miércoles, 14 de julio de 2010

APUESTA VIGENTE

Desafío Publicación: MARTES 13 DE JULIO DE 2010

*Apuesta Vigente

*El Reto de AMLO

*Con Oídos Sordos

Por Rafael Loret de Mola

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Tratemos de liberarnos de prejuicios, malquerencias, sinsabores y descalificaciones vanas para analizar, una vez más, la figura de Andrés Manuel López Obrador, sin duda la más representativa y vigorosa de una izquierda dividida y, para algunos, colapsada. El nombre concita, siempre, una automática repulsión por parte de una franja importante de mexicanos y el exaltado aval, incondicional, de un también amplio sector. Más allá de encuestas y sondeos, los más inducidos por los intereses de los corporativos que dominan los escenarios, a lo largo de cuatro años, esto es desde el conflicto comicial de 2006, el ex jefe del gobierno defeño ha mantenido voz, presencia y crispación en el papel del más destacado opositor de la administración calderonista.

Leí, con cuidado y liberado de las ataduras simplistas de los partidismos inútiles, la reciente obra editorial de Andrés Manuel, “La Mafia que se Adueñó de México... y el 2012” –Grijalbo, 2010-, y encontré en ella dos intenciones de fondo, loable la primera y cuestionable la segunda. Veamos:

1.- La radiografía sobre México, en muchos aspectos, es correcta. ¿O vamos a negar, a estas alturas, la preeminencia de los treinta oligarcas que mantienen dominio sobre los órganos del poder financiero y político? Sería, desde luego, una tremenda ingenuidad. Además, el pertinaz periplo lópezobradorista por todos los municipios del país –pasó cuatro meses en Oaxaca pues en esta entidad se cuenta con quinientos sesenta ayuntamientos-, le permitió ahondar en las conflictivas sociales que plantea correctamente a lo largo de su ensayo, esto es más allá de algunas empalagosas referencias sobre las bellezas naturales y la reciedumbre de los pueblos apenas apartados de los lugares comunes sobre el folklore y la idiosincrasia de cada región.

2.- Igualmente, en cada episodio de la obra, insiste en defender, tercamente, cada uno de sus actos políticos sin el menor atisbo de autocrítica, un elemento indispensable para asegurar el curso democrático sobre las tentaciones de la egolatría. Lo mismo subraya la trascendencia del plantón poselectoral, advirtiendo que gracias al mismo se desactivaron los posibles estallidos sociales tras el fraude de 2006, que justifica la invención, tragicómica, del inefable “Juanito”, Rafael Acosta, arguyendo que tal e dio como consecuencia de un mal fallo del Tribunal Federal Electoral. Tal significa, de acuerdo al criterio del propio López Obrador, que él mismo y sus movilizados pueden trocar las leyes, a su arbitrio, cada que consideren injustas sentencias o laudos. Un hombre y su gente por encima del Estado de Derecho.

Una línea similar a la seguida por el propio personaje en aquella amarga sesión general del Congreso destinada a desaforarlo en abril de 2005. Tras discursar sobre sus propósitos, descalificando a los propios legisladores porque acudían a un linchamiento político en el que no se superaría la consigna bajo argumentación alguna, optó por retirarse del recinto seguro de que se procedería judicialmente contra él, lo que no sucedió por el avieso temor de los Fox a una reacción popular incontrolable, subrayando con ello no solo su talante provocador sino también revelando cuál sería su comportamiento ante el contrapeso del Legislativo si llegase el caso de que accediera a la Presidencia: sencillamente desconocerlo y lo mismo reducir a cuantos no coincidieran con él bajo las interpretaciones de una cerrada elite de adoradores.

Y es esto lo que, sin duda, es advertencia sobre los peligros inherentes a su perfil aun cuando el sello, maquinado desde el poder para destruir su proyecto alternativo, hiera susceptibilidades explicablemente. Aún quienes han sido correligionarios del fogoso tabasqueño, cuya convocatoria sigue siendo de enorme importancia aunque le pese a sus detractores obcecados, admiten que el mayor de sus defectos es la arrogancia por la cual no le es dable reconocer razón más que la propia. Y ello, claro, no sólo inhibe a sus cercanos asesores, quienes se cobijan a su sombra para sostener relevancias entre ciertos medios afines y un apretado sector de intelectuales que se esmeran en parecer izquierdistas como parte de sus socorridos disfraces, sino también ocasiona frecuentes diferendos que, con el tiempo, se vuelven irreversibles.

De allí la sentencia de Jesús Ortega Martínez, dirigente nacional –“2012: La Sucesión”, Océano, 2010-, en el sentido de que quienes ahora rodean al líder y abanderado de 2006, para muchos un caudillo, son los antiguos pandilleros, digamos como Gerardo Fernández Noroña, y “los hijos de Salinas”, esto es quienes se forjaron durante la administración del mandatario a quien Andrés Manuel considera el jefe de todas las mafias y el eje del mal.

Debate

En febrero de 2004, dialogué con López Obrador, en su condición de jefe del gobierno del Distrito Federal. Recuerdo su sentencia respecto al ex mandatario aborrecido:

--Me preguntan si lo mío es personal con (Carlos) Salinas. Lo es. ¿Y sabes por qué? Porque no quiero que mis hijos crezcan en un país de mafias... y Salinas es la mafia misma.

