miércoles, 19 de mayo de 2010
Es curioso: los mexicanos presumimos de un acendrado nacionalismo, exultante en septiembre cuando el espíritu vibra a golpes de campanadas y vítores con tintes heroicos, pero son pocos, poquísimos, quienes consideran factible la victoria del seleccionado de futbol en la inminente justa de Sudáfrica. Siempre he sostenido que los mejores Mundiales de balompié, para la visión nuestra naturalmente, son aquellos en los que no participa el equipo tricolor, evitándose así las penas, los agobios, las vergüenzas y hasta los rencores. ¿Quién olvida, por ejemplo, la derrota ante el “team” de los Estados Unidos cuando pudimos ganar el derecho a un quinto partido, en cuartos de finales? Fue peor, en el ánimo de muchos, que la cacería humana emprendida en Arizona en plena apoteosis de la xenofobia y el racismo.
En cada época, acaso atenidos a la patología social, las estrellas del futbol suelen reflejan, en conjunto, buena parte de los males de sus respectivas naciones. No hay bravucones peores que los argentinos, ni cerradas defensas como las de los italianos, ni búnkers humanos como los alemanes. Y cada que llega la hora de disputar la renovada copa dorada –son tan miserables en la FIFA que sólo la prestan por cuatro años a los ganadores aunque obtienen ríos millonarios por la globalización de este deporte: se calcula que obtendrá ganancias por más de 600 millones de dólares en las cuatro semanas del festín futbolero en África-, los conjuntos, con sus técnicos en ristre, se convierten en espejos, y como tales precisos, de cuanto agobia a sus pueblos deseosos de desfogues masivos. Siquiera eso, como en la antigua Roma de los gladiadores, el pan y el circo. Por desgracia, en el presente falta el alimento.
Cuando las comunidades se sienten segregadas de las grandes decisiones que señalan hacia sus destinos, optan por las apuestas. En México, por ejemplo, la carrera presidencial, desatada cada seis años, convoca a la festiva especulación sobre aspirantes y proyectos. (Ya está aquí “2012: La Sucesión” –Océano-, bajo mi autoría, con todo y su caudal de polémicas). Pero también los momios sobre los grandes favoritos del torneo mundialista animan hasta a cuantos no pueden substraerse de los agobios cotidianos o han sido y son víctimas de la sinrazón de la violencia. Y pese a ello están listos a adquirir una televisión de plasma, de alta definición, para acercarse a las canchas de la patria de Nelson Mandela.
Vistas así las cosas, no hay duda de que Brasil, el sempiterno finalista, parece tener el camino despejado. Los cariocas viven la euforia de la estabilidad, pese a los sacudimientos recesivos mundiales, y su economía despega gracias a la boyante administración de Lula da Silva, quien demuestra la factibilidad de un gobierno de izquierda en un entorno sesgado hacia el otro extremo. En realidad poco importan los sellos y los estereotipos cuando se camina sin arrostrar rencores ni provocaciones inútiles... como las del venezolano Hugo Chávez, el mesiánico quien, sin embargo, defiende lo suyo como ya quisiéramos, alguna vez, que sacaran la cara por México nuestros políticos. Estoy cierto de que si a los venezolanos les hubieran impuesto visas los canadienses, cuando menos se habría dado la diplomática reciprocidad sin caer en el lastimoso andar de un mandatario, Calderón, quien viaja a la nación afrentadora sin la menor dignidad. Dicho esto, especifico, sin negar los perfiles grotescos del antidemócrata Chávez.
¿Y España? En 2008 los espejismos derivados del alto poder adquisitivo general, rotos las distancias de clase aun cuando la aristocracia es intocable, llevaron a la oncena roja a conquistar, sin grandes epopeyas, el campeonato de Europa. Aquello fue como la cereza del pastel de la abundancia aparente, en la hora precisa en la que comenzaba el declive y se dejaban sentir las “burbujas” por las cuales la simulación de los satisfactores sociales no era otra cosa sino reducto de una feroz demagogia fundamentada en los radicalismos sectarios. Pero nadie se preocupaba por los efectos... hasta que comenzó la escalada del desempleo y la algarabía ramplona se tornó en angustia punzante y permanente.
Los españoles de hoy creen que sus seleccionados llegarán lejos; no obstante, el reflejo del presente no es un síntoma alentador considerando que las apreturas llevan, sin remedio, hacia la asfixia. Mala cosa en una comunidad en la que aún no se olvida cuanto pesan y duelen los flagelos del hambre –vívido referente de la posguerra cuando Franco resolvió fincar “la paz” a costa de suprimir, como fuese, a la mitad de los españoles, los del bando contrario, los rojos-. Quizá por ello, los pronósticos razonables sobre el devenir deportivo no son tan felices como lo pretenden los hispanos de hoy, tan desunidos regionalmente y tan dados a caer en la utopía.
Debate
No son pocos los mexicanos que ya no quieren vivir en México e incluso andan a la pesca de otras nacionalidades, con exaltados lazos sanguíneos. En estos días basta asomarse a la calle de Galileo, en el Distrito Federal, en donde tiene asiento la representación española, para tomar el pulso a la desesperación colectiva que implica buenas dosis de claudicación nacional. Cientos, cada día, reclaman por la posibilidad de contar con el respaldo de otro gobierno en plena debacle del nuestro.
