo” corporativo dentro del partido otrora invencible. Cuando conversé con Moreira en septiembre de 2009, todavía éste en funciones de gobernador, le pregunté sobre su cercanía con “la maestra” –“2012: La Sucesión”, Océano-:

--Con ella hemos tenido –respondió-, se lo digo sinceramente, una relación de amor y odio.

--¿Cómo es eso?

--Tuvo un disgusto enorme conmigo cuando recibí, en Palacio, al senador Manlio Fabio Beltrones. Ella me había telefoneado para pedirme que cancelara y le respondí que jamás lo haría porque mi función no es amarrar navajas. Dejó de hablarme durante meses, pero luego de las elecciones federales (las intermedias, de julio de 2009), se me apareció con los brazos extendidos, eufórica: “¡Hijo mío, ganamos!¡Ven a mis brazos!”. Me imagino que se refería a que, en Coahuila, habíamos recuperado mucho terreno. Y yo, sinceramente, me dejé querer. A las damas hay que tratarlas con mucha consideración.

Hagan sus apuestas, amables lectores.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

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