lunes, 4 de octubre de 2010

REFLEXIONES DE LAS ALIANZAS

PorRafael LORET DE MOLAlunes, 04 de octubre de 2010

Se publicó en: Edición impresa Los aliancistas, convencidos del éxito obtenido en tres de las cinco entidades en donde participaron amen de los amargos diferendos poselectorales en Durango e Hidalgo con cerrados escrutinios en la primera y evidencias de inequidad en la segunda, estiman que la democracia es el mejor de sus resguardos. Señalan, además, hacia los tantos acuerdos soterrados que a través de la historia han resultado definitorios a pesar de agudas diferencias conceptuales entre los participantes. Para unos y otros, el británico Winston Churchill es el modelo: se alió con los comunistas rusos para frenar al fascismo aunque no comulgaba con aquellos. Un nicho ganado gracias a la sangre, el dolor y las lágrimas.
Los contrarios a las alianzas entre partidos equidistantes que le apuestan al oportunismo, subrayan los escasos escrúpulos de quienes, contrariando ideologías, van a las elecciones con el único propósito de arrebatar espacios al partido mejor estructurado y con mayor cobertura, sólo vencible con la unión de sus adversarios. Estiman que tal estrategia es antidemocrática por cuanto inhibe a la corriente mejor posicionada hasta convertir los gobiernos en una suerte de botín de guerra a repartir de manera discrecional. Sólo que esta postura conlleva una dedicatoria evidente a favor del mexiquense, Enrique Peña Nieto, en fase de demostrar su propio control político como baza incontestable para acceder a las alturas presidenciales.

Aunque el pulso, mediando la reforma respectiva en el Estado de México lista a ser proyectada a las demás entidades donde manda el priísmo, parece haberlo ganado el segundo grupo, encabezado por Peña, la polémica no cesa en torno a los efectos de tal estrategia, observada como un recurso desesperado del PRI para no ser arrollado por sus opositores, esto es como si este partido, y no el PAN, estuviera al frente del poder central. La mera mecánica nos indica que, en el fondo, los panistas prefieren retornar a su viejo –y cómodo- papel de opositores, con graduales acentos por supuesto y siempre acomodaticios. No les va para nada, digo, el rol de gobernantes y las pruebas de ello están a la vista.

Sin duda, también está en juego la libertad, un valor primigenio muchas veces soslayado en aras de una modernidad tuerta. Por ende, prohibir para amortiguar el peso del colectivo, desde luego acotado por las parcelas sectarias, será siempre un retroceso. Este columnista sostiene que, en cualquier perspectiva, limitar el ímpetu democrático, con la libertad como rehén de intérpretes circunstanciales, acarrea costos tremendos a la vida de las naciones. Tal se ha demostrado una y otra vez.

Por supuesto, en aras de la libertad y la democracia se han cometido innumerables excesos. ¿No se dice demócrata el mesiánico de Venezuela quien, rechazada su reelección en primera instancia, no ha cesado en su intento de imponerse, una y otra vez, amañando más los procesos comiciales y acotando a los disidentes?¿Y no alega el presidente de los Estados Unidos ser el “líder del mundo libre” ante un gran conglomerado nacional en donde la ciudadanía está bajo sospecha por sus rasgos físicos, sus orígenes e incluso por sus costumbres? Los sambenitos políticos, ante esta perspectiva odiosa, son tan ligeros como las falacias.

Igual en México. Los panistas, en el poder, argumentan que es democrático asegurar la continuidad de la derecha en la Presidencia porque sólo así se actuará responsablemente; los priístas estiman que únicamente su retorno a Los Pinos podría evitar los colapsos previsibles por efecto de los descontroles de los regímenes panistas y la ausencia patológica de memoria y, por consiguiente, de visión de Estado; y los perredistas, relegados por sus divisiones internas, subrayan que se vale ampliar coberturas, a lo desesperado, con tal de fincar estrategias hacia el futuro hasta imponerse a las fuentes de una reacción moralmente insostenible. Cada cual, desde sus fueros, vela por una democracia acotada por sus propios intereses sectarios. Y los tuertos, que somos casi todos los mexicanos, sólo vemos cuanto nos conviene para justificar nuestras propias militancias.

Este es el drama. Por eso se discute tanto sobre las alianzas turbias y los candados oxidados. Porque, desde cada bando, sin duda, las visiones son tendenciosas y acaban, sin remedio, por ser tuertas. Hay justificaciones para todos porque, en todo caso y lugar, se esgrimen medias verdades que terminan en el pantano de la mentira. Es la encrucijada permanente de los mexicanos, difícil de resolver porque estamos atrapados por la manipulación mediática bastante más de cuanto percibimos.

Una sociedad bien informada, por ejemplo, jamás habría caído en el garlito de los “peligros para México” que marcaron la sucesión presidencial en 2006; ni estaría medio ciega ante la contrastante polémica sobre los verdaderos objetivos de alianzas y candados en un horizonte de muletillas encontradas que convierten al electorado en una suerte de badajo de la campana, sonando de un extremo a otro sin encontrar jamás el punto medio.

