28 de septiembre de 2010
Se publicó en: Edición impresa Aparece en la pantalla una señora madura, descolgando un retrato de la pared. Asegura estar contenta porque, ese día, su hijo Pablo se casará con César. Un mensaje, a cuadro, indicia que tal es una de las historias entrañables de la gran ciudad con el remate proselitista en torno al cuarto informe de gobierno de Marcelo Ebrard Casaubón, una de las figuras claves de la izquierda aun cuando sus ansias de avanzar quizá sean frenadas por el ímpetu del candidato permanente, Andrés Manuel López Obrador, en fase de reconstruir sus plataformas.
El promocional, con cargo al erario claro, se repite en todos los horarios, incluyendo los vespertinos con audiencias infantiles y juveniles. Como si la normalidad expresa fuera la que refleja el aviso destinado a exaltar la buena disposición de las autoridades metropolitanas ante la crecida del movimiento lésbico-gay que ya incluso convirtió a algunas ciudades, de las llamadas vanguardistas, en feudos inescrutables: Ámsterdam, Barcelona... ¿y la ciudad de México?
Aclaro, y lo subrayo, que este columnista no discute el derecho de todos a disponer de su vida sexual como le plazca a cada quien. Tampoco está en contra de reducir los torpes estigmas y, sobre todo, la represión como consecuencia de la aviesa discriminación de la mayoría a quienes son vistos como distintos. No soy homofóbico pero ello no me priva de recoger, como es mi obligación, las opiniones controversiales de numerosos mexicanos a quienes se señala, desde los fueros de gays y lesbianas, como retrógradas, arcaicos y moralmente inaceptables por el solo hecho de disentir de las costumbres y modas que se han extendido como reguero de pólvora.
Sobre el comercial del gobierno defeño, por ejemplo, escuché decir a una ama de casa con acreditaciones universitarias:
--Puede que la postura de Ebrard sea vanguardista; el problema es que no sé si la sociedad está preparada para aceptar los nuevos dogmas en las interrelaciones sociales. Yo no sé cómo responderle a mi hijo pequeño, de seis años, cuando pregunta por qué Pablo y César, dos hombres, se van a casar. ¿Quién va a ser el papá y quién la mamá? La imaginación de los niños es tremenda y no faltan razonamientos tales como el de que alguno deberá privarse de sus genitales para consumar el rol femenino en el hogar. Esto es lo que me asfixia porque no tengo respuestas precisas. Nadie me adiestró para ello.
Sucede que la supuesta conquista de espacios, por parte de los homosexuales que se precian, tantas veces, de desfilar por las calles caricaturizándose –con pantaletas de colores, digo, y meneándose con frenesí sin el menor recato-, ha reducido los escenarios a las mayorías silentes que se sienten agobiadas ante las andanadas mediáticas, disparadas sin cesar sobre los hogares, que exaltan, todos los días y a cualquier hora, las tendencias gays sobre un conglomerado que no sabe como adaptarse ante el fenómeno. Unos, optan por tolerarlo ignorando las manifestaciones diversas; otros, prefieren encerrarse para evitar debates interminables que, por lo general, colocan en la picota a quienes sostienen estar en desacuerdo como si éstos fueran los herederos de los vejadores de otros tiempos.
Ya hemos dicho que, en materia de tabúes, los radicalismos afloran con la mayor facilidad. Hay temas que llaman a exacerbar las confrontaciones extremas sin la menor posibilidad de alcanzar conclusiones válidas para uno y otro bando: el aborto, los matrimonios lésbico-gays y la adopción de infantes por parte de éstos, entre los más frecuentes. No hay puntos medios sino una encarnizada puja por subrayar razones que no se comparten, sencillamente se imponen. Y las mayorías silentes, en buena parte de los casos, se repliegan sin conceder ante la fogosa defensa y el denodado impulso verbal de los actores minoritarios.
Fíjense en un hecho notable, amables lectores: la exaltación publicitaria de los matrimonios entre personas del mismo sexo en la capital del país, no produjo sino unas decenas de esponsales bajo todas las candilejas imaginables. Cada pareja fue promovida como si de redentora se tratara por el hecho de haberse atrevido a mostrarse ante una sociedad curiosa, primero, y asombrada, después, sobre todo por el apoyo ilimitado de una autoridad que basa sus mercados políticos a futuro en el consenso de las minorías.
No se les olvide, digo, que los miembros de los cárteles también votan. Por si quieren reclutarlos. Y, por supuesto, no se trata de comparar una cosa con la otra, desde luego que no, pero si hay algún símil éste es marcado por la frenética ambición de ascender, de algunos promotores de una supuesta nueva moral, en la escala del poder. No importan ideologías, y por eso se alían el agua y el aceite; tampoco limitantes, porque prevalece la idea de que no debe haber barreras de ninguna índole ni siquiera cuando se ponen en riesgo los derechos colectivos.
En esta línea, el gobierno defeño parece empeñado en abanicar cuanto le produzca ganancias mediáticas... como lo hace, en otro sentido, el gobernador mexiquense en la conducción del carro priísta.
