miércoles, 17 de marzo de 2010

FOTOS QUE DESNUDAN/COLUMNA DESAFIO

Desafío Publicación: Miércoles 17 de Marzo de 2010

*Fotos que Desnudan

*Foros que Exhiben

*Balcón de Palacio

Por Rafael Loret de Mola

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Luis Donaldo Colosio no tuvo el tiempo necesario para aclararlo porque el 23 de marzo de 1994, hace casi dieciséis años y dos sexenios y medio de demagógicas ofertas de cambio, fue acribillado a tiros en una hondonada de Lomas Taurinas, más bien trampa mortal, preparada a ex professo por diligentes miembros del PRI, entre ellos el ahora ex gobernador de Oaxaca José Murat, y la pasiva tolerancia del jefe de sus escoltas, el general Domiro García Reyes, quien se suponía preparado para detectar todo aquello que le rebasó en la jornada fatal. También la negligencia puede ser criminal, en todo caso.

Días antes del trágico episodio que modificó el perfil político del país aunque muchos apenas lo percibieran entonces, los entrometidos agentes de la DEA estadounidense registraron una comprometedora fotografía en la que se observaba, muy relajado, al entonces candidato presidencial del partido oficial, en la condición de seductor en campaña, esto es con dos chicas espléndidas –una de ellas sentada sobre sus rodillas-, y al lado nada menos de un personaje que se había presentado como rico agricultor, Joaquín “el chapo” Guzmán Loera. (Repásese en mi obra, “Los Cómplices”, Océano, 2001, la versión completa del episodio jamás desmentido).

Observé, desde entonces, que Colosio, bajo una presión tremenda por cuanto significaba el enfriamiento notorio con la casa presidencial de Los Pinos, y sobre todo con dos poderosos elementos muy cercanos al mandatario en funciones: su asesor, Joseph-Marie Córdoba Montoya, y su hermano, Raúl Salinas de Gortari, comenzaba a ser poco menos que pieza de caza en medio de una batahola de intereses crispados.

De la fotografía derivaron dos lecturas. La primera, muy obvia, guiaba hacia un posible entendimiento del “futuro presidente” con uno de los mayores “capos” de México. Y la segunda, menos creíble aunque fuese cierta, señalaba que Colosio había caído en una trampa acaso habilitada por algunos de sus cercanos –y poco leales- colaboradores. Esto último perfilaba a Luis Donaldo como un elemento copado, sin controles reales, a expensas de Carlos Salinas y sus principales operadores, entre ellos, claro, el inescrutable “doctor” Córdoba –entrecomillo el título porque jamás se graduó, como dijo-.

Además surgió una evidencia que se convertiría en el hilo conductor de la tenebrosa historia de la sucesión presidencial en 1994. La entrometida DEA estadounidense había advertido al propio candidato sobre la cercanía de Liébano Sáenz Ortiz, a la sazón coordinador de prensa y relaciones públicas de la campaña presidencial priísta y a quien se atribuían nexos soterrados inconfesables. De hecho, además de Sáenz, otros elementos afines al aspirante habían sido colocados en jaque y la DEA demandó de Colosio una respuesta al respecto. Éste, finalmente, accedió a limpiar a su equipo cuando se enteró de las infiltraciones... hasta que fue victimado.

Pese a estos hechos, incontrovertibles y tremendos, incluyendo la foto comprometedora, las tantas fiscalías especiales –la primera de ellas encabezada por el tibio Miguel Montes García, personero del abogado guanajuatense Salvador Rocha Díaz y por consiguiente de Manuel Bartlett, y los tantos procuradores que han sido desde entonces, no se han animado a seguir, en serio, las indagatorias correspondientes aun cuando mantuvieran, durante un tiempo, la línea del narcotráfico dentro de otras que confluían hacia el magnicidio.

¿Hace cuánto tiempo ya que el crimen de marras no es siquiera referente en los corrillos judiciales? En México, aseveran cuantos saben, todo es cuestión de aplicar la medicina del tiempo... provocadora de la amnesia colectiva. Y no parece haber manera de salir del pantano aun cuando surgen evidencias tremendas que contradicen las malhadadas versiones oficiales. ¿Un asesino solitario? Ni Mario Aburto, preso en Almoloya desde aquella amarga jornada de marzo de 1994, se lo cree.

La fotografía en cuestión, cualquiera que sea la lectura que queramos darle, es prueba por demás contundente de hasta donde son capaces de llegar las mafias con tal de cobrarse supuestas afrentas. No se olvide otro hecho: Colosio había optado por separarse del llamado “hermano incómodo”, Raúl Salinas, negándose a asistir a las reuniones por éste convocadas al percibir sus intenciones, esto es tratando de asegurar ciertas alianzas con vista hacia el futuro representado por el sonorense a quien, pese a sus propios antecedentes, no pudieron convertir en títere como esperaban.

¿Por qué no partir de este punto para volver sobre el expediente vergonzoso del crimen contra Colosio? Sólo puede explicarse la resistencia oficial, más desde la engañosa alternancia que traicionó al cambio, si admitimos la existencia de una poderosa, invulnerable red de complicidades extendida a los dos regímenes de la derecha caracterizados por reaccionar, en cada ocasión, demasiado tarde.

