viernes, 16 de julio de 2010

EL VIEJ0 REGIMEN

Volteemos hacia nuestra singular democracia. Si el PRI como partido oficial fue responsable del consumado fraude electoral de 1988, el PAN carga la misma culpa respecto al de 2006. Y del PRD podemos decir, en una reseña apretada de pecados, que sus dirigentes han sido incapaces de renovarse sin las turbulencias producidas por las trampas y las emboscadas; en buena medida, este es el origen de la evidente bifurcación, de facto, de esta corriente partidista: por un lado, el líder, López Obrador quien ya busca otros cobijos; por el otro, los llamados “chuchos” especialistas en las alianzas turbias. La historia de las afrentas a la ciudadanía no termina, por tanto, en el pretendido certificado de defunción del priismo, adelantado con torpeza en la eufórica hora del arribazón foxista, ni en la alternancia que anunció, con estruendosos clarines de gloria, el fin de la hegemonía del partido que fue casi único. Tampoco puede expresarse que la corrupción haya sido segregada del sector público al momento de desplazar al llamado “viejo régimen”. De hecho, existen elementos perniciosos, tales como el nepotismo y la propensión a realizar negocios desde y con el poder, que se presentan ahora como versiones corregidas y aumentadas de cuanto ya conocíamos y deploramos en su momento. Negarlo es caer en una ingenuidad ramplona detrás de la cortina que oculta la rastrera conducta de los incondicionales. El agua y el aceite reunidos en la extraña amalgama de panistas y perredistas pretende ser una especie de mezcla justiciera para cerrarle el paso al anquilosado PRI que, a lo largo de la década que cerramos este año, apostó a su renovación sin siquiera comenzar la andadura hacia ella. No hay duda acerca de la omnipresencia de las antiguas mafias y los perniciosos grupos, sabios en el manejo de chantajes y facturas pendientes, como hilos integradores de una clase política arraigada más a sus vicios que a sus virtudes. Basta insistir, corroborando lo anterior, en la equivocada estrategia para asegurarse las elecciones regionales del pasado 4 de julio a costa de beneficiar a los gobernadores permitiéndoles señalar a sus “sucesores”. Los descalabros, debe reconocerse así, fueron tremendos. No hay duda de que, por ejemplo, el sinaloense Mario López Valdez “Malova” y el duranguense José Rosas Aispuro, entre otros, habrían sido espléndidos candidatos del PRI, arrollando en los respectivos comicios estatales, de no ser por el caprichoso sesgo a favor de los mandatarios estatales que se dijeron poseedores de todos los controles, incluso para delinear el futuro a través de sus respectivos títeres. Y en el pecado, esto es el tremendo error de cálculo, llevaron la penitencia. Hoy estos personajes, y otros más, forman parte del bagaje “aliancista” aun cuando, desde luego, no es posible alquilar la formación ideológica ni la conciencia a menos de que se haya extraviado toda moral política. Las dirigencias del PAN, el monaguillo César Nava, y del PRD, el bocón Jesús Ortega, en pleno noviazgo de la derecha en el poder central con la izquierda que nunca ha reconocido al gobierno federal panista, insisten en haberse reunido en busca de un fin común: desplazar al PRI, a lo peor de éste de acuerdo a la filípica exaltada de Nava, para animar la vida democrática en los estados que no han atestiguado alternancias entre partidos en el poder desde hace ya más de ochenta años. Sin embargo, en la mayor parte de los casos los “opositores” desecharon a sus propios cuadros y optaron por apoyar... a los priístas escindidos por la soberbia de los gobernadores. Esto es: sin óbice de marginar a sus militancias, PRD y PAN reunidos, al lado de Convergencia y el Partido del Trabajo –entes afines, a Andrés Manuel López Obrador y sus radicales-, prefirieron lanzar a quienes debieron desprenderse de las vestiduras priístas para competir aprovechando las plataformas “disidentes” que se les ofrecieron. Fueron duelos, sí, como si se tratara de segundas vueltas, menos contaminadas por la intervención de los mandatarios tuertos, entre correligionarios separados tan solo por el grupo usufructuario del poder local pero sin renuncias de formación ni conciencia. Ahora bien; si perredistas y panistas que justificaron sus alianzas detestan al PRI y cuanto deviene de ellos, ¿por qué entonces desplazaron a sus correligionarios, y a sus ideologías, con tal de derrotar al PRI? Y en todo caso, ¿por qué el PRD no se unió a su “primo hermano”, el PRI claro, para combatir en Aguascalientes y Tlaxcala y superar con ello al anquilosado panismo de ambas entidades?¿Y el PAN no debió hacer lo mismo, aliarse al PRI, para derrotar al cacicazgo perredista de Zacatecas?