lunes, 11 de octubre de 2010

PÁNICO REDITUABLE

Desafío Publicación: LUNES 11 DE OCTUBRE DE 2010

*Pánico Redituable

*Ahora, Terrorismo

*El PAN de Felipe

Por Rafael Loret de Mola

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Dos son los grandes flagelos de la humanidad en el convulso presente, además de los conocidos como el hambre y las epidemias: el narcotráfico, del que sufrimos severas dosis los mexicanos, y el terrorismo, del cual creíamos habernos salvado al no producirse reacciones en nuestro territorio tras los atentados criminales en Nueva York y Washington en 2001.

Sucede que nuestras autoridades suelen ser demasiado olvidadizas: tras un cuarto siglo de los terremotos que hirieron a la ciudad de México, ningún plan para descentralizar a las instituciones del sector público ha tenido, siquiera, mediano eco; y en cuanto a las medidas precautorias contra los exacerbados anarquistas y fundamentalistas de nuestro tiempo, éstas, más bien, se han encaminado a perseguir a los cárteles desbordados. Y no es lo mismo aunque el hilo conductor sea la violencia.

En el otoño de 1985, miles de familias defeñas corrieron en busca de refugio hacia el interior del país, muchas de ellas siguiendo las huellas de sus ancestros y de sus parientes. Aseguraban que no querían volver a soportar algo parecido a los sismos devastadores. Pero olvidaron. El flujo duró unos meses y en menos de dos años, no pocos volvieron sobre sus pasos acaso dominados por el sopor de la desmemoria. Ahora parecen inmunes a las recurrentes advertencias sobre la amenaza de un nuevo sacudimiento telúrico de muy alto puntaje en la escala Richter; como no se percibe la inminencia, sencillamente opera el bloqueo mental. Con los simulacros, según algunos, basta.

Igualmente, en el gobierno federal, los funcionarios reaccionan cuando los dramas llegan, sin prevenirlos ni atajarlos. Es como una especie de círculo vicioso: en el fondo, a los políticos contemporáneos les vienen bien las catástrofes porque gracias a ellas pueden exhibir la supuesta vocación social que los guía a meterse medio metro dentro de las corrientes que inundan las poblaciones, como lo hacen también los reporteros ávidos de llamar la atención, o a introducirse en los derrumbes en demanda de rescatistas. No importa que la ayuda humanitaria sea objeto también de especulación o incluso convertirse, como ha sucedido de manera reiterada, en una suerte de botín de guerra para compensar a los “servidores públicos” por tantas angustias y desvelos.

Sucede igual, en México, con el terrorismo. En la noche del 15 de septiembre de 2008, en Morelia, los petardos, destinados a convertir a los civiles en blancos vulnerables, sacudieron al entramado político por unos días. No se sabía, a ciencia cierta, si tal era el inicio de una escalada incontrolable. Al michoacano en funciones de Ejecutivo federal se le blindó más que de costumbre; y poco después comenzaron las aprehensiones de alcaldes y otros miembros del PRD, gobernante en la entidad, con un tufo inocultable de vendetta, hasta llegar al medio hermano del mandatario estatal, el ahora diputado Julio César Godoy Toscano, como si se tratara del “gran padrino” protector de la muy conocida “Familia”. Por supuesto, la historieta, desde su origen, ha contado con decenas de capítulos como es habitual.

Sólo que a últimas fechas, al ritmo de una violencia que se desarrolla sin valladares eficaces, no sólo se ha seguido con la rutina de atentar contra alcaldes sino, además, se han dado diversos atentados con granadas de mano o mediando las ráfagas de metralleta. Y, para colmo, los blancos ya no son únicamente las redacciones de los cotidianos –hace unos días, “El Debate” de Mazatlán sufrió lo propio-, sino también cafeterías y centros de reunión en donde suelen confortarse niños, abuelos y matrimonios, tal y como sucedió, el sábado 2 de octubre, en Guadalupe, Nuevo León, conurbación de la populosa y flagelada Monterrey.

Cuando se hiere, sin motivo alguno, a inocentes, entre ellos pequeños de diez años de edad, esto es sin otro objetivo que sembrar el horror, no puede hablarse sino de terrorismo aunque éste, en la mayor parte de los casos, tenga sentido político como en el caso de los islamistas radicales o del “nacionalista” grupo ETA en España, entre otros. En nuestro escenario no hay mensajes que “vindiquen”, como suelen expresar los anarquistas, las acciones criminales. Sencillamente, la estrategia va en contra de una ciudadanía en estado de indefensión, una y cien veces afrentada por la impunidad galopante.

Por supuesto, es costumbre que las autoridades, émulas de Pilatos, se laven las manos. Es muy sencillo argüir que los delincuentes son los únicos responsables e los tantos incidentes sin determinar cuánto es consecuencia, precisamente, de las complicidades turbias que posibilitan la expansión de las bandas y la cada vez menos operatividad de las policías e incluso de los efectivos castrenses. Estamos, quienes integramos la gran colectividad nacional, irremisiblemente atrapados entre criminales y negligentes, o entre corruptos, quienes se pretenden ocultos, y asesinos embozados con los paños que les ofrecen sus cómplices desde las instituciones públicas.

