sábado, 10 de julio de 2010

ACTUAR C0M0 MANDATARI0

Uno de los políticos de izquierda con carrera ascendente, y acaso uno de quienes mejor ha evolucionado a los sacudimientos del establishment -esto es manteniendo ideologías sin perderse del todo por adaptarse a los hechos consumados-, es Carlos Navarrete Ruiz, presidente de la mesa directiva del Senado en cuya función no se ha perdido en vanas radicalizaciones ni verbos crispados. Sereno, contra las presiones de los más exaltados, su voz significa una buena dosis de la ponderación perdida en el México de los sectarismos.

Cuando conversé con él recientemente, no dudó en manifestarme, en una clara radiografía no exenta de autocrítica –un elemento extraño entre la ensoberbecida clase política nacional-, cuáles habían sido los errores que posibilitaron, en 2006, la arribazón de la derecha reduciendo ventajas para luego trocar, fraudulentamente, los porcentajes mínimos. Y me confió lo medular de sus conversaciones con Andrés Manuel López Obrador en los campos proselitistas. En una de ellas, a la vista de las encuestas que comenzaban a marcar tendencias a la baja en cuanto a las preferencias del colectivo si bien todavía sin perder la vanguardia de la justa presidencial, le dijo al abanderado que no admitía, en su fuero interno, el menor reproche:

--Es necesario que comiences a hablar como presidente y no como agitador exaltado.

Le explicó que el tono provocador, irritable e incendiario, intranquilizaba seriamente a la población que requería de otra cosa: de mensajes optimistas y, sobre todo, certeros sobre el porvenir. De haberlo hecho así, me queda por descontado, no habría tenido el menor éxito la campaña negra sobre los "peligros para México" ni se le hubiera acartonado en la burda expresión aquella de las "chachalacas".

--Sucede –concluyó Navarrete- que él tomaba muy mal las críticas.

El antecedente tiene calado en el presente porque la polarización sigue incrustada en la vida institucional como se ha demostrado antes y después de los tormentosos comicios estatales en catorce entidades del país, ensangrentados además bajo el flagelo de la violencia sorda. Y de estos escenarios, contaminados por las sospechas en todas las direcciones imaginables, surgió igualmente la tardía reacción de la casa presidencial clamando por una visión de Estado. Esto es, lo mismo, en estricto sentido, que solicitaba Navarrete a López Obrador con una salvedad: en el caso actual la propuesta surge de quien ostenta la banda tricolor sobre el pecho aun cuando, por cuanto a la inseguridad, no pueda ocultar estar acotado y cada vez con menor movilidad pública. No viajó a Tamaulipas, tras el crimen contra Rodolfo Torre Cantú, y lo hizo a regañadientes a Nuevo León tras el paso del primer gran huracán de la temporada, Alex.

Calderón, entonces, pretende comenzar a actuar como mandatario cuando está desarrollando su cuarto año de gestión y los vacíos de poder son enormes, tanto que los recuentos sobre las supuestas aportaciones de Acción Nacional durante la década debió hacerlos, desde su "centro" en San Cristóbal, el ex presidente Fox quien mantiene reflectores y micrófonos, sin darse apenas respiro, como no lo había hecho ninguno de sus predecesores. Y es tanta su influencia que un importante sector del panismo, reacio ante el "liderazgo" del monaguillo César Nava, depende de él para intentar presentar un nuevo frente contra el presidencialismo desde los feudos partidistas. En la misma línea estaba, hasta producirse su secuestro el pasado 14 de mayo, Diego Fernández de Cevallos y es ésta una de las líneas en las que debiera profundizarse.

En otro horizonte, desde el priísmo arraigado al pasado, más allá de duelos y festines electorales a la vieja usanza –hasta lavadoras y enseres domésticos entraron a las subastas-, el gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, se pronunció por una presidencia fuerza. Considerando el posicionamiento nacional del personaje, analizar el asunto es de gran importancia para descubrir intenciones debajo de la piel mediática.

