Desafío Publicación: JUEVES 15 de JULIO DE 2010
*Daños Colaterales
*Revoltijo Caciquil
*Apuestas de Ortega
Por Rafael Loret de Mola
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Los previstos conflictos poselectorales y las rebatiñas encendidas con sabor sectario han dejado una larga secuela de desencuentros, perversidades, chantajes sobre todo y la consiguiente fetidez política. Ninguna dirigencia partidista se salva porque todas fallaron de cara a una ciudadanía todavía manipulable a causa de su propia desinformación. Por eso, claro, la armazón de estrategias disparatadas, desde las alianzas turbias hasta la vindicación de los cacicazgos, revierte no sólo contra sus autores sino también para exhibir a la clase política en su conjunto incapaz de encontrar rutas civilizadas, y coherentes, hacia la utopía democrática.
Los discursos triunfalistas igualmente tienden a exhibir a sus pronunciadores por la ausencia patológica de ideas sustentables. Percibo incluso que los militantes de cada uno de los partidos, específicamente quienes ostentan cargos de elección popular o dentro de los organigramas oficiales, saben bien que algunas de las fórmulas encontradas, esto es para no ser arrollados por la volátil masa comicial, no son siquiera defendibles... y, sin embargo, deben justificarlas por disciplina o acaso igualmente para asegurarse posiciones al corto plazo.
Porque, desde luego, las falacias no pueden justificarse por más que se repitan sin cansancio. Analicemos algunas de ellas:
1.- Los “líderes” nacionales del PAN y el PRD, sin rubor alguno, no se cansan de subrayar el éxito de las alianzas turbias. Alegan que vencieron en la mayor parte de las entidades en donde se realizaron aun cuando tal haya sido confluencia, más bien, de los desprendimientos del PRI, esto es por los errores selectivos de la dirigencia de este partido.
2.- El sustento mayor de los mismos estriba en que los impulsó el imperativo de derrotar los cacicazgos estatales, a decir de ellos lo peor del priísmo, sin reparar que para ello debieron recurrir precisamente a los viejos caciques. Hagamos un breve recuento: en Oaxaca, sin duda, Gabino Cué, crecido al calor de Convergencia tras su desprendimiento del PRI hace varios lustros, fue apoyado por Diódoro Carrasco, ahora panista, y José Murat, aún priísta, en una puja contra el mandatario en funciones Ulises Ruiz; en Sinaloa, Mario López Valdez, Malova, se cobijó en el ex mandatario Juan S. Millán, señalado por presuntas conexiones non santas; y en Puebla, Rafael Moreno Valle se solazó en el padrinazgo de Elba Esther Gordillo, ésta sí lo peor del llamado viejo régimen, y de el ex mandatario Melquíades Morales.
Pues bien, los “ex” nombrados, los oaxaqueños Carrasco y Murat, el sinaloense Millán y el poblano Morales, fueron, en su momento, numen de los cacicazgos regionales que se bifurcaron, con el tiempo, al calor de otros gobernadores igualmente ambiciosos y, por supuesto, con creciente operatividad soterrada en los entretelones de la vida institucional. Un duelo entre grupos dominantes con el propósito de asegurarse respaldos y proyecciones. Igual proceden -¿coincidencias nada más?- los poderosos cárteles a lo largo de la geografía nacional.
3.- Beatriz Paredes Rangel, presidenta del PRI, no se ha cansado de repetir que su partido, pese a los descalabros conocidos, mantiene sus fueros como “primera fuerza política nacional” para acreditar con ello su condición de vanguardia en la justa por la sucesión presidencial en 2012. No obstante, los institucionales perdieron la mayor parte de los centros urbanos –aun cuando se postulan las recuperaciones en Baja California para atemperarlo-, y con ello se manifiesta que donde se concentra la población con mayor politización, el PRI y su presunto retorno al poder central dentro de dos años no cuenta con el aval necesario entre los electores más juiciosos.
4.- La propia señora Paredes Rangel, con indiscutible manejo del lenguaje político, me confió que la ventaja previsible de su partido en la arrancada carrera sucesoria presidencial, observada al inicio de este complejo 2010, obligaba a los priístas a no cometer errores, como ocurrió en 2006 con la causa perredista anclada en la arrogancia –dicho esto sin óbice del incuestionable desaseo electoral que se produjo, el fraude sin eufemismos-. Pese a ello, la propia Beatriz creyó que bastaba con fortalecer a “sus” gobernadores, responsabilizándolos de los cursos electorales a cambio de que impusieran a sus presuntos sucesores, para volver a la senda del “carro completo”. Y, desde luego, no fue así... ni siquiera en aquellas entidades en donde los controles eran recios en apariencia.
Los descalabros en las entidades en donde hubo alianzas “opositoras”, esto es como si el PAN no fuera el partido posicionado del poder central, fueron efectos de errores monumentales: las respectivas postulaciones de personajes oscuros, al amparo de los respectivos gobernadores, en detrimento de quienes contaban con mayores y más sentidos respaldos entre la militancia. Tal sucedió, cuando menos, en Puebla, Sinaloa y Durango.
