Desafío Publicación: MARTES 16 DE MARZO DE 2010
*Poderes Autónomos
*Pactos Políticos
*Servidores Útiles
Por Rafael Loret de Mola
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Durante la larga noche de la hegemonía priísta, las fracciones opositoras en el Legislativo, sobre todo en la Cámara baja en donde la fragmentación partidista se hacía más evidente, hacían ruido, incluso ganaban algunos debates torales, pero sus puntos de vista no se reflejaban en las decisiones de la pomposa “mayoría” fiel al presidencialismo para el cual sólo contaban los niveles de disciplina para asegurar el futuro de sus correligionarios. Las discusiones, por tanto, eran más de relumbrón que efectivas aun cuando el gobierno funcionaba, esto es sin sectarismos paralizantes, con marginales aportaciones a las iniciativas de la voluntad superior.
En la perspectiva actual, todos los diputados y senadores, obcecados por defender los intereses de sus respectivos grupos, parecen disidentes. Por ejemplo, los del PAN, pese a que este instituto usufructúa la Primera Magistratura, lanzan dentelladas frecuentes, desde la incómoda posición de ser minoría con un correligionario en el Palacio Nacional, para descalificar a las demás corrientes políticas sin concederles el menor respiro. Y los demás, claro, abogan por establecer una secuela de chantajes mutuos, que no alianzas, para forzar las opiniones convenientes a sus respectivas causas, si bien no pocas veces reñidas con sus plataformas ideológicas. El gobierno, en estas condiciones, no funciona.
Esto es: al pretender substituirse el autoritarismo presidencial, copando a los mandatarios torpes o incapaces de ejercer dominio por no saber cómo operar, con el sectarismo faccioso, en donde se atrincheran las dirigencias intransigentes reacias a dialogar cuanto se trata de ceder posiciones encontradas, el ejercicio del poder público se quedó a mitad de la nada. Ni se avanza en la consumación de los debates ni se pone coto al poder presidencial que resiste las controversias y hasta los desaires simplemente marginándose de ellos. Por ejemplo, sin duda es bastante más cómodo para el titular del Ejecutivo federal presentar sus informes de gobierno sin siquiera encarar al pleno como se estiló hasta 2005.
Sobre lo anterior, la evolución natural hacia una mayor interrelación entre los poderes Legislativo y Ejecutivo se interrumpió groseramente cuando se impidió el acceso al salón de sesiones a un presidente en ejercicio, Vicente Fox, azorado por no haber podido asegurar las condiciones políticas indispensables para sostener un diálogo civilizado en vez del monólogo aburrido, recurrente y siempre justificante. El formato no dio para más.
Pero en lugar de avanzar, hacia un esquema en el que el mandatario diera respuesta cabal a las interrogantes de los legisladores, se retrocedió a un punto bastante cercano a la intrascendencia, ausente el presidente de las comparecencias y discusiones bajo la argucia de interpretar literalmente el mandato constitucional sobre la presentación de los informes, con algunos pobres desfogues individuales por parte de los más radicales y escaso interés de los demás, incluyendo a la ciudadanía francamente hastiada de los sombrerazos verbales.
¿Será ésta la causa por la cual el sesenta y siete por ciento de los mexicanos se dicen insatisfechos o francamente decepcionados con la democracia? Claro, además del notorio incumplimiento por parte de quienes ofrecieron cambios y apostaron enseguida al continuismo, la antítesis, bajo el fragor de una punzante y avasalladora demagogia. El daño hecho es irreversible al punto de que los momios a favor del retorno del PRI a la Presidencia parecen inalcanzables con treinta y nueve puntos de ventaja sobre sus adversarios en cuanto a las preferencias públicas. (Hace seis años las distancias, de uno o dos puntos, situaban a los organismos políticos con posibilidad de conquistar el poder sin ventajas extremas entre ellos).
Los legisladores, y éstos lo expresan constantemente, están convencidos de que es ahora cuando el Congreso cumple con sus funciones respecto a los debates y los permanentes intentos de alcanzar consensos, sólo realizables en la medida en que funcionan las estrategias de chantajes mutuos. En la misma línea, el Ejecutivo y sus colaboradores, lo mismo bajo la égida de los Fox que en el presente, sostienen que el gobierno es viable a pesar de las “resistencias” e intransigencia de las fracciones del Congreso que, en suma, forman mayoría. Pero el hecho es que, cada día, la viabilidad del gobierno es menor sobre todo cuando se acerca la hora de las definiciones en pro de los abanderados presidenciales.
México parece, más bien, rehén de las campañas políticas. Tal reduce la democracia a un permanente desfogue sectario ajeno a los intereses del colectivo. Fíjense: todavía tocamos con la mano la asunción presidencial a trompicones cuando la atención ya está puesta en la carrera sucesoria y la administración de Calderón sigue con las manos vacías. Diciéndolo en términos beisboleros: ni lanza, ni cacha ni deja batear. Y así hasta el 2012. Si aguantamos.
