martes, 6 de abril de 2010

CONSUMO Y VIOLENCIA

Desafío Publicación: MIERCOLES 7 DE ABRIL DE 2010

*Consumo y Violencia

*El Trabajo en Crisis

*Las Razones del Capo

Por Rafael Loret de Mola

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Se trabaja más para recibir menos en las sociedades marcadas por severas desigualdades sociales o vistas como los eslabones más débiles en el concierto de las naciones. Un mexicano, por ejemplo, devenga tras una jornada diaria lo mismo que otro por una hora fuera del territorio nacional con salarios mínimos. Tal correlación, desde luego, explica la emigración y exhibe la incapacidad del gobierno por proveer de oportunidades suficientes de trabajo, con ingresos dignos –lo son aquellos que cubren los apremios básicos compensando así justamente los esfuerzos-, y mantener, al mismo tiempo, el espejismo de las remesas enviadas desde otras latitudes como falso signo de equilibrio colectivo. ¡Ay, pobre del país si no llegaran a su destino tales envíos ni proveyeran a millones de familias!

La segunda fuente de ingresos para México, sólo menor a lo captado por la venta de nuestros petróleo, es tan variable como las condiciones que se ofrecen a los llamados “indocumentados” para contratarse con los ojos vendados en el sur de los Estados Unidos. Al tiempo que se endurecen los contratantes, haciendo decrecer los ingresos de los trabajadores “ilegales” bajo el justificante de que su clandestinidad laboral les puede acarrear dificultades con las autoridades migratorias, y se amplía la persecución en las fronteras y ciudades –por ejemplo, limitando los servicios de salud para quienes posibilitan el auge de una economía basada en la mano de obra barata, obviamente irregular-, los altos funcionarios mexicanos celebran el rescate, por ahora retórico, del “plan Mérida” destinado a hacer confluir recursos desde Estados Unidos para aliviar las limitaciones estructurales de nuestro país. Falacia pura.

Y, desde luego, se mantiene el aval para la edificación del muro de la ignominia, en la frontera norte, que de modo alguno impedirá el flujo de emigrantes hacia el deslumbrante paraíso del consumo si bien elevará, piedra con piedra, el drama de los mismos. De ello no hablan los congresistas republicanos, calculadores y oportunistas, a la hora de ponderar el imperativo de “auxiliar” a la economía de su vecino tal y como se hace con los menesterosos: unos centavos para paliar el hambre y ni un solo peso para elevar su capacidad productiva hasta hacerlo autosuficiente. En este punto, claro, se decanta el secreto de la dependencia.

Ya hemos dicho que la inestabilidad política en México sirve muy bien a la causa del injerentismo. Los poderosos se expanden sobre territorios vulnerables por sus debilidades atávicas aun cuando parezca riesgoso invertir sobre suelos hollados por las convulsiones sociales. Comprar barato para asegurar mejores rendimientos es la fórmula de los empresarios y especuladores más exitosos. Quien lo dude puede mirar hacia el mexicano más rico del planeta ara corroborarlo. Los contrastes no pueden ser más marcados entre la pequeña elite favorecida por sus alianzas con los perentorios depositarios del poder público y una población sometida a ingresos deplorables para subsistir.

De allí la notable bifurcación que propone el señor Carlos Slim para evitar los riesgos de la subversión colectiva: una cosa es la sociedad de consumo, caracterizada por atrapar al colectivo en el tobogán sin final de las deudas impagables –sobre todo por efecto de comprar lo que no se necesita aun cuando se pretenda con ello ganar estatus-, y otra la de bienestar en la que se mejore el nivel de vida general a base de elevar el poder adquisitivo. A lo segundo apuesta el empresario mexicano que se deja asesorar por Felipe González, ex presidente socialista de España aun cuando la visión de éste sobre la izquierda, moderna según reclama, diste mucho de la antigua filosofía de la lucha de clases. La mancuerna funciona.

Pero tal, desde luego, no se ha traslado a los gobiernos. Los republicanos, quienes sopesan la posibilidad de ser erradicados de la Casa Blanca por alguno de los tópicos demócratas –sea un negro o una mujer el abanderado de esta causa dicho sin el menor sentido peyorativo-, no se plantean que México deje de ser dependiente, satélite más bien de la mayor potencia de todos los tiempos. Al contrario: mientras más se le maniate con las deudas y los compromisos a futuro, hipotecando los recursos primarios cuando los mercados va a la alza, las garantías para la inversión foránea serán mayores. La acusación rara vez no funciona aunque, desde luego, hay excepciones.

Queda clara la ambición del poderoso que privilegia su propia seguridad y solvencia acaparando, por ejemplo, los bienes del petróleo. La invasión a Irak, como se ha repetido hasta el cansancio, le asegura el abasto petrolero por un siglo cuando menos. Y tal franja se ampliará en tanto sea mayor su influencia, social, económica y política sobre sus depauperados vecinos del sur, dueños de enormes riquezas en su subsuelo pero también generadores de pésimos administradores políticos.

