miércoles, 14 de abril de 2010

PESCA SIN CORDELES

Desafío Publicación: MIÉRCOLES 14 DE ABRIL DE 2010

*Pesca sin Cordeles

*Iglesia Cuestionada

*Misoginia y Sotanas

Por Rafael Loret de Mola

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Mal les fue a los jerarcas de la Iglesia Católica a lo largo de las semanas precedentes –la Santa y la de Pascua-, bajo el estruendo de los escándalos que no cesan y alimentan el morbo de paganos y creyentes sobre una institución, que debiera ser baluarte de la moral, severamente cuestionada no sólo por los crímenes de algunos –insisto, algunos-, de sus miembros sino, peor todavía, por la alevosa protección de los mismos contra toda concepción de justicia, incluyendo desde luego a la “divina”. Ha sido mayor la erosión por la intolerancia de los altos prelados a las críticas que la causada por los abusos sexuales de religiosos descocados.

Hace algunos años, cuando la curiosidad crecía entre algunos monjes y sacerdotes por el deterioro político y moral del foxismo, un franciscano no pudo contenerse al expresar, en el Convento de la Cruz en Querétaro:

--¡Es indigno que (los pederastas) encuentren refugio en la autoridad eclesiástica! Esto daña más a la Iglesia porque nos convierte a quienes la formamos en cómplices, nada más. No es justo, ni razonable, ni moral.

Sobrevino de inmediato un profundo silencio. Varios de los allí reunidos asintieron con la cabeza; ninguno pretendió siquiera esbozar justificación alguna para los delincuentes con sotanas. Al contrario, en general se estimó que tales, sencillamente, debían ser llevados ante la justicia y expulsados de la grey para intentar con ello no salpicar de lodo a la institución eclesiástica y “a la mayor parte” de los religiosos sobre los que caían las sospechas como navajas de guillotinas.

Hablamos, entonces, del legado de Juan Pablo Magno y su acento universal en una época colapsada por los fundamentalismos y los flagelos del terrorismo, el narcotráfico y la especulación desmedida de los fuertes. Los saldos eran, pese a tantas resistencias, notablemente positivos. Pese a ello, dos hechos eran profundamente cuestionables: la débil reacción de la Santa Sede tras el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo bajo el peso de ominosas dudas sobre peligrosas interrelaciones amafiadas en torno al suceso; y la sorprendente, increíble protección pontifical al fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, aun cuando se multiplicaban las denuncias sobre la conducta de éste, su doble vida y doble moral, con cargo contra el prestigio de su orden, especialmente trascendente por su capacidad de proveer fondos tras la dolorosa quiebra del Banco Ambrosiano y sus posibles secuelas criminales.

No se olvide que la asunción del Papa Wojtyla, tras el breve Pontificado de Juan Pablo I, encontrado muerto en su recámara tras treinta y cuatro días desde su proclamación, se dio en un entorno de crisis administrativa y de presiones sin cuento por la debacle de la institución financiera concentradora de los fondos del Vaticano y el consiguiente desprestigio derivado de los accionistas conectados con la mafia. Lo peor fue que el célebre Obispo Marcinkus, causante de la debacle, pasó de la condición de financiero a la de custodio –literalmente guardaespaldas- del sucesor de Pedro, elevando con ello las sospechas. Y, desde luego, fue protegido por el Vaticano, eludiendo a la justicia italiana. (Léase “En el Nombre de Dios”, de David Yallop, editado por DIANA en 1984)

¿Por qué el gran Papa, a quien admiré sinceramente por sus excepcionales dotes humanistas –jamás olvidaré mis dos cortas conversaciones privadas con él-, no actuó con rigor respecto a sendos acontecimientos nefastos, el crimen contra Posadas y la artificial crisis del Ambrosiano que no fue óbice para que la Santa Sede encontrara nuevas líneas financieras y crediticias? Por el contrario, soslayó sendos temas y los redujo al nivel de intercambios de opiniones particulares y casi secretos que apenas comienzan a ser revelados a cuenta gotas.

Los expertos en cuestiones vaticanas insisten en los enormes obstáculos, derivados sobre todo de los escándalos de Maciel, para la beatificación del Magno Pontífice quien ya no tiene posibilidad de defensa salvo por la memoria colectiva. No puede negarse, dadas las circunstancias, que los costos de todo ello han sido tremendos para las jerarquías eclesiásticas que se niegan a la modernización, para colmo, con la cual podrían, siquiera, contrarrestar las andanadas perniciosas –y las campañas promovidas por sus enemigos seculares-, fundadas, por desgracia, en hechos abyectos e incontrovertibles.

Hay quienes alegan la ausencia de pruebas documentales –esto es como si fuese obligación aportar fotografías o vídeos- contra pederastas y todo tipo de abusadores con sotanas, especialmente el llamado “Mon Peré” (Marcial Maciel) quien se erigía así sobre los demás en una escala similar a las del arraigado fascismo. Las palabras pueden doler, pero puntualizan. Y no reparan en que sus víctimas son demostraciones patentes del desorden, mental y físico, de quien pretendió ser santificado habiendo roto todas las reglas de su reclusión religiosa voluntaria. Y lo peor: lo hizo en nombre de Dios. No sólo los paganos deben recriminárselo.