Debate
Oteemos, de nuevo, hacia las alianzas partidistas. Bien sabemos que el PAN no acepta ni el aborto ni los matrimonios gays ni, mucho menos, la adopción por parte de éstos de menores. Y el PRD asume exactamente lo contrario, sobre todo porque no puede soslayar que buena parte de sus nutrientes políticas provienen de los movimientos en pro de las nuevas reglas de convivencia... aun cuando carezcan del consenso mayoritario.
Y coloco a los izquierdistas ante un dilema. ¿Se atreverían a llamar a un plebiscito, siguiendo la antigua línea de López Obrador –quien procedía así hasta para fijar la hora-, aceptando el veredicto aun cuando les pareciera contrario a las tendencias modernizadoras de la época? Esto es: si se consulta a los mexicanos, en su conjunto, si están o no a favor del aborto y la mayor parte de los sufragantes se inclina por la negativa, ¿tendrían los miembros de los partidos de izquierda la vocación democrática suficiente para asimilarlo y respetar el pronunciamiento?¿Y si se trata de legitimar popularmente los derechos lésbico-gays, procederían con el mismo talante aun perdiendo?
Porque resulta que en too esto, hasta la Suprema Corte de Justicia parece haberse olvidado de un concepto que debiera ser toral, como ordena la Constitución: la soberanía popular. Por supuesto, no se pretende unanimidad alguna –por lo general inalcanzable, salvo en las autocracias que aseveran interpretar los deseos generales al arbitrio de la clase gobernante-, sino de obtener el consenso mayoritario que, respetando a las minorías pero sin concederles la dirección de eventos y decisiones, determine las señales que deberán prevalecer. De eso se trata la democracia y, por ende, la convivencia pacífica en una comunidad plural.
Está bien pretenderse vanguardista, e incluso liderar causas en gestación. Pero no por ello llegar al extremo de divorciarse de la mayoría para arropar a quienes quieren imponer normas de cohabitación que se contraponen a los intereses generales. Una cosa es, no nos equivoquemos, defender las libertades, la de expresión sobre todo, y otra, muy distinta, convertir a la sociedad en rehén de plataformas que soslayan los derechos del colectivo. Lo primero es deber primigenio de los gobernantes; lo segundo es, tan solo, un mero recurso propagandístico ayuno del elemental sentido de la ética.
Una cosa, en fin, es respetar el derecho a la diversidad sexual; y otra que se obligue a acatar y hasta aplaudir costumbres y posturas reñidas con el concepto de moral que mantiene la mayor parte del conglomerado. Porque, en esencia, tal es contrario, precisamente, a la libertad de elegir cómo se quiere vivir. Espero que quede claro.
El Reto
En el mismo orden de ideas, los perredistas con quienes he dialogado a través de estos años, digamos desde la fundación de su partido en 1989 a la que observé, reconozco, con la mayor simpatía personal -consideraba entonces que se abría una nueva opción política con miras a determinar el fin del priísmo hegemónico-, señalan a la derecha como el mayor de los males históricos. La secuela de antihéroes, por ella abanicados y con el barbudo enajenado de Miramar a la cabeza, incordia el espíritu liberal que es conciencia de la izquierda.
No se explica, desde esta perspectiva, la tendencia aliancista entre derecha e izquierda con la única finalidad de derrotar a un PRI mejor estructurado en buena parte de las entidades federales. Y menos si observamos hacia delante: ¿podría justificarse, en la lid presidencial inminente, una alianza de este tipo con el propósito de derrotar al PRI... aunque prevalezca el PAN en el poder, aun con la ilegitimidad que acarra desde 2006 y las consiguientes descalificaciones aun quehacer francamente deficitario?¿Acaso el peor enemigo de la izquierda no se sitúa en la derecha conservadora y viceversa?
Y si de alianzas se trata, ¿no sería, en todo caso, más coherente la aproximación entre el PRD... y el PRI del que descienden buena parte de los perredistas de hoy? Les dejo la reflexión para medir cómo las ambiciones partidistas circunstanciales acaban por imponerse a la historia y la moral política.
La Anécdota
Insisten, los amables lectores, sobre el presente y el destino de las viejas cofradías, entre ellas la de la “mano caída” que inauguró el sexenio delamadridiano como tal en pleno auge de la simulación. ¿Se han esfumado acaso? Pues no, prevalecen y se desarrollan. Pregúntenle, por ejemplo, a Emilio Gamboa Patrón, flamante dirigente nacional de la CNOP priísta, por las rutinas seguidas en su deslumbrante asunción bajo el cobijo de su jefe, Miguel.
La contaminación, por lo visto, es multipartidista y por ello tiende a consolidarse... igual que como sucedió con los cárteles dominantes que fueron tolerados, desde la década de los ochenta, hasta convertirse, como ya se denunció en Ciudad Juárez, en el poder fáctico que determina las nuevas interrelaciones sociales.
Bíblicamente podríamos resumir que quien esté libre de pecado arroje la primera piedra. ¿Quién se anima?¿El pequeño “césar” panista, con su carilla de monaguillo regañado, deslumbrado por su Patylú?¿O los priístas que retornan a la senda de las antiguas cofradías?¿Serán acaso los perredistas quienes, desde el clóset, animan a los radicales dispuestos a atropellar al colectivo obligándolo a exaltar a los homosexuales como banderas de la nueva era?
Por favor, sencillamente que prevalezca un poco de sensatez. ¿Podremos hacerlo?
E-Mail: rafloret@hotmail.com
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