Debate

El señor Calderón ofreció oportunidades y no limosnas. Y lo primero brilla por su ausencia aun cuando insiste en ponderar las mejorías que genera la propia inercia social. Me explico: por una tremenda deformación, atávica también, suele considerarse que la gracia del gobierno provee de todo, hasta cuando se trata de bachear una calle devastada por el mal asfalto. Y nunca se acredita a la evolución de la comunidad y sus aplicaciones al trabajo la consecución de logro alguno. Ni modo que, en la miseria, permaneciéramos todos guarecidos bajo el techo protector del Estado. Sí, se trabaja más y se percibe mucho menos.

Cada que observo el paso de sociedades con capacidad de compra no puedo evitar hacer las comparaciones respectivas. ¿Pueden imaginarse los amables lectores que el piso que alquilaba en Madrid, con todos los servicios, es propiedad de un voceador que mantiene su quiosco en la Plaza de Castilla desde hace cuatro décadas? En la misma línea, un maestro de albañil cuenta con propiedades suficientes como para considerarse terrateniente incluso frente al mar. Y es que la valoración de unos y otros es muy distinta ante dos perspectivas marcadas, sobre todo, por los ingresos.

En nuestro México una servidora doméstica apenas tiene algún derecho para diferenciarse de una esclava. Ya sé que este comentario molesta mucho a las amas de casa a quienes les pido un acto de íntima reflexión. ¿Cuántas veces han sentado a su mesa a quienes les sirven incluyendo en las festividades navideñas? Las excepciones confirman la regla. Hay distancias, se dice, acaso inalcanzables desde la perspectiva material y abrumadoramente inexplicables desde la espiritual.

Pero ocurre que en la sociedad sin clases, como la que sigue de estreno en la Iberia brava, los comunes olviden los rigores del trabajo y los trasladan a quienes, aunque no lo digan, perciben inferiores: digamos los inmigrantes que anhelan ganar en euros para cumplimentar con ellos el rito de las remesas salvadoras. Desde la tierra del Cid hacia Bolivia, Ecuador, Rumania y Colombia, en ese orden, como si de un euroducto se tratara entre continentes y más allá de las cortinas que fueron de hierro y del oprobio en tiempos no muy lejanos.

La libertad se entiende también como posibilidad de asegurarse el porvenir escogiendo destino y circunstancias. ¿Cuántos, en el mundo, tienen este privilegio? La mera interrogante plantea las diferencias de fondo, lo mismo en la sólida Unión Europea, en donde España sigue a la retaguardia a pesar de su impresionante desarrollo democrático –la dictadura apenas comenzó a extinguirse hace poco más de tres décadas-, que bajo el dominio financiero de la mayor potencia de todos los tiempos. Tal el caso de nuestro México, cada vez más cerca de la Casa Blanca y más lejos, parafraseando a Don Porfirio, de su propia idiosincrasia de la que algunos reniegan.

La injusticia, desde luego, brota en las macetas de los especuladores.

El Reto

Una infortunada sentencia de Vicente Fox puso el dedo en la llaga: “los mexicanos (en Estados Unidos) realizan tareas que ni los negros hacen”. Aquello produjo una explosión de protestas por parte de as comunidades afroamericanas que se sintieron aludidas desdeñosamente. Pero no hubo ni la menor reacción por parte de los grupos chicanos que debieron reclamar la posición deprimente en la que fueron colocados. Porque, además, en el fondo, el sustento de la frase hiriente no está muy alejado de la realidad aunque sí, desde luego, de la diplomacia.

Más allá de palabras y sentencias negativas, nuestro gobierno no responde para intentar salvaguardar los intereses de los tantos mexicanos que son víctimas de las redadas de la xenofobia en los escenarios de la “civilización” occidental, como en Pensilvania en donde los gamberros de uniforme no cesaron de patear, golpear e injuriar a tres elementos a los que identificaron como inmigrantes indeseables. Esto es, en un rango inferior a las bestias y con menos derechos que las mascotas caseras que reciben trato de privilegio dentro de una sociedad farisea.

¿Para cuándo, señor Calderón, su propuesta para arraigar a quienes deben marcharse hacia el exterior?¿Existe alguna alternativa para generar en nuestro territorio los ingresos que substituyan a las remesas generosas que, por cierto, enriquecen más a los socios proverbiales del establishment, como los dueños intocables del Banco Azteca, el principal cambista de estas divisas?

Ya va siendo hora de pensar en algo más que no sean los combates callejeros en pleno reacomodo de mafias y cómplices.

La Anécdota

Cuando conté las vivencias del “Memo” –“Ciudad Juárez”, Océano, 2005-, un nombre ficticio claro para una historia real, me detuve en los orígenes de quien deambulaba por la urbe fronteriza convertido en un gran señor entre las mafias intocables con apenas tres décadas de existencia. Me dijo:

--Mire, nos pasa igual que a los mineros. Ellos saben que no podrán vivir mucho porque los minerales gases tóxicos los destruyen por dentro. La diferencia es que ellos nunca dejan de ser pobres. Nosotros sí. Y vale la pena. Total: cuando nacimos ya estábamos condenados. Yo ya no le temo al infierno porque pasé por uno y aguanté...

Así justificaba su currículo de transgresor de la ley. Pero, claro, todavía hay quienes, desde sus cómodos despachos metropolitanos, consideran que hablar de esto es difamar a los pobres. Y mantienen la demagogia del paternalismo.

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Web: www.rafaelloretdemola.com

E-mail: rafloret@hotmail.com

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Rafael Loret de Mola
Escritor

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