¿Actuar acaso con "visión de Estado" significa retornar al viejo molde del "presidencialismo autoritario", al que Fox pretendió enterrar verbalmente sin la menor voluntad de reducir facultades y añejas costumbres? Si se apuesta por consolidar la jerarquía presidencial, al suponer que el acotamiento de la misma es una de las causas del desorden creciente y la consiguiente proliferación de la violencia, ¿se estaría abonando en pro de una transformación estructural a fondo? Definitivamente no. Porque, sin género de dudas, la fórmula no puede ser otra que ésta: a mayor presidencialismo menor democracia. Así ha ocurrido siempre sobre los rastros permanentes de la simulación.

La fortaleza de la institución presidencial, como se ha observado en distintas épocas, no conlleva la necesaria apertura para que la sociedad madure y, en consecuencia, ejerza el factor que debiera ser medular: la soberanía popular.


Mirador

En el deslinde de deberes y jurisdicciones, lo mismo en Querétaro tras el secuestro de Fernández de Cevallos que en Tamaulipas luego del crimen contra el candidato Torre, la administración federal y por consiguiente el panismo han quedado bastante mal parados muy a pesar de las inducciones desde el poder central para desvirtuar los hechos planteándolos como resultantes de las malas actuaciones de los regímenes estatales. Por supuesto no se pretenda con ello disculpar la negligencia de los gobernadores priístas quienes, en ocasiones, dan la impresión de solazarse cuando fallan la Presidencia y sus operadores en materia de seguridad nacional.

En Querétaro, cabe el recordatorio, el panismo vernáculo pretendió aprovechar el drama de uno de sus mayores iconos, ex candidato presidencial además a lo largo del turbulento 1994, el año de la barbarie, a través de monumentales en los que se acusaba al gobernador priísta, José Calzada Rovirosa, tácitamente, por no haber actuado adecuadamente para prevenir sucesos de violencia y sin considerar que la responsiva en cuanto se refiere a la persecución de las actividades del crimen organizado, lo mismo si se trata de bandas de secuestradores, terroristas, subversivos o narcotraficantes, corresponde al gobierno de la República.

Y otro tanto ocurrió en Tamaulipas. El señor Calderón, presuroso cuando intenta tapar hoyos y desviar la atención general, aseguró que el atentado contra el médico Torre, apenas seis días antes de los comicios regionales, era obra del "crimen organizado". Y enseguida salieron los voceros de la Procuraduría General para informar que esta dependencia no se atraería el caso y sólo coadyuvaría con las autoridades estatales, una posición oportunista y totalmente incorrecta porque las indagatorias sobre delitos federales corresponden a esta institución y a ninguna otra.

Más todavía: el atentado de marras ocurrió sobre la carretera entre Ciudad Victoria y Soto la Marina, esto es una rita federal, y por tanto había una doble razón para privilegiar las actuaciones de la PGR sobre las de los cuerpos de policía tamaulipecos. Y si no procedió con la celeridad y la energía necesaria, ello, por supuesto, fue producto de una consiga superior, desde la casa presidencial para decirlo claramente, destinada a secundar el bíblico lavado de manos de Poncio Pilatos contra las huellas certeras de sus evasiones institucionales.

¿Quién, entonces, ha carecido de visión de Estado para proceder de acuerdo a sus funciones ejecutivas, las expresamente ordenadas por la legislación, y optar por sacudirse con discursos y referentes al pasado –el panismo ya tiene una década en posición de la Primera Magistratura y la acusación, por ende, cae en sus propios tiempos-, de sus deberes primigenios?¿O vamos a señalar a los gendarmes de la esquina por la negligencia general ante la crecida de las bandas delincuenciales por toda la geografía patria?

Ya va siendo hora de que las filípicas presidenciales comiencen con una autocrítica. Sin fantasmas.

Polémica

Por visión de Estado debe entenderse la que está desprovista de sectarismos facciosos, pasiones viscerales e intereses gremiales. Pues bien, el señor Calderón ha sido, sin duda, el mejor propagandista de su partido –fin de la tenencia y otros alivios fiscales incluidos-, a despecho de su condición de mandatario y con parciales tildes; además, en la misma línea, se ha obsesionado con los diferendos sobre las derramas públicas destinadas al proselitismo y se apoya en las figuras máxima del corporativismo, sobre todo Elba Ester Gordillo. La praxis no coincide con la teoría.