Debate

Sin duda, la modernización es la clave para que la Iglesia y sus panegíricos salgan del atolladero moral a donde los han conducido un puñado de predadores sexuales. Arraigarse, en sentido contrario, a tradiciones caducas y a criterios obtusos, indefendibles, es tanto como ampliar las condiciones lacerantes que ya se traducen en una seria escisión de feligreses. ¡Hay tantas dudas por responder a la vista del creciente deterioro de una grey sometida a los inalcanzables misterios de la fe!

En una inolvidable conversación con Girolamo Prigione, el Nuncio exitoso cuya gestión se tradujo en la normalización jurídica de las Iglesias –luego de las reformas al artículo 130 de la Constitución- y la consiguiente reanudación de relaciones diplomáticas entre México y El Vaticano, me atreví a deslizar un tema controversial:

--¿Por qué –le pregunté-, se segrega a las mujeres de ejercer los ministerios, como si no fueran dignas de ello, cuando son ellas, en buena medida, quienes están llamadas a preservar, en el seno familiar, los valores que fundamentan la religión católica?

Prigione, contra su locuacidad acostumbrada, meditó su respuesta, acaso tratando de encontrar la más convincente, y replicó a media voz:

--Bueno... Nuestro Señor, Jesucristo, eligió sólo a doce apóstoles, todos ellos varones, y señaló con ello la misión de éstos y también la de las mujeres que exaltan el don de la maternidad, por ejemplo. Cada género, cada quien en su lugar.

Y evitó darme el privilegio de la réplica. Pues bien, tal postura ya no es defendible, entre otras cosas porque el entorno de hace dos mil años y el actual son diferentes y los roles han cambiado por efecto de la propia dinámica histórica. Así como el uso de los velos nos parece retardatario en cuanto significa opresión y segregación para las damas, la marginación religiosa, con tintes misóginos, ya no es sostenible. En la misma línea puede colocarse el celibato sacerdotal que poco aporta al servicio de Dios y sí, en cambio, reprime a la propia naturaleza humana. ¿Para qué?

No puede ir la Iglesia a contrapelo de la evolución social y de la superación de atavismos. ¿Acaso negarle a la mujer la posibilidad del sacerdocio no representa la misma línea por la cual se le marginaba de las enseñanzas universitarias y se le privaba del esencial derecho al sufragio universal como si fuera inferior al hombre en cuanto al imperativo de labrar su propio destino? Es evidente, por tanto, la caducidad del criterio discriminador en una comunidad universal que insiste, proclama y sostiene la igualdad de todos los seres humanos. ¿O seguirá cerrada la Iglesia en un plano similar a los fundamentalismos que sólo conducen a la intransigencia y al enfrentamiento?

El Reto

Siguiendo la moda del Bicentenario, con fastos exaltados por muchos de quienes niegan a la historia y aplican el bálsamo de la demagogia sobre los ignorantes, también pregunté a Prigione sobre las grandes aportaciones sociales de los curas Hidalgo y Morelos:

--La Iglesia –recordé- los excomulgó y ahora los vindica. ¿Esto significa que los luchadores sociales contemporáneos deben merecernos igualmente el privilegio de la duda?¿La Iglesia debe acompañar, por ejemplo, a quienes proclaman la Teología de la Liberación o amparan a los sublevados por efecto de las injusticias?

El prelado, incómodo, trató de evadirse:

--Bueno... son otros tiempos.

Y si lo son, insisto ahora, ¿no es necesario avanzar junto a la dinámica social e insistir, para empezar, en el imperativo de la justicia para proceder contra los delincuentes con sotanas? Todavía espero una respuesta al respecto.

La Anécdota

En otro convento, allá por Moroleón, Guanajuato, el célebre “Padre Pistolas”, mal hablado e incansable pastor, capaz de enfrentar a los caciques aldeanos sin someterse a la enseñanza bíblica de las mejillas escarnecidas, me dijo:

--Eso del celibato es una enorme tontería. A mí, la verdad, me gustan mucho las viejas, pero no por ello dejo de servir al Señor.

--Entonces, ¿también estaría usted a favor de que las mujeres puedan ser sacerdotisas?

El aludido pasó su mano sobre la frente y luego se rascó la caballera. Al fin, respondió:

--La verdad, no. Imagínese: ¿qué haríamos si nos salen por aquí una decena de Martas (se refería a la señora Sahagún, muy de moda entonces), dispuestas a tomar el poder? Dios bendito, sería terrible. Mejor dejémoslas en los conventos. Las monjitas suelen ser muy serviciales.

Como si hubiera disparado, sin cesar, una .45 con el cargador lleno. Y no agregó una palabra más.

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Rafael Loret de Mola
Escritor

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