Desafío Publicación: MIÉRCOLES 31 DE MARZO DE 2010
*Flagelos Extendidos
*Duelo entre Fariseos
*Quiebra del Vaticano
Por Rafael Loret de Mola
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Los cuatro jinetes del Apocalipsis, en la era actual, han mudado de jamelgos. Sin soslayo de los males que causan las guerras y las hambrunas -–la peste y el cólera tienen referentes distintos--, podría concluirse que los flagelos más ominosos son: el narcotráfico, el terrorismo, los pederastas y los plagiarios que son el numen de la descomposición moral, social y política de una sociedad que se ha formado con violencia aun cuando todavía parece anclada en ciertos complejos retrógradas tales como la represión sexual.
Y lo expongo con un ejemplo: ¿Cuántos padres mexicanos toleran que sus pequeños se pasen horas viendo las depredadoras series televisivas y no permiten, al mismo tiempo, que tengan el menor contacto con escenas de contenido erótico?¿Acaso el sexo es más destructivo que la violencia sorda? Pocos asumen que, por cada minuto y a través de todas las cadenas televisoras, por ejemplo, se transmiten, nada menos, veintiún actos violentos con la consiguiente exhibición de cadáveres, pistoleros, aguerridos marines, gángsters sin fronteras, mafiosos empedernidos y ricachones que defienden sus haberes a sangre y fuego para exaltar con ello los privilegios de los modernos mercados capitalistas en donde el consumo y el estatus lo son todo.
Los narcos han extendido las cortinas del terror para marcar sus propias pautas. Incluso algunos cotidianos de la frontera, específicamente de Nuevo Laredo y Reynosa, han optado por claudicar ante la impotencia crítica: amenazados y, más que eso, afrentados –incluso mediante ataques directos a sus redacciones y la “desaparición” y ejecución de reporteros y directivos involucrados con tareas de investigación-, optaron por sobrevivir y así lo comunicaron a sus lectores, a costa claro de evitar cuestionamientos contra quienes mandan, en serio, en sus territorios. Jamás la libertad de prensa había estado tan acotada, ni siquiera bajo los autoritarismos más exacerbados.
En cuanto a los plagiarios, sus feudos parecen intocables. No se olvide, por ejemplo, que fue en Morelos en donde los secuestros se hicieron industria hasta convertirse en corporativos sinuosos con la tolerancia aviesa de las autoridades cuyas fortunas nunca han sido siquiera investigadas aunque, por supuesto, representen los hilos conductores entre el amafiamiento y la simulación grotesca.
Sobre los pederastas, en el nivel del asombro, los escándalos prosiguen hasta el punto de salpicar a la Iglesia Católica, en general, y a la memoria de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, en lo particular, con las terribles evidencias sobre la doble moral, inaceptable aunque revienten de ira los adoradores del personaje que incluso intentan justificarlo lanzando descalificaciones contra cuantos lo señalan. El argumento baladí de que, en todo caso, está más extendido el horror en la sociedad subrayando que es mínima la erosión moral dentro de la Iglesia, no hace sino corroborar la miseria humana de cuantos son incapaces siquiera del menor acto de contrición, fundamento para la redención de los pecados.
Sobre el cuarto flagelo, el terrorismo, también las deformaciones, menos cercanas a la comunidad nacional, perfilan todas las hipocresías concebibles. Por ejemplo, por oponerme a los crímenes de los llamados etarras, quienes alegan ser miembros de un ejército de liberación para los cuales asesinar inocentes son daños colaterales sin importancia, me han dicho “vascófobo”, como si sólo los extremistas representaran al pueblo vasco y únicamente existieran los nacionalistas para los cuales cualquier referente sobre España es poco menos que infamante.
Dicen que los españoles de hoy se han acostumbrado a vivir bajo el permanente acecho de la violencia que puede estallar en cualquier rincón, y en cualquier momento, sin posibilidad alguna de defensa. Y, sin embargo, a diferencia de cuanto pasa en México, las amenazas potenciales no inhiben a los mismos a procurar desdeñar el asunto exacerbando atractivos y placeres mundanos en una España que, poco a poco, se aleja de raíces y propósitos comunes para exaltar los egoísmos, xenofobia incluida, sin el menor recato.
Tres de cuatro apocalípticos modernos, por decirlo de alguna manera, tienen asiento y cumbre en nuestro país. Sin soslayar la posibilidad de que el cuarto malhadado jinete saque la cabeza en cualquier momento, aprovechando digamos los tiempos electorales y la escasa capacidad de reacción de un gobierno en ausencia, rebasado y maniatado, que pese a ello reclama credibilidad a una sociedad atenaceada y ahíta. Como si tal pudiese darse por decreto, dando seguimiento a la corta visión del mandatario federal en funciones, ante un pueblo dispuesto sólo para obedecer a ciegas. ¿Y la democracia?
Los flagelos, sin duda, modificarán sensiblemente los escenarios previsibles.
