miércoles, 17 de noviembre de 2010

AUTOCRITÍCA.

PorRedacción / EL MEXICANOmiércoles, 17 de noviembre de 2010
1
Share
Se publicó en: Edición impresa El recurso de mayor efectividad de sendos regímenes de derecha, desde el 2000, es, sin lugar a dudas, la demagogia. El uso de ésta, sobre todo cuando la ausencia de controles tiende hacia la inoperancia del gobierno y la consiguiente parálisis –recuérdese el diferendo de Fox con el Legislativo y la posterior ausencia de iniciativas-, posibilita a los usufructuarios del poder justificarse sin dar siquiera resultados de sus gestiones, esto es como si no hacer nada fuera una notable virtud.
Hace dos semanas, como muestra, Felipe Calderón reconoció que de no sanearse los infectados cuadros policíacos –se cuidó de no hacer mención de los castrenses-, sería imposible abatirse a los grandes “cárteles” y demás bandas criminales que asfixian al país. Dicho tal, en condición de autocrítica, podría parecer correcto si no fuera un mero pretexto para encarar a un auditorio, evadiéndose de la cuestión de fondo: ¿por qué, a lo largo de cuatro años, el titular del Ejecutivo no fue consciente de lo que ahora demanda como imperativo, pero sin comprometerse a algo en concreto?

Habla Calderón, entonces, como si recuperara su antigua posición de dirigente opositor, esto es sin conciencia alguna sobre las funciones y facultades que devienen de su investidura, misma que alcanzó con los vericuetos y desaseos harto conocidos. Lo mismo sucedió con su antecesor, el parlanchín de San Cristóbal –ahora bastante tranquilito luego de los recordatorios presidenciales sobre la evidente negligencia de su quehacer respecto a las mafias y sus crecidas-, quien apenas ocupó el Palacio Nacional se dio en reconocer virtudes y avances que como candidato negó a su antecesor, el priísta simulador Ernesto Zedillo, blindado por la derecha como histórico entregador del poder.

Lo anterior revela que Fox y Calderón desconocían, en buena medida, los deberes del mal llamado “jefe de las instituciones nacionales”, postulándose para un cargo que, en esencia, rebasaba sus reales capacidades. Tal constituye, sin duda, una de las más serias ramificaciones de la aviesa corrupción que tanto señalaron, desde la disidencia, hasta tomarle el gusto al poder y sus consecuencias. Posicionados de la Presidencia, uno y otro han opado por conducirse bajo una regla inescrutable: garantizar, a como de lugar, esto es moral o amoralmente, la continuidad –el continuismo- de su causa y de su grupo. Es decir, la misma obsesión del priísmo hegemónico. Por ello, claro, no fluye la democracia porque se ha encontrado con el valladar de su antítesis, la demagogia.

En la misma línea, más recientemente, en Mérida, el mandatario en funciones se dio a la tarea de loarse a sí mismo por cuanto asegura haber sido respetuoso de la libertad de expresión. En su alegato, de nueva cuenta subrayó que bajo su manto protector ningún periodista había sido reprimido por sus ideas y que, en estos tiempos, cuestionar al presidente es cotidiano. Vamos, como si, desde el otro lado de la mesa, debiéramos aplaudir y agradecer, todos y no sólo los periodistas, por los aires de libertad que respiramos... cuando, en este mismo periodo sexenal, el número de colegas asesinados así como los frecuentes atentados contra los medios –incluso aquellos en maridaje con el poder público-, se han incrementado notoriamente.

Claro, muy a la vista se tiene a quienes señalar como culpables: los criminales, esto es los narcotraficantes específicamente, que han deformado las interrelaciones sociales, arrebatándoles las garantías primigenias a la ciudadanía, mientras el gobierno, limpio y puro según sus panegíricos, no cesa en sus empeños de combatir a los perversos. ¿Acaso no nos han exhibido los cadáveres de Arturo Beltrán, Nacho Coronel y Tono Tormentas, como pruebas irrefutables de la bondad oficial?

El discurso gubernamental no pasa de estos referentes que no son suficientes para transformar la realidad, tan distante del optimismo ramplón. Y eso lo puntualizan las organizaciones no gubernamentales de Honduras que exigen al señor Calderón resultados efectivos, ya no palabras empalagosas, sobre la injustificada represión contra los emigrantes centroamericanos. ¿Puede tenerse autoridad moral para exigir mejor trato a favor de los “indocumentados” mexicanos en los Estados Unidos cuando en México los “ilegales” del sur son tratados como carnadas y peor que animales? Esta ha sido, desde hace varios lustros, una de las paradojas que debilitan y anulan las reiterativas denuncias de nuestro gobierno ante el gigante norteamericano.

Es en este punto en donde percibimos no sólo la ausencia de coherencia en el quehacer oficial sino igualmente la exaltación de las complicidades que inhiben y desvían las falsas buenas intenciones y las conducen hacia el limbo político, allí donde purgan eternidad las sociedades incapaces de sacudirse a los falsarios, los demagogos y los ladinos; es decir, a la clase política a la que basta con manipular para extender dominios.