Entonces le cuestioné, como han hecho otros, sobre la presencia de tantos ex salinistas, incluso cercándolo, desde Manuel Camacho hasta Marcelo Ebrard –ambos fueron, respectivamente, regente de la ciudad de México y secretario general del gobierno capitalino durante la gestión presidencial salinista-, y francamente se incomodó:

--Eso es cosa del pasado –replicó-. No caigas en la misma argumentación de nuestros enemigos que sólo buscan desacreditarnos.

Es decir, si no se aceptan hasta las contradicciones del dirigente, sin chistar, se es susceptible de ser ubicado en el listado de los mafiosos o de los cooptados y comprados por éstos sin el menor atisbo de objetividad. Quizá por ello, deduzco, evitó dialogar conmigo de cara al ensayo sobre la sucesión presidencial y optó por realizar el suyo propio, libre de las intemperancias de la dialéctica, un ejercicio obviamente democrático. Sólo sus incondicionales tienen acceso y aval, por parte del “misionero en campaña” como le califican los cercanos, para sus trabajos. Este columnista, por supuesto, prefiere el de sus lectores aunque también yerre, como todo ser humano, en algunos juicios y conclusiones. Lo importante es, desde luego, reconocerlo.

Pese a lo anterior, coincidimos en buena parte de los argumentos de fondo. La omnipresencia de Salinas, por ejemplo, parece imponerse en la justa presidencialista que ya comenzó aun cuando la fracción zedillista, duelo entre mafias sin duda, no ha dicho la última palabra. Y lo mismo puede decirse de la apretada elite de multimillonarios empeñados en modificar reglas y escenarios de la contienda política que, en 2012, puede significar la victoria de la antehistoria, como la he llamado; esto es: el retorno del PRI sin que este partido haya podido desprenderse de los valladares, morales e ideológicos, que llevaron al electorado a la búsqueda de un cambio estructural, por desgracia traicionado por los leguleyos de la derecha.

Ahora bien, ¿no es verdad que los treinta oligarcas han acumulado fortunas aprovechando las crisis estructurales fincadas en la depauperación del colectivo? López Obrador da datos duros de sobra al respecto, incluyendo la caída de la economía a partir de la instauración del neoliberalismo y la cancelación arbitraria del antiguo proyecto de desarrollo estabilizador destazado por el echeverriato, precursor de las tragedias financieras. Y ello no significa justificar los antiguos autoritarismos sino subrayar la ruina a la que fuimos arrojaron por los egresados de Harvard y Yale destinados tan solo a privilegiar la “macroeconomía” a despecho de la justicia social.

El Reto

No es dable, por tanto, asumir el burdo maniqueísmo, entre el bien y el mal absolutos, para condenar a priori cuanto viene de López Obrador. Es necesario aplicarnos a una actitud ponderada y sensata que permita reflexionar sobre la validez de sus postulados, defendidos con vehemencia e incluso pasión, sin cernirnos al torpe rechazo que genera el personaje entre quienes desearían verlo fuera de cualquier entorno político, esto es sin la menor vocación democrática a favor del debate y la pluralidad.

Finalmente, cabe un pronóstico: así como hubo quienes emitieron tempranamente el certificado de defunción para el PRI cuando éste fue derrotado en 2000, quienes hicieron lo propio con Andrés Manuel tras el sostenido proceso para desfondarlo, aprovechando sus propios errores es cierto, están prohijando un serio error de cálculo.

El movimiento lópezobradorista, aunque le pese a muchos, no está finiquitado ni mucho menos. Basta leer el reciente trabajo de Andrés Manuel para encontrar planos de identidad social apreciables e incluso contundentes. Y ello indica, sin género de duda, que los juicios sumarios contra él podrían revertirse.

El columnista acepta que la mayor parte de los planteamientos registrados en la obra comentada son certeros y agudos e incluso francamente irreprochables. Digo, a pesar del controvertido perfil del autor y su mesiánico acento, que él niega desde luego, hasta cuando subraya que la lid por la candidatura de unidad de la izquierda hacia el 2012 se habrá de resolver entre él, naturalmente, y el leal Marcelo Ebrard. Veremos.

La Anécdota

A Carlos Slim Helú no le va del todo mal en el análisis lópezobradorista. De él, Andrés Manuel, dice:

--“Slim es bastante sencillo aunque es el hombre más rico del mundo. No usa trajes especiales ni le da por ser extravagante. Es sensible... En cuanto a lo político, no tengo evidencias de que Slim actúe bajo las órdenes de Salinas”. (Páginas 44 y 45)

En alguna ocasión, el propio Slim me confió que acercó a dos figuras de la izquierda: al propio López Obrador y al ex presidente del gobierno español, Felipe González Márquez. Durante la reunión, el segundo no cesó de hablar sobre la perspectiva de una “izquierda responsable”, esto es adecuada a los tiempos en donde los radicalismos estorban. Y, al final, González le comentó a Slim:

--Me dio la impresión de que Andrés prestaba oídos sordos. No escuchaba sino tenía la mirada perdida, divagaba más bien.

Quizá sucede que sólo le guste escucharse a sí mismo. Y en esto radica, sin duda, su mayor debilidad.

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Rafael Loret de Mola
Escritor

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