Debate
Durante la campaña presidencial de 1982, el aspirante priísta, Miguel de la Madrid, ideó ampliar líneas reuniéndose, en cada plaza, con los principales representantes del empresariado, el periodismo... y el clero. Fue fama que no dejó de visitar a uno solo de los Obispos, acudiendo a sus residencias con menoscabo de los protocolos, haciéndoles sentir que sus opiniones, por lo general distintas a las oficiales, marcarían la paulatina transformación general bajo el manto de la “renovación moral”. La falacia duró hasta que brotaron las apetencias, políticas y personales, de este personaje.
En vísperas de su gira por Guanajuato, le formulé a De la Madrid una interrogante directa y precisa:
--¿Es usted católico?
El aludido se tomó su tiempo mientras agudizaba el movimiento de las pestañas y cruzaba las manos para intentar parecer relajado. Y, al fin, respondió con une evasiva:
--Soy un convencido del laicismo del Estado y la correcta separación con la Iglesia. Y cualquier respuesta a lo que plantea podría resultar una inducción. Por ello me abstengo.
¡Y lo decía quien había peregrinado, entre seminarios y conventos, en demanda de bendiciones para asegurar su complejo recorrido presidencial! De allí la complejidad enorme de las interrelaciones que desembocan, no pocas veces, en ciertos entendidos con sabor a chantajes mutuos.
La derecha en el poder, contra lo que pudiera pensarse, no está tan cerca de la alta jerarquía eclesiástica que acaso le demanda una actitud más complaciente y hasta incondicional. No son pocos los Obispos que, de plano, manifiestan malestar y críticas al quehacer gubernamental si bien, por el momento, han cesado en sus señalamientos con tal de guarecerse de las andanadas sostenidas sobre los casos de pederastas, sobre todo el del michoacano Maciel, abominables.
Mal ha reaccionado el Episcopado mexicano al respecto, francamente con saldos muy negativos. Inducir que es disculpa la multiplicación de abusos en la sociedad civil e incluso suponer que todo el escándalo deviene de una conjura general, acaso promovida por la comunidad judía, cae en la torpeza de pretender tapar el sol con las llagas de los dedos. Nada más inapropiado ante una sociedad en estado de maduración política y con creciente capacidad para plantearse polémicas agudas rechazando, si bien gradualmente, las inducciones perniciosas.
Recuérdese que el valor primigenio de la Iglesia es, precisamente, la autoridad moral cuyas nutrientes principales son los liderazgos naturales ejercidos por sacerdotes y misioneros. A tal es a lo que tanto temían los Constituyentes de Querétaro listos a optar por la segregación de los religiosos a quienes se condujo, sin remedio, a la clandestinidad política. Cuando se han cumplido noventa y tres años de la promulgación de la Carta Magna, no son pocos los liberales que señalan hacia la degradación moral de los pederastas eclesiásticos para con ello atenacear a los conservadores.
El Reto
Pero, ¿quiénes protegieron a Maciel? No podemos limitarnos a observar la perspectiva local cuando el asunto cobró dimensiones universales. Esto es, ¿por qué se le defendió desde la Santa Sede cuando cobraban forma las desesperadas denuncias de los afrentados?
La versión que conozco tiene su origen en la quiebra del Banco Ambrosiano que acaso precipitó los acontecimientos sobre el cadáver de Juan Pablo I. El sucesor de éste, Juan Pablo II, el Magno, tomó las riendas de la Iglesia confrontando una severa crisis financiera derivada de la pésima administración del célebre Obispo Paul Marcinkus. Y fue Maciel, sin duda, uno de quienes asumieron el papel de rescatadores en plena catarsis y con las mafias desorbitadas apurando asesinatos.
Por ello, en los corrillos religiosos de nuestro país, no cesa de hablarse de un efecto doloroso y retardado tras corroborarse la vida doble, esto es la doble moral, de Maciel, protector además de las mujeres de Fox, de Lilián de la Concha y Marta Sahagún. Todos los caminos se encuentran. Y por ello se dice que la beatificación del gran Papa amigo de México... deberá esperar. Abundaremos.
La Anécdota
David Yallop, en las conclusiones de su célebre ensayo “En el Nombre de Dios”, -Diana, 1984-, resume así sus acusaciones:
--“Mi libro acusa al Arzobispo Paul Marcinkus de su implicación criminal directa con respecto a la quiebra del Banco Ambrosiano y a la desaparición de 1.3 billón de dólares. Al igual que el asesinato de Albino Luciani (el llamado “Papa de la sonrisa”), este es otro crimen que el Vaticano negó con vehemencia”.
Por cierto desde la publicación de este libro, de acuerdo a la versión del autor, la Santa Sede ha pagado 250 millones de dólares a los acreedores del arruinado banco. Y Marcinkus no dudó en exhibirse como el principal e insustituible... “guarura” del Papa Wojtyla.
En este punto, sin duda, se origina la controversia sobre Maciel. Afróntela, con inteligencia, quienes desean preservar la institución por él fundada; no caigan en la torpeza de lanzar juicios temerarios contra sus acusadores. Mediten lo conducente en esta Semana Mayor.
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Rafael Loret de Mola
Escritor
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