Y algo más: en Veracruz, el pulso más bien se dio entre el mandatario en ejercicio, Fidel Herrera, y el candidato “panista” –así, entre comillas-, Miguel Ángel Yunes, observándose al abanderado priísta, Javier Duarte de Ochoa, quien ahora se dice “el veracruzano más votado de la historia”, evidentemente relegado de los primeros planos.
¿Todos ganaron o todos perdieron?
Debate
Desde luego, hay diferencias sustantivas entre los mandatarios electos, y felicitados por igual desde la residencia oficial de Los Pinos antes incluso de hacerse oficiales los resultados, en cuanto a orígenes e intenciones. No encontramos símil entre el oaxaqueño Cué y el poblano Moreno Valle; o entre éstos y el sinaloense Malova.
Cué, y así lo expresamos en su oportunidad, es más cercano a la izquierda como consecuencia de sus respectivos pulsos con los mandatarios de su entidad –incluso contra Murat quien ahora optó por impulsarlo para destroncar a Ulises Ruiz-, y su propia formación sociopolítica. En este caso, el personaje requirió las plataformas partidistas para cubrir los requisitos legales pero su fuerza recala en él mismo.
Mario López Valdez –y en la misma línea podemos ubicar al duranguense José Rosas Aispuro-, se desprendieron del PRI al sentirse marginados, contra las corrientes mayoritarias al interior de este partido, para encabezar cruzadas en contra de las imposiciones políticas insostenibles. Y crecieron, precisamente, porque confirmaron que eran ellos, y no quienes fueron abanderados priístas, quienes contaban con el apoyo real de la militancia. De haber sido ellos los candidatos del PRI, la plataforma original, nadie les hubiera podido disputar sus victorias, aun con el sambenito de las alianzas.
Y Moreno Valle es producto del intervencionismo de la inefable “maestra” Gordillo, la novia de “Chucky”, que no se detiene en la ambivalencia partidista: ella, sencillamente, mete la mano en donde quiere lo mismo en el PRI que en el PRD y, desde luego, el PAN. Y esta misma condición la impulsa a manejar varias cartas hacia el 2012: a favor del panista Alonso Lujambio, el priísta Enrique Peña Nieto y el perredista Marcelo Ebrard, éste último uno de sus consentidos en la escena de los acuerdos soterrados. Y detrás de ella, naturalmente, Carlos Salinas quien mantiene su personal pulso con Ernesto Zedillo, el gran simulador, dentro de un PRI que se desgasta a sí mismo.
Ninguno, y he aquí el hilo conductor, tiene de panista o perredista ni un solo cabello.
El Reto
Quienes pretenden la candidatura presidencial del PAN coinciden en un punto: a pesar del handicap que significa la mediática figura de Peña Nieto –en quien no pocos priístas desconfían en cuanto a sus posibilidades reales-, confían en que al interior del Institucional habrá bajas y pujas, suficientes diríamos, como para posibilitar la crecida, de nueva cuenta, de una derecha calculadora y empeñada en ser llevada por estrategas extranjeros bajo contrato, sobre todo los hispanos Antonio Solá y Antonio Navalón. Hasta en este punto se han vuelto adictos a la dependencia por la ausencia de cuadros propios.
Sin duda, es en este punto en donde radica la mayor apuesta del priísmo: el convencimiento de que sus bases son tan amplias, pese a las consecutivas derrotas nacionales de 2000 y 2006, que alcanzan para proveer a sus adversarios de sus desechos. Sólo que éstos, insisto, se llevan buena parte de los caudales humanos, nutrientes básicas, por causa de la insensibilidad, la soberbia y la necedad directiva. No han cambiado un ápice desde los cercanos días de la hegemonía partidista bajo el presidencialismo autoritario.
Es ésta la razón por la cual el aventajado Peña Nieto asume que las alianzas no le harán daño alguno... hasta que se lo hagan. Porque es la arrogancia, sin duda, lo mismo que cuando López Obrador se creyó inalcanzable e invencible, el elemento más ponzoñoso que corroe el alma de los políticos ambiciosos.
La Anécdota
En el PRD nadie se sorprende por el proselitismo abierto de López Obrador, empeñado en asegurarse una candidatura en el partido que quiera registrarlo, con separación evidente respecto a su militancia primigenia –bueno, en el plano actual, esto es con distancia de su antigua filiación priísta-.
Cuando pregunté a Jesús Ortega Martínez presidente nacional perredista, al respecto –“2012: La Sucesión”, Océano, 2010-, explicó:
--Me temo que Andrés terminará siendo el dirigente de una fracción cada vez más reducida de radicales.
Y para confirmarlo abrió la baraja de sus preferencias: Marcel Ebrard –quien jamás se lanzaría si no considera viable vencer-, Amalia García –antes de su descalabro en Zacatecas-, Carlos Navarrete... y el “externo”, Juan Ramón de la Fuente. Sus miradas entonces estaban puestas en el ex rector de la UNAM. Y los momios, pese a los desajustes del 4 de julio, no han cambiado al respecto. Apuesten por el último y acertarán, dentro del PRD claro.
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Rafael Loret de Mola
Escritor
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