Debate

Cuando no hay consigna en pro de la justicia, no existe prueba que valga. A la denuncia periodística e le suele destinar al ominoso “círculo rojo” –como sentenció Fox, el falso “demócrata”-, y las evidencias se volatizan en cuanto corren los meses y los años en tanto la ciudadanía simplemente olvida, acaso apremiada por nuevos casos escandalosos de toda índole. ¿Cuánto tiempo habrá de pasar hasta que cesen los vozarrones en torno al incendio de la guardería de Hermosillo, pese a las acusaciones formuladas por la Suprema Corte? Poco a poco van apagándose sin remedio en tanto, en el gabinete de Felipe Calderón, las intrigas y los posteriores reacomodos prosiguen sin el menor pudor político.

Siguiendo la ruta de las fotografías de alto riesgo, tomadas al calor de la prepotencia que es consecuencia de la soberbia presunción de ser intocable, en otro escenario, el de la compleja Sinaloa, hollada por los grandes “capos” y sus respectivos enlaces con la clase política, apareció una por demás significativa: en ella se observa, nada menos, al poderoso Ismael “el mayo” Zambada, considerado uno de los narcotraficantes más peligrosos del “cártel de Sinaloa”, casi a la par con el escurridizo “Chapo” Guzmán, al lado de un político que está muy de moda en estos días: Jesús Vizcarra Calderón, ex alcalde de Culiacán en lisa de ser lanzado como aspirante del PRI al gobierno de su entidad con todas las bendiciones del mandatario actual, Jesús Aguilar Padilla, tan tibio que muchos observan como simple gerente al servicio de los grupos dominantes.

Vizcarra, por cierto, reconoció la foto en cuestión con la tranquilidad que le da el saberse ampliamente protegido por la cúpula del poder real. No negó la especie sino sugirió, lo mismo que en el caso de Colosio, haber sido engañado por quien sabe cuantos mezquinos interesados en derrumbar sus ambiciones políticas. Y puede ser que esta especie cale en algunos dada la dimensión de los diferendos internos en el PRI en los que el senador Mario López Valdéz --conocido como Malova porque así nombran a sus numerosas ferreterías--, insiste en haber sido desplazado tramposamente a pesar de contar con el aval mayoritario de los priístas locales... hasta en la capital de la entidad donde basa su fortaleza Vizcarra.

El hecho es que hay un punto de coincidencia entre algunos priístas y no pocos panistas de la región, incluyendo a los herederos notables a quienes parece estorbar la filiación partidista, como en el caso del diputado Manuel Clouthier Carrillo: no han sido pocos los mandatarios ligados a las mafias, comenzando con Leopoldo Sánchez Celis, brazo derecho que fue de Carlos Hank González, y Antonio Toledo Corro. Las ligas hablan por sí solas.

El Reto

La ciudadanía, sobre todo en regiones altamente sísmicas como el Distrito Federal, no puede disimular temores, no sólo por las asechanzas de la violencia –en cualquier momento puede recrudecerse ante la atrofia de un gobierno en ausencia-, sino igualmente por los presagios de tragedias naturales cuyos mayores decibeles vienen de Chile. Menos mal, pese a las dimensiones de la tragedia en el hermano país sudamericano, que allí el gobierno no fue rebasado tal y como sucedió en México en 1985.

Y, en fin, Michelle Bachelet, quien fuera perseguida y ultrajada por la dictadura pinochetista –que elevó la abyección hasta el más alto nivel conocido-, pudo dejar la Presidencia, con un nivel de popularidad mayor al 80 por ciento entre la población, en manos de su antiguo adversario Sebastián Piñera con quien compitió hace cuatro años por la Primera Magistratura. Por cierto, el repetidor Piñera no se mantuvo en la calle sino optó por la política institucional. Vale el apunte para quien quiera registrarlo.

El presidencialismo, en este caso, no fue cauce de autoritarismos sino cumplió funciones democráticas. ¿Puede ser este referente un factor rescatable?

La Anécdota

En México hace ya muchos lustros que un ex presidente es reconocido, salvo por sus obcecados incondicionales, al término de su mandato. Dijéramos que en cuanto a popularidad, sólo recordamos a Don Adolfo López Mateos, pese a sus cargas de conciencia, quien mantuvo simpatías hasta el final de su gestión.

En la actualidad, claro, sería terrible encontrar juntos a los ex mandatarios vivos, desde Echeverría hasta los Fox, pasando por De la Madrid, Salinas y Zedillo. Los abucheos serían estruendosos, por decir lo menos.

De hecho, la última vez que se dio la confluencia de seis ex mandatarios fue el 11 de septiembre de 1942 cuando el entonces presidente, el general Manuel Ávila Camacho, convocó al “acercamiento nacional” en pleno estado de guerra contra las potencias del Eje. Y se retrató, bajo el balcón central del Palacio, con sus antecesores, situando a la derecha a Plutarco Elías Calles, Abelardo Rodríguez y Pascual Ortiz Rubio; y a su izquierda, a Lázaro Cárdenas –quien envió al exilio a Calles-, Emilio Portes Gil y Adolfo de la Huerta. Una foto casi de familia con todos mirando hacia el frente.

Todavía en aquellos tiempos era factible simular hasta este nivel bajo los vientos belicistas que soplaban sobre todo el orbe. Hoy, la sociedad mexicana, más madura que los partidos políticos, no admitiría tal representación. Y bien que lo saben en las alturas. Abundaremos.

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Rafael Loret de Mola
Escritor

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