Y hasta el célebre entrenador de los “tricolores”, quienes estrenarán camisetas negras acaso para perfilar el duelo permanente de cuantos nos asomamos cada día a los balcones de la tragedia, no duda en buscar chamba a futuro, lastimosamente, a costa de denostar al país que es su origen presentándolo como un feudo de perversos para quienes, como dice la letra de una canción de José Alfredo, las vidas –ajenas, claro- no valen nada... ni en Guanajuato ni en ninguna otra parte de la amplia geografía patria.
Javier “el Vasco” Aguirre, es parte del espejo contemporáneo. Habló hace meses, en Madrid, de lo insoportable que es para él y los suyos –a quienes mantiene con un pie en la península ibérica-, vivir y permanecer en un entorno tan violento. ¿No cuenta ni se ve el terrorismo de los etarras que asumen su derecho a exacerbar sus propios nacionalismos a costa de tomarse las vidas de cientos de inocentes?¿Ni la furiosa radicalización política, entre dos bandos irreconciliables, que mantienen oficiosamente el indecoro de una monarquía cuya presunción mayor es la antítesis de la misma, la democracia?¿Tampoco son de considerar las tendencias separatistas que animan a los vascos, catalanes, gallegos y demás, en plena descomposición sociopolítica?
No faltaron los tuertos, sobre todo en las cadenas de comunicación masiva adscritas al maridaje con el sistema político, que intentaron justificar al personaje predador aduciendo la validez de sus planteamientos, esto es subrayando el entorno crítico de un país al que le urge presentar una imagen distinta aunque no sea posible, por ahora, subsanar las cicatrices del horror. Una muestra: los españoles pocas veces refieren cuan agobiante es percibir la ausencia de seguridad cuando caminan por las rúas de sus ciudades principales y temen que, en cualquier momento, una furgoneta les estalle frente a sus cabezas. Y, sin embargo, los referentes a la efeméride brutal del 11 de marzo de 2004 son tan escasos como los visitantes al tenebroso Valle de los Caídos, en donde reposa Franco, el dictador que murió en su lecho sin soltar el poder para escarnio de sus contemporáneos, que pasó de ser uno de los principales atractivos turísticos para cuantos llegaban a Madrid a ser una cruz monumental perdida en las tenebras de la desmemoria.
Pero, claro, de ello no habló Aguirre, quien debió disculparse, sin creérselo mucho, para no ser destazado antes de su cita ineludible con el balón y los estadios. Y se siguió tejiendo la red mercantil para ampliar coberturas exaltando la ilusión de que, ahora sí, contamos con un grupo “competitivo”, incapaz de superar a satisfacción a equipos casi llaneros del continente negro.
Como las simulaciones son tantas en México, ¿qué de extraño tiene simular que los verdes, ahora vestidos de luto, se elevarán por encima de sus traumas atávicos?
El Reto
Otra cosa es la FIFA, una de las mafias más acreditadas del planeta. Más allá de la hazaña de globalizar al futbol, suprimiendo o casi cualquier otra actividad deportiva o artística –esto es, como si sólo existiera el llamado “juego del hombre” que aglutina a veintidós adultos en torno de una pelotita-, lo trascendente ha sido la manera como manipulan a los colectivos para convertirlos en rehenes permanentes de los goles, cada vez más escasos, y de la mercadotecnia feroz.
No hace mucho, un amable comentarista deportivo me pidió una opinión sobre el drama del paraguayo Salvador Cabañas, herido en la cabeza en un bar metropolitano con el auspicio de la inseguridad galopante. Y le respondí:
--¿Paraguay derrotó a Argentina en las eliminatorias, verdad?¿No dicen que las indagatorias sobre crímenes y atentados comienzan con quienes resultan los mayores beneficiarios? Si yo creyera que la FIFA es un bastión de personajes de pro, cualquier especulación saldría sobrando; como no es así, y por experiencia, te expreso mis dudas.
No agregamos más porque, es obvio, la tesis parece demasiado peligrosa y es, como suele decirse, políticamente incorrecta. Pero, con el tiempo, este columnista se ha ganado el derecho a expresar su opinión sin diatribas. Y lo seguiré haciendo.
La Anécdota
Hace años, en una agradable reunión en la Nunciatura Apostólica, Girolamo Prigione, el piamontés que tiene a orgullo haber destrabado los candados de la marginación jurídica de las iglesias, me dijo:
--Entre los mexicanos las mayores diferencias suelen agregarse con una buena comida. A los postres, los enemigos que parecían irreconciliables, ya hasta se aprecian.
Quizá tal sea el sustento de las alianzas absurdas y de las mafias dominantes. Otro interlocutor, quien se dice pacifista, me dio otra tesis:
--Si las guerras pudieran solucionarse mediante encuentros futboleros... ¡hasta nos divertiríamos!
Sólo que México y los mexicanos nos quedaríamos, en un santiamén, sin el territorio que nos dejaron, después de substraernos la mitad, los poderosos vecinos del norte. Abundaremos cuando comience a correr el balón.
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