miércoles, 12 de mayo de 2010
Los peores pleitos, sin duda alguna, son los de familia. No son escasos los matrimonios en los que las altisonancias prenden la irritabilidad mutua por la ausencia de respeto, perdidos los sustentos de la razón y la ponderación. Y lo mismo sucede entre padres e hijos, o entre hermanos, cuando surge la competencia por encaramarse a mejores estatus liderando con ello a sus respectivos clanes. Los epítetos que se lanzan los otrora fraternales, por cuanto se conoce la sensibilidad del destinatario, suelen convertirse en puntas de lanzas envenenadas destinadas a doblar los pilares de la emoción íntima. Mientras más historias comunes se tengan entre los nuevos “adversarios” las ofensas serán de mayor calado. Triste regla pero incontrovertible.
En el escenario de la política nacional, ahora mismo, no hay partido sin amenaza cismática ni liderazgo que no esté profundamente cuestionado. Esto es como si reflejaran, a golpes de intolerancias, la honda radicalización, consolidada a partir de los turbios comicios de 2006, entre los mexicanos. Tal es, además, una de las principales fuentes de la extendida violencia ya no sólo en las urbes contaminadas por los cárteles y capos sino incluso en aquellas en donde se estimaba estar lejos de los campos de batallas. Ningún rincón de la geografía patria está libre, hoy, de las sacudidas del odio y las del vicio.
Quienes suman hacia la izquierda sostienen que la perspectiva del encono deviene de cuanto ocurrió en 2006 cuando se situó como “un peligro” a su abanderado a través de la campaña “negra” más costosa, y por lo visto efectiva, de la historia. Sobrevino, desde entonces, una severa polarización política que desmembró a las instituciones partidistas erosionándolas tan severamente que, a casi cuatro años de distancia, son evidentes la permanencia del deterioro y las dificultades por superar los tremendos traspiés. Y no pocos se mantienen en el mismo sitio, obcecados, esperando que llegue el 2012.
En el otro extremo, el de la derecha, se expresa que cuanto sucede alrededor es consecuencia de las herencias del pasado, esto es cuando se prohijaron los contubernios y se produjo el “boom” del narcotráfico alterando, para siempre, el paisaje político nacional. Y no se acepta, de modo alguno, que la negligencia de sus mayores figuras haya sido causa de un nuevo repunte de la descomposición social, sin banderas ni equidades de por medio. Sin embargo, al paso de los meses, se hace notoria una profunda divergencia al respecto acaso guiada por las confrontaciones, no visibles, entre la Presidencia de la República, con todo y su influencia en la dirigencia panista, y cuantos se pretenden antagonistas para servir a otra casta dentro del mismo instituto, la de los Fox por ejemplo.
También hacia el interior del PRI priva la tendencia hacia la radicalización, en el punto medio de la batahola. Dos bandos, para decirlo sin eufemismos, pretenden disputarse el futuro. Uno, influido por los parámetros mediáticos, no acepta más rey que el suyo considerando la imposibilidad de promover, con éxito, otra causa; otro, cortado a la vieja usanza, se inconforma ante la fórmula de contar con un “buen candidato” que no resulte, llegado el momento, un “buen candidato”. Y prefiere revertir los términos: esto es aunque se apoye a un mal candidato que acabe por ser un presidente enérgico y eficaz. En el duelo, por supuesto, puede este partido perder el juego. Es acaso el mayor de sus desafíos.
Lo peor es que los pleitos de familia, en el palenque de la vida institucional, parecen irreversibles en el corto y el mediano plazo por cuanto a los impactos externos y las sacudidas internas que han venido generando. Para colmo, pervive la idea, entre quienes se postulan sensatos, de que deben responderse las provocaciones porque con ellas se incendiarían más los espacios. Lo malo, claro, es que con este criterio han avanzado los perversos, y mucho, para quienes sólo importan sus propias causas. Obsérvese, por ejemplo, el controvertido expediente de Aguascalientes para medir los alcances de unos y otros bajo la misma bandera, la del PAN.
Para infortunio general los diferendos exhiben la verdadera causa de nuestra parálisis. El mal se incubó en 2006 y se mantiene, pernicioso, desarrollándose como un cáncer sobre el que se ha aplicado quimioterapia alguna. Todo lo demás es consecuencia. La crispación no se da por generación espontánea como pretenden algunos observadores imberbes; tiene antecedentes, causas y efectos. Por ello, claro, a veces tenemos la impresión de haber regresado al 2006. Será porque algunos siguen anclados a las circunstancias de entonces; o porque otros hayan pretendido borrar huellas sin darse cuenta de que ellos mismos pasaban sobre las mismas haciéndolas más hondas.
¿O vamos a negar que en 2006 la pretendida democracia cayó en una espiral de contradicciones agudas, en el presente generadoras de absurdos como las tales coaliciones “catch-it-all” –así las llama Manlio Fabio Beltrones, esto es “atrápalo todo”-, cuyos desenlaces, tengan o no éxito, habrán de ser fraguas de nuevos, tremendos enfrentamientos viscerales? En este punto hemos anclado.