No hay manera, por tanto, de avanzar... ni de retroceder.

Debate

Mientras la pelota va de un lado a otro, otra de las grandes tradiciones nacionales, el terrorismo va ganando espacios. Por supuesto, como es costumbre también, serán los altos funcionarios quienes le consideren como tal, sin eufemismos como aquel de los hechos aislados, y actúen en consecuencia. Dicen que tienen, por el momento, demasiados flancos y sólo falta que asuman un conformismo ramplón, como lo hizo el inolvidable general Ramón Mota Sánchez, ex titular de la policía metropolitana, advirtiendo a la población de que va siendo hora de cuidarse sola porque, claro, no se puede disponer de un genízaro por cada habitante desolado.

¿Qué puede explicarse, en estos términos, a las víctimas de los “granadazos” últimos?¿A unos niños que apenas están conociendo su ámbito y se encontraron con las esquirlas asesinas?¿A las madres de éstos que no pueden proteger a los suyos porque las amenazas se ciernen sobre ellos con sólo asomarse a las calles? La sinrazón parece haber triunfado sobre cualquier posibilidad de prevención, esto es como si sobrara el gobierno y sólo quedara someterse a los mafiosos para ganar el privilegio de sobrevivir dejándoles los caminos despejados. ¿Es éste el perverso, terrible mensaje que nadie se atreve a escribir?

En Nuevo León se ha llegado a una encrucijada de alto riesgo: el gobernador, Rogelio Medina, trasladó a San Antonio, Texas, a su familia; y allí suele él pernoctar varias noches de la semana. Deja el campo de batalla sin general como si tal fuera una señal de armisticio ante la imposibilidad de ganar la batalla. Mientras, los llamados “narcobloqueos” le indican a la población quienes son los mandones en plaza para que pueda atenerse a una realidad no controlada por el gobierno nombrado “legítimo”. Un amigo neoleonés, al analizar la situación, concluyó sin aspavientos:

--Sobran las elecciones; urgen las negociaciones.

Y no hubo voz, en una concurrida tertulia, que pudiera replicarle aduciendo, por ejemplo, la imposibilidad de que el Estado asumiera un rol ilegal para sentarse a la mesa con los criminales dispuestos, para colmo, a llegar a los extremos del terrorismo para sitiar a una población inerme, desprotegida y cada vez más temerosa. ¿Será necesario que los ciudadanos comunes se armen para defender sus vidas y las de los suyos en ausencia de respaldos oficiales?¿Cómo responder a lo anterior cuando pervive la percepción acerca de las complicidades amorales entre facinerosos y autoridades?

En Jalisco, por ejemplo, nadie se anima a responder. El gobernador, Emilio González, quien pretende ser precandidato presidencial, asume actuar bajo los humos etílicos que lo envalentonan hasta para amenazar al rector de la Universidad de Guadalajara. Y lo peor es que tal se “justifica” porque en Los Pinos se procede con la misma negligencia. Y el virus de la impudicia se extiende sin remedio.

El Reto

La polémica se centra en un tema que, por el momento, ningún legislador se atreve a enfrentar: la posibilidad de encontrar en la negociación, en este caso con los zares del vicio, la única salida para amortizar la violencia y permitirle un respiro a la comunidad atenaceada. Desde el punto de vista del derecho, la sola sugerencia es inadmisible; no así para quienes permanecen en medio del fragor de un combate que no entienden pero les arrebata sus propias vidas.

El hecho incontrovertible es que se han unido, sin remedio, los dos grandes flagelos: el narcotráfico y el terrorismo. También aumenta la sensación sobre la inexistencia de gobierno. Esto es como si cada vez se tuviera mayor convencimiento acerca de que estamos en un “Estado fallido”, vencido por quienes apuestan por la anarquía amén de su propia ineficacia e impotencia, sin otra salida más que la refundación... al mediano plazo.

Ni siquiera la rutinaria distracción sobre las precampañas provocadoras, rebosantes de calificativos y lugares comunes, mengua la desazón del colectivo. Menos aún cuando, además, los escenarios globales están igualmente bajo amenaza. En Europa, en especial en Francia y Alemania, se preparan ante la inminencia de una nueva andanada de atentados terroristas, principalmente con los medios de transporte en calida de blancos vulnerables, y los Estados Unidos alerta a sus nacionales sobre los riesgos de viajar... como si dentro de esta nación se pudiera erigir el castillo de la pureza.

El pánico es, para infortunio de todos, el pan nuestro de cada día. O el PAN...

La Anécdota

Me cuenta un panista de cepa:

--Felipe (Calderón) tardó dos años, desde su asunción presidencial, en tomar los controles del partido. Y lo logró luego de imponer a Germán Matínez como dirigente nacional; le siguió César Nava (obviamente más interesado en su vida personal exacerbada por su reciente y lujoso enlace matrimonial), y ahora piensa en una incondicional.

Sobró una interrogante por obvia. ¿Existe alguna diferencia entre el actuar de Calderón con el presidencialismo autoritario? No, cuando menos, al interior de su partido, el PAN de nuestros días.

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Rafael Loret de Mola

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