viernes, 17 de septiembre de 2010

¿NOS QUEDAMOS SIN HEROES?

PorRedacción / EL MEXICANOviernes, 17 de septiembre de 2010

Se publicó en: Edición impresa Una semana más y nos quedamos sin héroes. Y, para colmo, los antihéroes cobran relevancia. Escucho voces en el sentido de que es tiempo de vindicar a Agustín de Iturbide, por cuanto fue él quien encabezó al llamado Ejército Trigarante que entró victorioso a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, separándolo de sus demenciales exaltaciones imperiales endosadas a un pueblo desangrado y con patria apenas estrenada. En la misma línea, poco falta para la entronización de Porfirio Díaz, el oaxaqueño que comparte honores en el museo de su tierra con el Benemérito Juárez, y la reiterada solicitud de que sus restos retornen al suelo mexicano mientras se fustiga a los revolucionarios y sus legados.
En 2000, con el arribo de los Fox a la Primera Magistratura, suponíamos que una de las prioridades con vistas a consolidar el reinado de la derecha, ya extendido a dos sexenios, sería una revisión a fondo de la historia tendiente a superar mitos e interpretaciones sesgadas que se extendieron como verdades de acuerdo a los intereses y posturas, muchas de éstas circunstanciales, de quienes se arrogaban los derechos de exclusividad sobre los hechos históricos para reforzar los basamentos del priísmo hegemónico. Pero nada sucedió porque, entre otras cosas, el ascendido Vicente optó por validar la continuidad por cuanto el gobierno de su antecesor, el simulador Zedillo, había legado bienes estimables. Se consumó así uno de los mayores engaños al colectivo mexicano.

Obvio es decir que Calderón no se atreve a ser vanguardista de nada, sino sólo un transeúnte de la política con apenas escalas. Y en esta línea prefiere el papel de testigo al de ejecutivo que dispone y señale derroteros. Dicho de manera más sencilla, opta por dejar pasar las aguas beneficiándose de las corrientes superficialmente. Por ello, claro, no participa, en apariencia, del mediático debate sobre la historia patria en la que las grandes televisoras privadas, especialmente Televisa, asumen su derecho a “humanizar” a los próceres restándoles toda jerarquía de prohombres. Y tal no es sino un golpe severo contra la conciencia nacional cada vez más abatida.

Los pueblos, ya lo expresamos, requieren de paladines como elementos sustantivos para exaltar la devoción nacional y el orgullo de la propia estirpe. Las naciones sin memoria, o escasas de hondas raíces que puedan sostener a los árboles vigorosos, son siempre pastos fáciles de conquistadores e invasores –los financieros tienen más fuerza que varios ejércitos juntos-, dispuestos siempre a expandirse en desdoro de los intereses vernáculos. Por ello ahora, al celebrar el bicentenario de la Independencia no podemos sino otear hacia las huellas evidentes de la reconquista representada por los grandes consorcios ibéricos que han desplazado ya a no pocas empresas nacionales. Un festejo, sí, que debería ser, si de coherencias hablamos, un gran acto de contrición.

Este columnista no será quien inhiba sus estentóreos vítores a quienes nos dieron el legado patrio; ni sumará sus críticas para desalentar los fastos que, pese a todo, convergen hacia la identidad de todos los mexicanos en torno a valores entrañables que van más allá de los símbolos y las versiones tendenciosas de la historia. Si nos conmueve nuestro bélico Himno, aun cuando no podamos ni sepamos guerrear, es porque nuestras fibras son legítimas y lo son también nuestras bienaventuranzas por ser, sencillamente, mexicanos. Y es este baluarte, hasta hoy inexpugnable, lo que nos hace resistir los embates de simuladores, reconquistadores y traidores.

Debate


Nos quitaron al Pípila –a quien sus contemporáneos llamaron así porque, decía, tenía “cara de guajolote”-, a Hidalgo y Morelos los exaltaron como malos religiosos que despreciaban las reglas elementales, entre ellas el celibato, para imponer su voluntad aun a costa de liderar huestes de incondicionales hacia una muerte segur, y a Ignacio Allende lo situaron en la línea de los criminales, incluso por su tentativa de asesinar al cura de Dolores nombrado el “generalísimo” de los insurgentes. Todo ello, claro, porque debían humanizarse a los héroes mexicanos restándoles sus espíritus redentores.

