Desafío Publicación: LUNES 26 DE ABRIL DE 2010
*Parálisis Oficial
*Reforma Asesinada
*La que usted Diga
Por Rafael Loret de Mola
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No sirve el gobierno ni, por ende, puede desarrollar proyecto alguno. En las naciones bajo regímenes parlamentarios, quienes ganan los comicios están obligados, antes de investir al presidente, a realizar los pactos poselectorales necesarios, con las oposiciones minoritarias se entiende, para garantizar la viabilidad gubernamental con la suma de la mitad más uno de quienes integran los congresos. En nuestro país, en cambio, nos hemos quedado a la mitad... de nada.
Cuando menos desde la lejana década de los setenta, con Echeverría en la Primera Magistratura, el desgaste del presidencialismo se hizo evidente. El genocidio de Tlaltelolco, sin duda, restó autoridad moral a la gestoría presidencial por los ribetes autoritarios de la misma, incluso para lanzar a la sociedad al abismo de la represión brutal y sin sentido. Luego vendría el histórico Jueves de Corpus cuando las fuerzas represivas camufladas, los “halcones” de infeliz memoria, llegaron al extremo de violentar los hospitales para rematar a las víctimas. Y ello, por supuesto, hizo anidar los rencores generales contra una institución más cercana a la dictadura que a cualquier versión de la democracia.
Precisamente por lo anterior no es factible avizorar la ruta hacia un nuevo modelo político, el democrático se entiende, sin el finiquito al presidencialismo, entendido éste como la absorción inconstitucional de funciones y de facultades para proceder a la transformación “equitativa” y asegurar con ello el destino general. No han cesado los autoritarismos en el seno del Ejecutivo federal por cuanto el titular del mismo actúa con idéntica discrecionalidad –esto es sin preocuparse por consensos, acuerdos y debates razonables-, y sólo cede cuando los chantajes rebasan incluso su propia capacidad de reacción. Y por ello, naturalmente, nos estrellamos en los muros de la incomprensión y la incoherencia.
No extraña, en estos términos, el curso extraviado de las iniciativas presidenciales. Los Fox, ante la imposibilidad de dialogar porque non querían ceder ante otros criterios, optaron sencillamente por marginarse y dejar correr el tiempo lastimosamente respecto a las actuaciones de los legisladores; y Calderón, por su parte, pretendió negociar con el priísmo minoritario sin medir que gracias a esta fórmula le fortalecía notoriamente. No fue casualidad, entonces, la recuperación evidente del otrora partido invencible sino consecuencia de los requiebros de un mandatario acotado... pero con poder concentrado para inducir decisiones o inhibirlas de acuerdo a su propia capacidad operativa.
Por otra parte, el sectarismo galopante tiende a empantanar al mandatario en funciones. Es como si fuera un boicot sostenido con los mexicanos como rehenes. Se habla mucho del “gobierno del y para el pueblo” y, sin embargo, a la hora de las decisiones –por ejemplo cuando se resuelve si debe o no pasar una iniciativa de reformas-, apenas se le considera; en realidad se le margina para “interpretar” así, se alega, sus sustentos. Demagogia pura. Es ésta la razón que refleja una penosa interrelación: los partidos políticos y los representantes populares han dejado de representar los intereses del colectivo y sólo sacan la cara por los de sus respectivos grupúsculos. No hay excepción.
Debemos recordar en este punto que, durante los sexenios priístas de los últimos tiempos, digamos desde el régimen de José López Portillo cuando el ideólogo Jesús Reyes Heroles optó por asegurar la hegemonía priísta con vista hacia dos décadas adelante, las reformas políticas obedecieron al clamor incesante de una comunidad ansiosa de andar hacia la democracia. A cada paso se fortificaron las oposiciones, lo mismo que los argumentos en pro de un cambio drástico para superar la ingente corrupción y el consiguiente desgaste institucional, hasta posibilitar la primera alternancia en 2000. De no haber tales peldaños hubiera sido imposible arribar a la cúspide, esto es a la derrota del PRI que las generaciones que nos antecedieron observaban imposible.
¿Cómo avanzar, entonces, cuando privan los criterios facciosos por encima de la indispensable evolución política? Vamos, ni siquiera se discutió, en serio, en torno a la propuesta de una segunda vuelta electoral para asegurar el consenso mayoritario; ni con relación a la imperativa reducción de curules y escaños; ni respecto a las candidaturas ciudadanas para tratar de compensar a la sociedad por la ausencia de liderazgos partidarios; ni en cuanto a la reelección directa de legisladores y alcaldes –un punto en el que este columnista disiente con el criterio de la derecha-; ni, en fin, sobre la urgencia de destrabar los candados legados por el régimen llamado “viejo” y que está en camino de reverdecer laureles siguiendo las vías alternas dejadas libres por los inoperantes funcionarios de la actualidad.
