*Jardín de Niños
*Política de Nada
*De los Ausentes
Nadie duda que el poder corroe hasta las entrañas, destruye y anida en las conciencias hasta convertir a éstas en dependientes de las drogas del autoritarismo. Y más todavía cuando el entorno del mando absoluto, por ejemplo en la Residencia Oficial de Los Pinos, aísla y determina las conductas de los hombres públicos; y también, claro, las de las mujeres de la política.
Tampoco podemos negar la evidencia sobre las transmutaciones que sufren, cada sexenio, quienes habitan la blanca casona de Chapultepec. Ninguno de sus huéspedes han podido salir de ella como entraron y eso que cuando llegaron ya estaban contaminados por la exaltación de sus supuestas virtudes en las bocas de sus vasallos cercanos, incapaces, per se, de decirles, alguna vez siquiera, no. De esta deformación, que deviene de la aviesa disciplina de los incondicionales, surgen los demás males endémicos de la política mexicana.
El ex secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, atado a su peculiar filosofía sobre la ética y el honor –esto es, sólo los suyos tienen estas cualidades hasta cuando agarran del chongo, literalmente, a la esposa de un futbolista-, me confió, en octubre de 2009, que a cada presidente lo marca su inicio. En breves palabras, el arranque resulta determinante para asegurar perfiles y desarrollarlos a lo largo de la gestión ejecutiva. A Carlos Salinas, por ejemplo, las voces que le señalaron como usurpador, tras el escándalo comicial de 1988, le impulsaron a consolidar su poder con la urgencia de quien aborrece los trayectos y sólo piensa en llegar a los destinos. Tenía prisa por colocarse la banda presidencial sin los amagos de cuantos minimizaban, en principio, su influencia. Y en un arrebato pasó sobre el corporativo petrolero y dio así su primer clarinazo.
Para Gómez Mont, muy “honrosamente” cesado, quien fue su superior en el entorno ejecutivo del gobierno federal, Felipe Calderón, debió iniciar su andadura bajo el flagelo de la ilegitimidad que azotaba su vulnerable epidermis de mediocre exaltado –“el menos malo” como consideraron buena parte de sus votantes en 2006-, y ello le ha significado mantener el trauma a lo largo de su periodo. Quizá por esta razón ya sumamos en el mismo lapso a cuatro titulares de la Secretaría de Gobernación amén de un encargado de despacho que, a decir de no pocos, fue el más efectivo de los designados tras la escenografía que significó la muerte de Juan Camilo Mouriño en noviembre de 2008. ¿Ya olvidamos tan pronto?
A diferencia de Salinas, considerado igualmente ilegítimo, Calderón optó por no sacudirse a los poderes fácticos como acaso hizo el primero al ordenar el confinamiento alevoso de Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, más por una sanción política a sus veleidades en pro de Cuauhtémoc Cárdenas que en razón a los excesos de su proceder caciquil. Peor todavía: pretendió asimilarlos, dejándose levantar la mano por quien, sin duda, representa “lo peor del priísmo” anidado ahora en la plataforma alquimista del panismo presidencialista, Elba Esther, la “novia de Chucky”.
Miente César Nava cuando supone que en el pasado 4 de julio, las alianzas turbia pasaron sobre las herencias más repulsivas del viejo régimen, si es dable calificarlo así, cuando para ello se nutrieron, precisamente, no sólo de priístas recién escindidos sino también de los instrumentos corporativos, dominados por la “maestra” Gordillo, destinados a inducir la voluntad del colectivo al amparo del espionaje institucional y la edificación mediática de liderazgos de pacotilla.
En la misma línea, miente igualmente Calderón al sugerir que los cambios en su gabinete responden al propósito de dinamizar las interrelaciones institucionales, sobre todo hacia el interior de su propio equipo de trabajo que comienza a erosionarse por las ambiciones explicables de sus integrantes de cara al 2012. Se dieron, más bien, bajo un ámbito de creciente confusión y parálisis operativa tras los descalabros de Gómez Mont y la perniciosa cercanía de Paty Flores Elizondo, desde la oficina de la Presidencia, que acabó por contaminar incluso las relaciones personales, matrimoniales para decirlo de una vez, del mal llamado jefe de las instituciones nacionales. Cuando no se perciben límites se ignoran también los abismos.
Miente, en fin, el gobierno derechista cuando considera que basta una convocatoria extemporánea a “superar agravios” para construir automáticamente, a la vieja usanza, el pretendido “liderazgo” de un desconocido designado secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora, traído desde Baja California y con muy escaso conocimiento de la geopolítica nacional. Habrá quienes, desde este momento y basados en la reconstrucción del avieso “dedazo” le observen hasta como presidenciable en la hora más negra de la política mexicana. Así gobierna el PAN.
Por supuesto, es dable desconfiar de cuanto expresó Blake en la hora de su asunción porque, sencillamente, parece un improvisado. Y nada es peor a quien simula, autonombrándose conciliador, para escalar escalafones minados por al amiguismo y las complicidades sectarias.