Debate


No hay duda de que las alianzas turbias persiguieron dos objetivos evidentes:

1.- Arrebatarle al PRI las entidades en donde el cerco de los gobernadores priístas era estructuralmente mayor a las coberturas del PAN y el PRD. Cacicazgos los llamaron los opositores sin percibir que en otros estados, los gobernados por ellos, los mismos vicios determinan los controles políticos.

¿Se animará el PRD a aliarse con el PRI para derrotar al PAN, cuanto sea la oportunidad, en Jalisco, Baja California y, sobre todo, Guanajuato, en donde los blanquiazules tienen pleno dominio territorial?¿Hará lo mismo el PAN con el PRI con miras a cancelar la preeminencia perredista en Michoacán y el Distrito Federal? Las solas interrogantes ponen los puntos sobre las íes.

2.- Copar al gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, llevándolo a la orilla de un posible fracaso electoral en su entidad para con ello hacer explícita su vulnerabilidad y acotar así su pretensión de hacerse con la candidatura presidencial priísta. Los voceros y dirigentes del PAN y el PRD admiten, de hecho, que tal es legítimo porque la democracia habilita las uniones como un recurso para reducir a la “primera minoría” en escenarios en donde la mayoría absoluta es socialmente imposible por efecto de la pluralidad.

Lo primero tuvo éxito notable, sobre todo porque los estrategas priístas minimizaron la fuerza de las corrientes adversarias y no se parapetaron, con la conquista de tres gubernaturas, de cinco, y las controversias posleectorales en las otras dos que acabaron por demostrar la paralización política persistente muy a pesar de las falacias recurrentes sobre la honorabilidad de los rectores comiciales, obviamente cernidos a la institucionalidad.

Lo segundo, en cambio, no desembocó como se previó por una sencilla razón: el aludido Peña y sus cabilderos y operadores reaccionaron asestando, a su vez, un golpe a sus adversarios en fase de unirse sin más objetivo que provocarle un traspié al mexiquense e intentar con ello asfixiarlo de cara a la carrera por la sucesión presidencial. Los perjudicados, panistas y perredistas, arguyeron que el gobernador Peña no disimuló su miedo. ¿Y qué podría decirse de las dirigencias que, negando principios, optaron por aliarse temerosos de ser arrollados en las entidades que parecían invulnerables desde la visión priísta? En todo caso debe hablarse de un duelo de cobardías con la sociedad amortajada, inerme.

Ya va siendo hora de que los simples ciudadanos, todos nosotros, apliquemos el raciocinio elemental.

El Reto


Si las alianzas suscritas pudieran ser vistas fuera de contexto, esto es sin las consideraciones apuntadas, no dudaríamos en condenar cuanto significara un golpe contra la libertad, como por ejemplo la anulación de las candidaturas comunes –una prohibición que se arrastra en el plano federal acaso por cuanto significó el peso del Frente Democrático Nacional en 1988-, y, por ende, con miras a reducir los espacios democráticos.

Pero, atenidos a los hechos incontrovertibles, y a la vista de una puja guiada por los intereses sectarios más aviesos, no podemos satanizar la explicable reacción de Peña ni su reforma electoral destinada a limitar las alianzas turbias, infundadas desde los planos ideológicos y aun morales, en cuanto a que él fue el destinataria central de las mismas. Sencillamente, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer?¿Dejarles el paso a sus enemigos para que éstos no dijeran de él que es antidemocrático? La falacia no se sostiene en ángulo alguno.

Si el PAN y el PRD, por sí mismos, no son capaces de asegurarse victorias, sean regionales o nacionales, debieran entonces revisar sus propias fallas estructurales, sobre todo la derecha que ha dispuesto, nada menos, de una década de usufructo presidencial para ampliar sus coberturas y crecer, por ende, de acuerdo a la tendencia que les dio el triunfo. Y los perredistas, asimismo, debieran ejercer la autocrítica para resolver, con conciencia plena, el “misterio” sobre la tremenda pérdida de su capital electoral luego de haber partido, casi por mitad, la voluntad del electorado en 2006 haciéndose de casi quince millones de sufragios reconocidos por las instancias electorales supuestamente autónomas.

Las argucias torpes caen por su propio peso. Es sólo cuestión de aplicar, insisto, el sentido común.


La Anécdota


Allá por 1999, le pregunté al entonces presidente nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador:

--Para ti, ¿quién es peor?¿Tu enemigo directo, Roberto Madrazo, o el cacique yucateco, Víctor Cervera?

El aludido, contra su costumbre, se tomó unos instantes para responder. Y con la cabeza medio inclinada y voz apenas audible, respondió:

--Ni hablar, Cervera es bastante peor, la verdad.

Queda, ahora, una pregunta en el tintero:

--¿Quién es peor?¿El PAN o el PRI?

La salida fácil sería considerar a ambas opciones lo mismo pero, entonces, ¿cómo explicar las alianzas turbias que el propio López Obrador, icono de la izquierda, rechaza? Si Andrés Manuel respondiera que el PAN, porque la derecha y su mafia le “robó” la Presidencia según dice, ¿podría acercarse al PRI para atajar las intenciones de permanencia del PAN? Es la tarea de hoy, amigos lectores.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

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