Debate
El senador perredista Carlos Navarrete Ruiz, guanajuatense de origen –lo que confirma la permanente dualidad entre liberales y conservadores en la entidad cuna de la Independencia-, se ha convertido en una especie de “gran legislador” por cuanto su propensión a evitar los desplantes intransigencias de algunos de sus correligionarios y ser garante, como presidente de la mesa directiva del Senado, del poder Legislativo que, junto al Ejecutivo y Judicial, forman gobierno. Por eso, claro, no pudo sostener la tramposa doble lectura destinada a desconocer al presidente en funciones sin desprenderse de las dietas camarales.
En los últimos días, bajo el frenesí de las alianzas y los palos de ciego, Navarrete ha salido en defensa de la autonomía del Legislativo que se vio afectada cuando, dentro de la espesura de la niebla demagógica y sectaria, se hizo público el malhadado “pacto”, con sabor mexiquense, para comprometer el aval de los congresistas del PRI a favor del paquete fiscal a cambio de que el PAN no se coalicionara contra éste. Alegó, con absoluta razón, que esta conducta era perniciosa porque, además de la evidente amoralidad política, tendía a depredar la fuerza sustantiva parlamentaria convirtiéndola en una pobre corriente marginal.
Ni el secretario de Gobernación, el rebasado Fernando Gómez-Mont, ni mucho menos el mandatario en funciones, pudieron responderle a cabalidad. Lo hicieron con los consabidos lugares comunes que se basan en la soez interpretación de los actos de gobierno como siempre constreñidos al interés nacional. Puras pamplinas. Por supuesto, la alevosa intromisión volvió a elevar los decibeles del presidencialismo autoritario que socava, bajo el agua, posprincipios que dice defender retóricamente. Así proceden los demagogos, no los demócratas.
Se trata, desde luego, de una cuestión de fondo. Álgida. Porque no podrá construirse el futuro, con pretensiones democráticas, en tanto los actores políticos y la ciudadanía en proceso de maduración no sean capaces de consolidar el modelo que nos permita avizorar el porvenir más allá, insisto, de los obcecados brotes sectarios y la consiguiente soberbia de la clase gobernante que no admite más opinión que la propia. Y es en esta línea en donde estamos entrampados.
Es curioso asentar que ni siquiera bajo el presidencialismo al estilo del priísmo disciplinado, el Legislativo había estado más amenazado por los propios dirigentes partidistas que, con frecuencia, soslayan la representatividad popular –a la que se deben supuestamente-, con tal de proteger a los grupos afines, la elite que conforma y confirma las rutas del continuismo con su excepcional capacidad, digamos, de adaptación.
Sencillo: sin contrapesos reales en el Legislativo la democracia, sencillamente, no existe.
El Reto
Otra vez. ¿Por qué le temen tanto al parlamentarismo quienes quieren desprenderse del presidencialismo, en serio? No hay respuesta sino evasivas sobre el particular mientras avanza la tremenda descomposición política en todo el país. Por eso, en este 2010, lo amorfo ha sustituido incluso a la más elemental coherencia ideológica y moral.
Si apostáramos por un régimen parlamentario, el presidente del gobierno sería, al mismo tiempo, líder de su propia fracción partidista y estaría obligado, para garantizar la viabilidad de su administración, a alcanzar y suscribir los consensos necesarios con las minorías garantizando con ello el concurso de una mayoría firme que no se opusiera, por conveniencias facciosas, a los proyectos fundamentales. No se renunciaría así a la democracia, se le haría posible y, desde luego, perfectible.
Lo que resulta inadmisible es permanecer, insisto, a la mitad de nada. Sólo así puede explicarse el diferendo entre el presidente del Senado y el Ejecutivo en torno a las negociaciones con sabor a chantaje. No es esto por lo que los mexicanos votamos y ya es hora de corregirlo. ¿O existe alguna otra alternativa? Si es así, ¿qué esperan para plantearla?
La Anécdota
A mediados de la década de los sesenta –esto es hace casi medio siglo-, en Yucatán, un singular legislador, Petronilo Tzab Cucul, de origen maya y por ende líder natural, llegó al Congreso del Estado desconociendo procedimientos y hasta funciones, esto es guiado sólo por su instinto –que era mucho- y su convicción de hacer política para ampliar sus propias posibilidades. Gobernaba entonces a la entidad, el profesor Luis Torres Mesías.
En ese entorno, un reportero preguntó a Petronilo:
--¿Podría decirme qué hace un diputado?
El aludido, muy orondo y comedido, tomó aire y exhaló su respuesta:
--Los diputados, periodista, somos los mejores servidores... del señor gobernador.
En los tiempos actuales a lo mismo se reducen quienes, por todo y para todo, avalan cuanto hace el mandatario acremente cuestionado por su ilegitimidad política.
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Rafael Loret de Mola
Escritor
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