Debate
La dirigencia perredista, encabezada por el aguascalentense Jesús Ortega Martínez –por cierto, jamás profeta en su tierra en donde el organigrama de su partido es francamente marginal, con sólo seis puntos de las preferencias-, considera que Andrés Manuel López Obrador tiene ya, de hecho, un pie fuera de este partido, del que fue fundador luego de los estruendos impositivos en Tabasco. Y éste, una vez más, manifestó su confianza en las “redes ciudadanas”, por él convocadas y que, de acuerdo a lo dicho por él mismo –ya sabemos que tiene un modo peculiar de medir encuestas y estadísticas-, suman dos millones doscientos mil presuntos electores y operadores de su causa.
López Obrador, por supuesto, está convencido de que su arrastre volverá a sentirse en cuanto lleguen los tiempos y vuelvan a soplar los vientos sucesorios aunque la carrera este avanzada ya. De hecho, no puede negarse, sólo los tuertos y los ciegos lo hacen, el indiscutible poder de convocatoria del personaje a quien también dibujan sus propias contradicciones: es demócrata, según subraya, y al mismo tiempo profundamente intolerante hacia la crítica al grado de fustigar, sin dar elementos de peso, a cuantos no se suman de manera incondicional a él.
Para Ortega, en cambio –y así me lo confió cuando conversé con él cuando elaboraba “2012: La Sucesión” –Océano, 2010-, que estará en librerías la próxima semana, Andrés Manuel habrá de convertirse en el líder de un grupo cada vez más reducido y radicalizado, fuera del PRD se entiende como de hecho lo está ya. El mero pronunciamiento es más que un anuncio: la reválida de una ineludible escisión de la izquierda por el agobio de las intransigencias mutuas y la ausencia de un proyecto definidor por razonable.
La ruptura se evidencia. En Zacatecas, por ejemplo, los Monreal Ávila, considerados como el mejor capital político de la izquierda en esta región a pesar del odioso origen priísta de Ricardo, el hermano patriarca, han quedado francamente relegados a una cuarta posición, detrás de los abanderados del PRI, que encabeza la puja por la recuperación de la plaza, el PRD y el PAN, cuyo aspirante clama por el estímulo y la bendición de los Fox, liberados hasta el momento del juicio de la historia por obra y gracia de la manipulación. Y todo como consecuencia de la pugna irreversible e insuperable entre los mencionados Monreal y la gobernadora, Amalia García, quien no pudo conservar la unidad que a ella la arropó hace seis años. Pese a ello hay quienes la consideran “presidenciable”.
La izquierda fraccionada jamás será garantía hacia el futuro.
El Reto
El episodio más deplorable en cuanto al divisionismo y la radicalización, sin embargo, se ha dado en Aguascalientes, perdido el rumbo y el decoro político. Allí, el intocado gobernador panista, Luis Armando Reynoso, fue el pilar para armar el entramado grotesco del linchamiento “jurídico” contra el aspirante de su partido, Martín Orozco Sandoval, ex alcalde a quien igualmente fustigó el mandatario estatal en su momento.
Pese a que, desde hace tres años, Reynoso fue conminado a actuar con apego a la ideología panista y en concordancia con su dirigencia nacional, bajo amenazas de expulsión, el temor a fracturar la “unidad” –ya rota, desde luego, por cuanto Reynoso privilegió sus alianzas soterradas y dio vuelo a sus apetencias-, impidió que se le sancionara. El mismo criterio, por desgracia, al que determinó el curso extraviado de Elba Esther, la novia de Chucky, quien desde la secretaría general del PRI terminó financiando y organizando al Panal con un apretado grupo de saltimbanquis, entre ellos el hoy aspirante panista al gobierno de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, el tortuoso de las mil historias infamantes.
Orozco fue puesto en la picota, negándosele el registro por las autoridades electorales estatales y obligándosele a acudir ante las federales mientras el gobernador traidor se apuraba a favorecer al PRI contra toda moral política. Y nadie le ha tocado, todavía, un pelo. A estos niveles ha descendido la política.
La Anécdota
En conferencias recientes, invitado por agentes de seguros –Metlife, para ser precisos- y universitarios, los de la Universidad de León, realizamos sendos ejercicios democráticos para conocer, de manera directa y sin amagos de ninguna naturaleza, las preferencias electorales de los escuchas. Y me he llevado varias sorpresas.
En el Distrito Federal, los profesionales dieron la siguiente pauta:
Enrique Peña Nieto, del PRI, cuarenta y cuatro votos.
Alonso Lujambio Irazábal, del PAN, catorce.
Andrés Manuel López Obrador, considerando al PRD, siete.
En el mismo escenario, con otros aspirantes, los resultados fueron:
Juan Ramón de la Fuente, por el PRD, cuarenta y dos.
Santiago Creel Miranda, por el PAN, catorce.
Manlio Fabio Beltrones, por el PRI, cuatro.
Y ante los jóvenes que estudian en Guanajuato, una entidad forzada hacia la derecha, las preferencias fueron otras:
Enrique Peña Nieto, cuarenta y seis votos.
Juan Manuel Oliva, el gobernador de la entidad apoyado por el Yunque, por el PAN, veintidós.
Juan Ramón de la Fuente, por el PRD, siete.
El posicionamiento ni es parejo ni congruente, como las alianzas “catch-it-all” del PAN y el PRD. Abundaremos.
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