En el duelo de los necios –desde el presidencialismo acotado y el Legislativo paralizante-, el presente está perdiéndose de manera irremisible e irresponsable.
Debate
Hace unas semanas, en encuentro con el senador Manlio Fabio Beltrones, éste me expresó su preocupación por cuanto no estaban plenamente establecidos los mecanismos institucionales para cubrir la ausencia definitiva del presidente de la República. Ya antes, bajo el foxismo, la bancada panista se animó a tocar el tema interpretándose su iniciativa como un rasgo de preocupación ante el evidente desgaste de los Fox y la posibilidad de que optaran por marcharse de Los Pinos antes de tiempo. Y, desde luego, el asunto ancló.
Pues bien, a golpes de sectarismos, ni siquiera ha podido avanzarse en esta línea. Se prevé, eso sí, que si el presidente falta el secretario de Gobernación ocupe el despacho perentoriamente en tanto el Legislativo resuelve lo conducente, esto es para convocar a elecciones, si la ausencia se produce antes de cumplirse los dos primeros años de gestión, o para designar a un mandatario substituto para terminar el periodo. Por supuesto, primero se piensa en las dedicatorias y después, mucho después, en las eficiencias. Y es ésta la razón por la cual se reduce la actividad legislativa y se empantana la presidencial. Lo dicho: estamos a la mitad de nada.
Lo más lamentable es que las lagunas perviven. Nos encaminamos hacia el 2010 y se percibe, de antemano, que aun cuando uno de los candidatos pueda obtener un porcentaje determinante, difícilmente éste será mayoritario, esto es con el consenso del cincuenta por ciento de los electores más uno más, y esta circunstancia le colocará ante un Congreso mayoritariamente opositor y con los rencores aflorando por encima de las cortesanías superficiales. Esto es: como ha sido costumbre desde 1997 cuando el PRI cesó en sus habituales “mayoriteos” de otras épocas. No funciona, bajo la égida presidencialista, ni un Legislativo lacayuno, en el que el partido gobernante señale el rumbo sin siquiera ocuparse del ruido intermitente de los debates, ni otro beligerante con acentos sectarios encaminado tan solo a trabar cuanto procede de los contrarios sin el menor ánimo constructivo. Entre facciones y fundamentalistas lo esencial es que cada quien se salga con la suya aun en ausencia de razón.
Urge, sí, legislar para andar hacia el parlamentarismo. No hay otra. Quizá tal modelo sea falible pero es indispensable separarse, en firme, de los viejos autoritarismos para intentar construir nuevos escenarios en los que la democracia deje de ser un referente utópico y comience a funcionar... sin poner en riesgo la viabilidad de un gobierno y, por consiguiente, el destino de una nación.
Lo que no resulta es la torpe pretensión de permanecer en los pantanos en donde las inercias, sin remedio, terminarán por ahogarnos.
El Reto
Para colmo, nuestro gobierno, el vigente en particular, nos sale demasiado oneroso. La alta burocracia, con sueldos de escándalo en un conglomerado obligado a subsistir con ingresos mínimos, se ha expandido de modo alarmante acaso porque se percibe la ocupación de los espacios vacíos por parte de los adversarios, como sucedió, por ejemplo, en las Cámaras en donde el PRI inició el sexenio en condición de tercera corriente y ahora es el mejor posicionado con rumbo a la próxima elección federal.
Se gasta, y mucho, en el oropel y en las consiguientes prerrogativas para funcionarios, sobre todo los legisladores en permanentes ejercicios de chantajes, con cargo a un presupuesto que revienta y, sin embargo, no es generador de infraestructura. Eso sí: se almacenan reservas monetarias –son ahora del orden de 96 mil 220 millones de dólares-, pero las inversiones destinadas a generar riquezas brillan por su ausencia... como el titular del Ejecutivo federal, cautivo de su propia agenda militar y de sus mil doscientos custodios castrenses.
¿No es ésta una evidencia superlativa de los vacíos de poder que posibilitan la llegada de los adversarios hacia los espacios dejados vacíos? Sólo falta que el PRI, si recupera la Presidencia, honre a Calderón, como éste lo hace respecto a Zedillo, por haber preparado el caldo de cultivo para una nueva hegemonía. ¿Duraría, en su caso, otras siete décadas?
La Anécdota
En materia de autoritarismos las costumbres han variado poco.
Era fama, durante las giras de Luis Echeverría –incansable todos los días hasta no asegurar la cabeza principal de los cotidianos de la jornada siguiente-, que los ujieres, solícitos, siempre tenían la respuesta precisa.
--¿Qué hora es? –preguntó el Ejecutivo una tarde a su vocero, el potosino Fausto Zapata-.
Y el aludido respondió, de manera automático y con los ojos cerrándoseles por cansancio o hastío:
--Pues... las que usted quiera, señor presidente.
Hacia el interior de Los Pinos bien se sabe que las tradiciones han cambiado muy poco.
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Rafael Loret de Mola
Escritor
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