Y todo ello, claro, muy al gusto de los ejecutivos que sesean tragándose su propia lengua y que, poco a poco, van imponiéndonos sus reglas en una fase de reconquista ya muy avanzada. Sólo otro bando, el de los narcotraficantes y demás entes criminales, ha avanzado más rápidamente. No tenemos, al parecer, escapatoria porque nos tienen emboscados desde dos planos distintos.

Entonces, ¿quién fue Juan José de los Reyes Martínez Amaro, hijo de Pedro Martínez y María Rufina Amaro, nacido en San Miguel, en esos días llamado El Grande, el 3 de enero de 1782, de oficio barretero en la mina de Mellado y miembro del ejército insurgente que asaltó la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato? A él le apodaron “Pípila” y fue él quien, sin duda alguna, abrió brechas y puertas a los improvisados soldados de Hidalgo y a los batallones de Allende para que encendieran la antorcha libertaria sobre un reducto de los realistas insensibles. Sólo que Televisa ahora, sin el menor debate destinado a revisar la historia, dice una cosa distinta y esta versión debe ser considerada palabra sagrada, imbatible. Y con la bendición, claro, de los timoratos de Palacio Nacional expertos en lavarse las manos, como el Poncio de la Biblia.

Así las cosas, no dudamos que el próximo año sea exaltada la figura de Félix Calleja, el último virrey, por cuanto a sus “valiosas” aportaciones en pro del mestizaje amén de sus interesados servicios a la Corona española medidos por los saqueos a las riquezas de la hasta entonces bautizada como Nueva España. A lo mejor se piensa que cuando México nació todavía debía pagar deudas a los agiotistas del viejo mundo en razón al valor del poder perdido en aras de la construcción de una patria desangrada a causa, precisamente, de la soberbia de los invasores a través de cuatro siglos de explotación.

Ningún otro pueblo, que sepamos, ha sido objeto de tales andanadas desalentadoras y contrarias a la conciencia nacionalista. No imaginamos siquiera una versión de Washington, padre de la Unión Americana, en calidad de matador insensible de ingleses; ni podríamos suponer que el célebre David Crocket, exaltado por su defensa del Álamo, fue sólo una leyenda. Pero allá, claro, los nuevos británicos van a la zaga con todo y sus primeros ministros supeditados a la Casa Blanca.

El Reto


Desde luego, nadie podrá quitarnos nuestro orgullo nacional más allá de las versiones sobre lo que, de verdad, gritó el padre Hidalgo en los umbrales de su templo en Dolores, convertido hoy en una extraña simbiosis, la de Dios y la patria, en un espacio que es, al mismo tiempo, iglesia y museo, retablo religioso y altar de la mexicanidad.

Hoy, conmemoramos y lo haremos con pasión. ¿México comenzó a ser en 1821 y no en 1810? Es cierto... pero hace doscientos años dejamos de ser, en espíritu, reductos del coloniaje cruel que encadenaba las conciencias de cuantos no eran ni querían ser españoles porque se sentían, con razón, oriundos de una tierra distinta, generosa y rica, que hoy nos convoca a reverenciarla.

Sea ésta la suprema lección que una nuestras voces y nuestros corazones más allá de los estigmas, las versiones tramposas y los propósitos rastreros de los mismos conservadores que se dieron a la tarea de traernos al enajenado de Miramar porque no admitían a Juárez, un zapoteco culto, ni a su Presidencia. No olvidemos: la xenofobia pervive hoy en los aviesos servidores de los nuevos conquistadores.


La Anécdota


Hace algunos años, en el temático parque de Walt Disney, en Orlando, nos asomamos al “hall” de los presidentes en donde las figuras, con la técnica llamada “animatronic”, parecen reales y se mueven, gesticulan y hablan como así fuesen. Incluso, alternan sus discursos el mayor de los estadounidenses, Abraham Lincoln, y el mandatario en turno, en esos días, el deplorable George Bush junior.

Una pareja de mexicanos que por allí deambulaban, comentó, muy cerca de mí:

--En México si hubiese un salón de estas características no duraría ni una semana. Imagínate, Díaz junto a Madero y Juárez a la par de Maximiliano; o peor aún, Fox y Salinas, o Echeverría y López Portillo. No quedaría títere con cabeza.

Pensé, entonces, a quien conviene que así sea. Y más todavía que nuestros héroes –no los nombrados como mandatarios-, parezcan pacotillas. Un buen punto para reflexionar hoy antes del primer brindis. Que sea con tequila del bueno... o con mezcalito.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

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