Con cuanto ha venido ocurriendo, Calderón, con su caudal de buenas intenciones iniciales si bien soportando el peso de su ilegitimidad política, ha perdido los papeles. Porque es él, sin duda, quien carece de condiciones visionarias, atrapado dentro de una medianía intelectual destinado sólo a pagar facturas pendientes. Así se ha sostenido y por ello apadrinó candidaturas desprendidas del "elbismo" corporativista, faccioso, profundamente antidemocrático, en plena debacle moral de su gobierno.

Ha dilapidado sustentos morales e ideológicos mientras protegía a los poderes fácticos. No tiene, en fin, credibilidad alguna.

Por las Alcobas


Constantemente los amables lectores preguntan sobre los postulantes a la Presidencia de la República y sus posiciones tras descalabros y exaltaciones públicas frecuentes. Pese a ello, los momios apenas se mueven.

¿Recuerdan a quiénes auguraron que Enrique Peña Nieto caería dramáticamente por efecto del caso Paulette?¿Y a los que dieron por muerto a López Obrador arguyendo la imposibilidad de reactivar a los movimientos sociales que han sido su refugio?

Por su parte, los panistas deshojan sus margaritas a la vista de cuatro secretarios de Estado, un senador ahora antipresidencialista y una diputada afín al señor Calderón, además de dos gobernadores que escuchan los latidos de su corazón.

Pero las preferencias, es decir las apuestas hacia el futuro, apenas se mueven. Peña sigue arriba, con todo y los resquemores por la liberación de los presos políticos de San Salvador Atenco; y le sigue el panista que se mueve fuera de los feudos de Los Pinos: Santiago Creel. La terna de la primera línea la sigue cerrando el "misionero" López Obrador. Pero ello no significa que los mencionados llegarán a las candidaturas.



Finalmente, ¿son éstos los mejores, los más capaces? Hablaremos de ello la próxima semana.

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no de los políticos de izquierda con carrera ascendente, y acaso uno de quienes mejor ha evolucionado a los sacudimientos del establishment -esto es manteniendo ideologías sin perderse del todo por adaptarse a los hechos consumados-, es Carlos Navarrete Ruiz, presidente de la mesa directiva del Senado en cuya función no se ha perdido en vanas radicalizaciones ni verbos crispados. Sereno, contra las presiones de los más exaltados, su voz significa una buena dosis de la ponderación perdida en el México de los sectarismos.
Cuando conversé con él recientemente, no dudó en manifestarme, en una clara radiografía no exenta de autocrítica –un elemento extraño entre la ensoberbecida clase política nacional-, cuáles habían sido los errores que posibilitaron, en 2006, la arribazón de la derecha reduciendo ventajas para luego trocar, fraudulentamente, los porcentajes mínimos. Y me confió lo medular de sus conversaciones con Andrés Manuel López Obrador en los campos proselitistas. En una de ellas, a la vista de las encuestas que comenzaban a marcar tendencias a la baja en cuanto a las preferencias del colectivo si bien todavía sin perder la vanguardia de la justa presidencial, le dijo al abanderado que no admitía, en su fuero interno, el menor reproche:
--Es necesario que comiences a hablar como presidente y no como agitador exaltado.
Le explicó que el tono provocador, irritable e incendiario, intranquilizaba seriamente a la población que requería de otra cosa: de mensajes optimistas y, sobre todo, certeros sobre el porvenir. De haberlo hecho así, me queda por descontado, no habría tenido el menor éxito la campaña negra sobre los "peligros para México" ni se le hubiera acartonado en la burda expresión aquella de las "chachalacas".
--Sucede –concluyó Navarrete- que él tomaba muy mal las críticas.
El antecedente tiene calado en el presente porque la polarización sigue incrustada en la vida institucional como se ha demostrado antes y después de los tormentosos comicios estatales en catorce entidades del país, ensangrentados además bajo el flagelo de la violencia sorda. Y de estos escenarios, contaminados por las sospechas en todas las direcciones imaginables, surgió igualmente la tardía reacción de la casa presidencial clamando por una visión de Estado. Esto es, lo mismo, en estricto sentido, que solicitaba Navarrete a López Obrador con una salvedad: en el caso actual la propuesta surge de quien ostenta la banda tricolor sobre el pecho aun cuando, por cuanto a la inseguridad, no pueda ocultar estar acotado y cada vez con menor movilidad pública. No viajó a Tamaulipas, tras el crimen contra Rodolfo Torre Cantú, y lo hizo a regañadientes a Nuevo León tras el paso del primer gran huracán de la temporada, Alex.
Calderón, entonces, pretende comenzar a actuar como mandatario cuando está desarrollando su cuarto año de gestión y los vacíos de poder son enormes, tanto que los recuentos sobre las supuestas aportaciones de Acción Nacional durante la década debió hacerlos, desde su "centro" en San Cristóbal, el ex presidente Fox quien mantiene reflectores y micrófonos, sin darse apenas respiro, como no lo había hecho ninguno de sus predecesores. Y es tanta su influencia que un importante sector del panismo, reacio ante el "liderazgo" del monaguillo César Nava, depende de él para intentar presentar un nuevo frente contra el presidencialismo desde los feudos partidistas. En la misma línea estaba, hasta producirse su secuestro el pasado 14 de mayo, Diego Fernández de Cevallos y es ésta una de las líneas en las que debiera profundizarse.
En otro horizonte, desde el priísmo arraigado al pasado, más allá de duelos y festines electorales a la vieja usanza –hasta lavadoras y enseres domésticos entraron a las subastas-, el gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, se pronunció por una presidencia fuerza. Considerando el posicionamiento nacional del personaje, analizar el asunto es de gran importancia para descubrir intenciones debajo de la piel mediática.
¿Actuar acaso con "visión de Estado" significa retornar al viejo molde del "presidencialismo autoritario", al que Fox pretendió enterrar verbalmente sin la menor voluntad de reducir facultades y añejas costumbres? Si se apuesta por consolidar la jerarquía presidencial, al suponer que el acotamiento de la misma es una de las causas del desorden creciente y la consiguiente proliferación de la violencia, ¿se estaría abonando en pro de una transformación estructural a fondo? Definitivamente no. Porque, sin género de dudas, la fórmula no puede ser otra que ésta: a mayor presidencialismo menor democracia. Así ha ocurrido siempre sobre los rastros permanentes de la simulación.
La fortaleza de la institución presidencial, como se ha observado en distintas épocas, no conlleva la necesaria apertura para que la sociedad madure y, en consecuencia, ejerza el factor que debiera ser medular: la soberanía popular.

Mirador
En el deslinde de deberes y jurisdicciones, lo mismo en Querétaro tras el secuestro de Fernández de Cevallos que en Tamaulipas luego del crimen contra el candidato Torre, la administración federal y por consiguiente el panismo han quedado bastante mal parados muy a pesar de las inducciones desde el poder central para desvirtuar los hechos planteándolos como resultantes de las malas actuaciones de los regímenes estatales. Por supuesto no se pretenda con ello disculpar la negligencia de los gobernadores priístas quienes, en ocasiones, dan la impresión de solazarse cuando fallan la Presidencia y sus operadores en materia de seguridad nacional.
En Querétaro, cabe el recordatorio, el panismo vernáculo pretendió aprovechar el drama de uno de sus mayores iconos, ex candidato presidencial además a lo largo del turbulento 1994, el año de la barbarie, a través de monumentales en los que se acusaba al gobernador priísta, José Calzada Rovirosa, tácitamente, por no haber actuado adecuadamente para prevenir sucesos de violencia y sin considerar que la responsiva en cuanto se refiere a la persecución de las actividades del crimen organizado, lo mismo si se trata de bandas de secuestradores, terroristas, subversivos o narcotraficantes, corresponde al gobierno de la República.
Y otro tanto ocurrió en Tamaulipas. El señor Calderón, presuroso cuando intenta tapar hoyos y desviar la atención general, aseguró que el atentado contra el médico Torre, apenas seis días antes de los comicios regionales, era obra del "crimen organizado". Y enseguida salieron los voceros de la Procuraduría General para informar que esta dependencia no se atraería el caso y sólo coadyuvaría con las autoridades estatales, una posición oportunista y totalmente incorrecta porque las indagatorias sobre delitos federales corresponden a esta institución y a ninguna otra.
Más todavía: el atentado de marras ocurrió sobre la carretera entre Ciudad Victoria y Soto la Marina, esto es una rita federal, y por tanto había una doble razón para privilegiar las actuaciones de la PGR sobre las de los cuerpos de policía tamaulipecos. Y si no procedió con la celeridad y la energía necesaria, ello, por supuesto, fue producto de una consiga superior, desde la casa presidencial para decirlo claramente, destinada a secundar el bíblico lavado de manos de Poncio Pilatos contra las huellas certeras de sus evasiones institucionales.
¿Quién, entonces, ha carecido de visión de Estado para proceder de acuerdo a sus funciones ejecutivas, las expresamente ordenadas por la legislación, y optar por sacudirse con discursos y referentes al pasado –el panismo ya tiene una década en posición de la Primera Magistratura y la acusación, por ende, cae en sus propios tiempos-, de sus deberes primigenios?¿O vamos a señalar a los gendarmes de la esquina por la negligencia general ante la crecida de las bandas delincuenciales por toda la geografía patria?
Ya va siendo hora de que las filípicas presidenciales comiencen con una autocrítica. Sin fantasmas.
Polémica
Por visión de Estado debe entenderse la que está desprovista de sectarismos facciosos, pasiones viscerales e intereses gremiales. Pues bien, el señor Calderón ha sido, sin duda, el mejor propagandista de su partido –fin de la tenencia y otros alivios fiscales incluidos-, a despecho de su condición de mandatario y con parciales tildes; además, en la misma línea, se ha obsesionado con los diferendos sobre las derramas públicas destinadas al proselitismo y se apoya en las figuras máxima del corporativismo, sobre todo Elba Ester Gordillo. La praxis no coincide con la teoría.
Con cuanto ha venido ocurriendo, Calderón, con su caudal de buenas intenciones iniciales si bien soportando el peso de su ilegitimidad política, ha perdido los papeles. Porque es él, sin duda, quien carece de condiciones visionarias, atrapado dentro de una medianía intelectual destinado sólo a pagar facturas pendientes. Así se ha sostenido y por ello apadrinó candidaturas desprendidas del "elbismo" corporativista, faccioso, profundamente antidemocrático, en plena debacle moral de su gobierno.
Ha dilapidado sustentos morales e ideológicos mientras protegía a los poderes fácticos. No tiene, en fin, credibilidad alguna.
Por las Alcobas

Constantemente los amables lectores preguntan sobre los postulantes a la Presidencia de la República y sus posiciones tras descalabros y exaltaciones públicas frecuentes. Pese a ello, los momios apenas se mueven.
¿Recuerdan a quiénes auguraron que Enrique Peña Nieto caería dramáticamente por efecto del caso Paulette?¿Y a los que dieron por muerto a López Obrador arguyendo la imposibilidad de reactivar a los movimientos sociales que han sido su refugio?
Por su parte, los panistas deshojan sus margaritas a la vista de cuatro secretarios de Estado, un senador ahora antipresidencialista y una diputada afín al señor Calderón, además de dos gobernadores que escuchan los latidos de su corazón.
Pero las preferencias, es decir las apuestas hacia el futuro, apenas se mueven. Peña sigue arriba, con todo y los resquemores por la liberación de los presos políticos de San Salvador Atenco; y le sigue el panista que se mueve fuera de los feudos de Los Pinos: Santiago Creel. La terna de la primera línea la sigue cerrando el "misionero" López Obrador. Pero ello no significa que los mencionados llegarán a las candidaturas.


Finalmente, ¿son éstos los mejores, los más capaces? Hablaremos de ello la próxima semana.
Veneno Puro (Edición impresa) viernes, 09 de julio de 2010PorRAFAEL LORET DE MOLA EstatalLas opiniones y comentarios expresados aquí no representan la opinión o el punto de vista de El Mexicano de ninguna manera. Evite escribir malas palabras e insultos. Los comentarios ofensivos serán borrados. Usted es responsable de lo que publica en el portal. Comentarios (0)
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