¿Será porque en estas tres entidades el PRI, vencedor, no requirió de alianza alguna? Es evidente que el PAN, en posesión del poder central, no creció estructuralmente y actúa como opositor cuando le conviene en distintas escenografías; y el PRD sencillamente perdió su consistencia para convertirse, por desgracia, en un elemento amorfo incapaz, por sí, de desarrollarse y con el sectarismo por bandera. Involuciones, sin duda. ¿Y el PRI? Desde luego, aunque les pese a muchos y con todos sus vicios a cuestas, está vivo, mucho más que en 2000 cuando las traiciones lo erosionaron. Debate Pegarle sólo al PRI es una postura sesgada, convenenciera y oportunista; porque tal denota la creencia de sus adversarios de ser impolutos ante una opinión pública desinformada. Esto es, el PAN se aprecia como garante de los nuevos tiempos porque, en todo caso, el pasado y el legado priísta son peores; y el PRD considera que la perspectiva hacia el futuro, si no en 2012 sí en el 2018, les pertenece como una tercera opción su fracasa el gobierno de sus “aliados” de la derecha. Como si fueran ajenos a sus propios quebrantos y yerros, ofreciendo sólo sus mejores virtudes. Maniqueísmo en grado superlativo. Porque, sin duda, no entiendo que el panismo deteste al priísmo caciquil cuando, por ejemplo, han sido capaces de negociar con las fracciones de este partido en el Congreso de la Unión, eficazmente en cuanto a los coyunturales presupuestos de egresos e ingresos y respecto a algunas reformas claves como la energética y la fiscal, y no han hecho lo mismo, en cambio, con los perredistas, sus “aliados”, asfixiados por las tribulaciones sectarias. ¿Son entonces los priistas, desde esta visión, los malos de la película? Tampoco es comprensible que el PRD, integrado en buena parte por quienes emigraron desde el PRI e incluso de los grupos mafiosos de este instituto como el salinista, prefiera ir de la mano con la derecha que les afrentó en 2006 con una elección amañada, mientras invitan y alientan a destacados militantes del priísmo a mudarse hacia los salones de la izquierda. Pero no sólo eso: aprovechan a formación de antiguos priístas sobresalientes, entre ellos Manuel Camacho Solís y Marcelo Ebrard por nombrar sólo a dos, para ampliar coberturas. Y, de hecho, fue Camacho el maestro constructor de las alianzas turbias. De despreciar en esencia al PRI, ¿por qué entonces panistas y perredistas se nutren de ellos en su febril carrera hacia los poderes estatales? Por otra parte, ¿acaso para los panistas no era el PRD en donde se concentraban los “peligros” para México si se daba un viraje hacia la izquierda?¿Y para los perredistas no eran los panistas el punto de reunió de perversos ultras, como los del “Yunque” que tanto festejaron las victorias aliancistas recientes, listos a vender soberanías y finiquitar antiguas banderas sociales? Pero, claro, no responden a estas interrogantes. No quieren hacerlo o, más bien, no se atreven y por ello las evaden. Se limitan a expresar que cuantos analizan, con sentido crítico naturalmente, el numen de la controversia, favorecen con ello al PRI y, por ende, a éste pasan sus facturas. Falacias. El Reto El PRI, contra los sofismas habituales, no pierde con las elecciones recientes trece y medio millones de votos al despojarse de Sinaloa, Puebla y Oaxaca. Más bien, dada las ventajas de los aliancistas entre tres y siete puntos, divide con los vencedores que debieron presentar un frente común y, por ende, también entre ellos impera la pulverización de los sufragios. Ante esta perspectiva, hace unos días, el economista Gabriel Reyes Orona, quien fuera procurador fiscal y presentara enérgica renuncia a Vicente Fox, me hizo una reflexión que no tiene desperdicio: --En democracia se trata de que prevalezca la voz de la mayoría acreditada y no la que proviene de la suma de varias minorías para aplastar a otra. Las alianzas turbias confluyen desde el segundo escenario mientras alcanzar la mayoría, canceladas o pospuestas indefinidamente por ahora las segundas vueltas comiciales que podrían dirimir la cuestión, sigue siendo un propósito alcanzable entre los grandes operadores del sectarismo antidemocrático. La Anécdota En los tiempos de la hegemonía priista, con claroscuros y truculencias permanentes, solían repetir los más afortunados en la puja de cargos públicos: --Nuestro partido –lo era de todos los que integraban gobierno-, es tan sabio como la filosofía popular. Es un traje cortado a la medida de los mexicanos. La propensión de sus adversarios a nutrirse de los cuadros priístas extiende y confirma el aserto; y también la profunda confusión del colectivo, hastiado de rebatiñas y carente de información cotejada y suficiente, sobre el devenir del país y de su clase política. Los costos de las alianzas turbias apenas están avizorándose. ¡Y falta integrar gabinetes desde posiciones polarizadas! La gobernabilidad, nada menos, está en riesgo tras los exaltados triunfos del 4 de julio. No es poca cosa.

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