Debate
En sus días de candidato, allá por el lejano 1982, Miguel de la Madrid, al percibir el clamor general contra la ingente corrupción de la etapa lópezportillista, aireó la bandera de la “renovación moral” como propuesta central de sus discursos y, en corto, me confió:
-La ineficacia en el desempeño de los cargos públicos es también, sin duda, una forma de corrupción.
La sentencia, por supuesto, acabaría por señalarle a él mismo bajo el estruendo del “boom” del narcotráfico y la paulatina desnacionalización, con pérdida sustantiva del concepto sobre soberanía, que abrió los senderos para la gradual reconquista financiera... y política. Y lo que vendría después. Resulta por demás evidente cuál sería la ubicación de los Fox, ella y él naturalmente, en el organigrama de la incapacidad y, por ende, en el de la inmoralidad pública. Y de Calderón, ni se diga, por más buenas intenciones que expresaron tener y las consiguientes comparaciones tendenciosas entre la parálisis de los gobiernos de derecha –desde la exaltación del neoliberalismo- y las desviaciones escandalosas de las administraciones predecesoras.
Si la ineficacia es corrupción, los Fox y Calderón encabezan la lista de los predadores. Acaso por ello mismo, en recientes encuentros con auditorios rebosantes en Veracruz y Tabasco –agradezco desde aquí a mis anfitriones, los directores del AZ de Xalapa y Novedades de Tabasco por permitirme estrechar vínculos con lectores y amigos-, cada que pregunté sobre los peores ex mandatarios del país los más recientes recibieron los mayores señalamientos mientras se olvidaban y perdonaban las afrentas de, por ejemplo, Echeverría –y su Jueves de Corpus-, López Portillo –y su frivolidad ruinosa-, y De la Madrid –y el desarrollo de las mafias-. Los votos comenzaron a fluir con Salinas y acabaron por ser dominantes con la mención de Calderón... quien todavía, según dicen sus panegíricos, está en ejercicio.
¿Habrá aún quienes pregunten los porqués del desprestigio de la figura presidencial a la vista de los antecedentes y de la evolución de las perversidades y simulaciones? Porque, sin duda y contra el discurso recurrente en pro de las alianzas turbias, en el régimen de Calderón estriba lo peor... del priísmo hegemónico. Se trata, tan solo, de una versión corregida y aumentada del mismo con la baza de un puñado de simuladores que se postularon sin conocer a fondo cuáles serían sus funciones y responsivas, creyendo tan solo que tenían derecho al disfrute del poder por el poder mismo.
El Reto
Si Fox convirtió la residencia oficial en una especie de salón de fiestas en donde sus consortes celebraban bautizos y aniversarios, Felipe Calderón –su esposa le ha llamado siempre “Jelipe” por aquello de que le perdió, desde hace muchos años la “fe”-, la he erigido como auténtico jardín de niños en donde todos juegan a ser gobierno, o presidente... mientras dura el breve carnaval.
No olvidemos aquella jocosa escena, durante el “cumpleaños” del ISSSTE, cuando el niño “Jelipe”, tan travieso, lanzó sobre el pastel el rostro de su compañerito de diabluras, Miguel Ángel Yunes, el mismo veracruzano que sigue gritando como si le hubieran quitado de la boca el dulce, llenándolo de betún y merengue. Las gráficas sobre el evento recogieron igualmente el semblante incómodo de la señora Margarita Zavala quien debió sentirse una especie de mentora incapaz de detener las correrías de los escolapios incontrolables. Entre chiquillos, claro.
Y con el mismo talante dispone de renuncias y nombramientos contra la elemental lógica política. Porque, no me cabe la menor duda, en el sillón que ocuparon antiguos estrategas políticos de primer nivel –lo mismo Díaz Ordaz que Reyes Heroles y Gutiérrez Barrios- se sienta hoy una especie de párvulo listo a aprender sobre la marcha los secretos de un sistema infectado y derruido por la improvisación y la ineficacia, bastiones de la corrupción en el sector público.
¿Podrán los nuevos alumnos –Blake y Bruno Ferrari, éste designado para ocupar la Secretaría de Economía, un abogado con corta experiencia en la materia- enfrentar los enormes desafíos? ¿O se pondrán todos a jugar, sobre el tablero de mesa, “Stratego”, hasta que algún día descubran en donde está la bandera?
La Anécdota
El dilema sigue. ¿Qué es peor? ¿El mal gobierno o la ausencia de gobierno? La mayor parte se inclina por lo segundo como la expresión del agobio colectivo en tiempos de creciente desesperanza.
Por Tabasco, me atreví a deslizar una interrogante sobre la actuación, a tres años de distancia de su asunción, del gobernador, el químico Andrés Granier Melo, priísta, en una entidad fuertemente politizada e igualmente polarizada.
-¿Cómo perciben a Granier? –pregunté-.
-Pues, lo mejor es que no se percibe. Y sólo le falta la mitad del periodo.
La ausencia de gobierno se extiende. Y la sociedad, que parece resignada, espera.
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