Debate

No falta quien nos salga al paso, en papel de beata de largo escapulario, pretendiendo fustigarnos:

--Si usted critica es porque hay un presidente respetuoso de la libre expresión. Acuérdese de otros tiempos...

La repetitiva perorata parece fácil y puede penetrar el tejido superficial de cuantos, en ausencia de información cotejada, se dejan llevar por la recurrente publicidad oficial. Esto es, lo mismo que la fanaticada futbolera, rehén de los lineamientos comerciales de las grandes televisoras que impulsan la creencia del “ahora sí” sin el menor sustento, salvo el de la suerte reñida con la capacidad.

Peor todavía es la monserga, difundida cada que llegan los procesos electorales –este año, con motivo de la renovación de doce gubernaturas distribuidas entre el PRI y las alianzas turbias-, respecto a los saldos negativos del pasado cuando, en sentido estricto, una década transcurrida desde la asunción del PAN a la Presidencia es suficiente para señalar al pretérito azul. Pese a ello, hay renglones repletos de sofismas como los referidos a los asesinatos de periodistas –con los casos de Manuel Buendía y Carlos Loret de Mola Mediz, como puntas de lanzas-, para exaltar que, en todo caso, estábamos bastante peor antes.

Cada que leo el mencionado pasquín cibernético no puedo sino rechazarlo por falaz. Porque implica, entre líneas, que en la actualidad no se reprime, cuando es lo contrario, ni se intenta amordazar la crítica, pero se le aísla a golpes de complicidades entre el gobierno y los corporativos, sobre todo con capitales españoles y estadounidenses, que aplican la censura discrecionalmente para honrar sus acuerdos soterrados. Y como si fueran pocas las agresiones contra reporteros –pregunten por Durango o Tamaulipas-, medios independientes y hasta cadenas nacionales a las que se pretende ablandar... por si acaso.

Los rufianes siguen en sus sitios y, peor aún, se extienden como la lepra. Son públicas y notorias las prácticas ilegales de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública y uno de los brazos fuertes del calderonismo, capaz de fabricar expedientes y asegurar persecuciones si las consignas para ello le son dictadas. Las vendettas políticas, videoescándalos de por medio, constituyen una de las armas de mayor calibre para parapetar a los órganos de poder contra los “chantajes” de cuantos se sienten con derecho a cobrar ciertas facturas de índole proselitista. En el 2006 se llenaron con ellas muchos anaqueles.

La libertad, entonces, pende del hilo de las consignas y no deviene del supuesto respeto de Calderón a quienes ejercen la crítica. Ya va siendo hora de desnudar las intenciones.


El Reto

En nuestra obra “Destapes” –Océano, 2004-, puntualizamos cuál fue el origen de los célebres vídeos que intentaron modificar la carrera por la sucesión presidencial en 2006: un entuerto entre las entonces damas más poderosas de México, Martita de Fox, Rosario Robles Berlanga y, desde luego, Elba Esther Gordillo. Todas unidas contra López Obrador por distintos motivos.

En la actualidad, las fraguas se realizan a través de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. El ex titular de la misma, Luis Téllez Cruces, no cesa de señalar que quien fue su subsecretaria, Purificación Carpintey-ro, fue la responsable de filtrar sus agudas conversaciones políticas al amparo de una mano negra. Y, ahora, el reciente escándalo del IMSS, con intenciones de descabezar a la institución, tiene visos de provenir del mismo círculo, entrañable, del “calderonismo químicamente puro”.

Para nadie es un secreto que Juan Molinar Horcasitas, titular de Comunicaciones, señalado por sus frecuentes escándalos –desde el crimen de la guardería de Hermosillo, derivado de decisiones cuando él fungía como director del IMSS, hasta la liquidación tramposa de Mexicana de Aviación-, goza de algo más que el aval superior. Y como el ingeniero Daniel Karam, titular del IMSS, pretendió desmarcarse, contra la pretensión de Molinar de ir juntos en el diferendo sobre las secuelas atroces de la guardería, contra él enfilaron las baterías y los nuevos videoescándalos. Abundaremos.

De este nivel es el gobierno que nos rige.


La Anécdota

Cuando se habla del pasado, por desgracia nada confortante, se considera que, en cualquier caso, las cosas no son peores en el presente. Tengo, como ya lo he expresado, serias dudas al respecto.

Hace unos días, ante un auditorio de jóvenes universitarios, pregunté una vez más:

--Para ustedes, ¿qué es más grave?¿El mal gobierno, con toda su carga de corruptelas, o la ausencia de gobierno que nos conduce a la anarquía?

Sin pretender defender lo indefendible de los regímenes precedentes, aclaro, no me sorprendió la reacción: la inmensa mayoría consideró que los vacíos son mucho peores. Lo sentimos, además, en carne propia.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario