Desafío Publicación: MARTES 4 DE MAYO DE 2010
*Paridad Inoportuna
*Frontera Vulnerable
*Afrentas al Senado
Por Rafael Loret de Mola
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William Clinton, el ex mandatario estadounidense que a punto estuvo de ser llevado a juicio por haber mentido sobre sus escarceos con la becaria Mónica Lewinsky –en México somos más finos: a las amantes presidenciales se les entrega alguna secretaría o la vocería de Los Pinos-, contratado para dictar conferencias en foros nacionales, aprovechó su periplo más reciente para insistir –ya antes, en la Casa Blanca, se había pronunciado por lo mismo- en el imperativo de enfrentar al flagelo del narcotráfico sin limitaciones conceptuales sobre la soberanía. Esto es, “uniendo” esfuerzos con los norteamericanos quienes, querámoslo o no, acabarían por tener el control.
Siguiendo esta línea, el poderoso señor, esposo todavía de la actual Secretaria de Estado, Hillary, ex aspirante presidencial, propuso legislar sobre las limitantes necesarias destinadas a inhibir la adquisición de “armas de asalto” en la franja fronteriza en donde el comercio de las mismas es próspero a través de más de mil armerías situadas en los lindes. El mercado, claro, está basado en los compradores del sur y, por ende, en el “boom” de los grupos delincuenciales pertrechados de manera por demás escandalosa.
Sobre el particular es de destacar que cuando el gobierno mexicano siente fuerte la presión de su poderoso vecino, por lo general recurre a la exaltada argucia de proponer que, en todo caso, los estadounidenses suelen ver paja en el ojo ajeno sin detenerse a analizar su tremenda negligencia ante los grandes padrinos de la droga con coberturas sobre la mayor potencia del orbe. Ni modo que al pasar la frontera los cargamentos de drogas se vuelvan ojos de hormiga para eludir las acciones de las autoridades norteamericanas, por lo general sólo atentas de cuanto ocurre hacia el sur del Bravo. Una vez pasadas las mojoneras, los cauces son otros y la actitud del gobierno de Washington también.
En línea paralela, la gobernadora de Arizona –su nombre lo omito para ahorrarme el indecoro de nombrarla-, con semejanza a la postura adoptada por su antecesora ahora parte del gabinete del presidente Obama, se animó a proponer una nueva ley para reducir a los mexicanos, a todos y no sólo a los indocumentados, a la calidad de delincuentes en potencia para que sean tratados como tal, en ayuno de derechos elementales, a la menor sospecha... digamos simplemente por su apariencia latina. Esto además, claro, de negarles cualquier tipo de servicios, incluyendo los de salud. Una aberración que contraría, sin duda, el sentido global de la modernidad política.
Fue en tiempos de la ex gobernadora de Arizona, Janet Napolitano, cuando aparecieron los célebres “minutemen”, civiles con derecho a usar armas para “defenderse” de los indocumentados hambrientos y hasta cazarlos impunemente, como respuesta contra los supuestos abusos cometidos por quienes, en busca de oportunidades laborales, cruzaban sus ranchos y jardines, delante de sus familias según explicaban para justificarse, con las consiguientes molestias por cuanto podrían darse ilícitos, es decir el robo de alimentos específicamente. La desproporción no puede ser mayor: la osadía de quienes se internaban hacia los Estados Unidos podría costar las muertes de los mismos sin que ello diera lugar a proceso alguno contra los asesinos quienes alegaban estar en derecho de proteger lo suyo. ¿Fascismo? El calificativo se queda corto.
Con tales antecedentes, al fin, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, con fama de bravucón porque ha desafiado de palabra a los “capos” en tono exaltado, optó por subrayar, una vez más, que no hay paridad alguna entre las presiones ejercidas contra el gobierno mexicano y cuanto hace el estadounidense para combatir, en suelo propio, a los narcotraficantes que no sólo circulan sin pasar por retén alguno sino, además, distribuyen sus mercancías en las grandes ciudades al amparo, repito, de padrinazgos por ahora inexpugnables. Esto es: como si el mal sólo se concentrara en México y no con relación al mayor mercado de consumo en el globo terráqueo. El fariseísmo notable de los poderosos no se sostiene bajo argumentación alguna.
Al mismo tiempo, la Secretaría de Relaciones Exteriores, siguiendo las pautas de su par norteamericana, extendió una advertencia a los viajeros mexicanos que pretendan dirigirse hacia Arizona en donde, sin más, pueden sufrir vejaciones por el solo hecho de ser lo que son por origen, idiosincrasia y perfiles. No me queda duda de lo razonable de tal postura ante el alud de humillaciones, del mismo talante, infringidas por los vecinos del norte hacia quienes, nosotros, jamás hemos representado un problema serio contra la seguridad de la Unión Americana. ¿Cómo podríamos hacerlo si contemplamos la disparidad extrema entre el poderío anglosajón y la vulnerabilidad de nuestra precaria soberanía?
La cuestión de fondo no es esta, por tanto. Más bien tiene que ver con la oportunidad del pronunciamiento en momentos complejos, esto es cuando el narcotráfico parece haberle ganado el pulso a la estructura gubernamental mexicana, acotada por temor y por la eficaz infiltración de los mandos castrenses, judiciales y policíacos por parte de las mafias organizadas.
Debate
En 2003, la administración Fox se vio envuelta en un dilema: la delegación mexicana en la ONU fue designada para presidir el Consejo de Seguridad al tiempo que los vientos bélicos se agitaban desde la Casa Blanca, bajo el dominio de los Bush, hacia el Oriente Medio. Con apego a la impecable Doctrina Estrada, sustento de la autodeterminación de los pueblos y la consiguiente no intervención, nuestros representantes, en gesto de dignidad indiscutible, no sólo se desistieron de apoyar la invasión a Irak sino incluso negaron legitimidad a la misma en línea semejante a lo expresado por los mandatarios de otras naciones, por ejemplo Francia, consideradas aliadas de los Estados Unidos.
La reacción del bárbaro Bush junior fue altisonante. Y su pronunciamiento rayó en lo esquizofrénico al asumir, textualmente, que quienes no eran amigos de los Estados Unidos eran sus enemigos. Esto es: cuantos no avalaran las decisiones unilaterales de Washington tendrían que ser observados como elementos afines a los talibanes de Afganistán o al dictador Hussein de Irak. Una brutal desproporción que, por cierto, no fue aplicada con la misma tendencia amenazante hacia la poderosa Francia que mantiene una notoria influencia sobre la Unión Europea. Al exabrupto se sumó, de inmediato, el entonces embajador estadounidense en México, Tony Garza, quien no cesó de guerrear verbalmente sin siquiera haber sido declarado “persona non grata” como debió hacerse por su talante ofensivo y evidentemente rijozo.
Este columnista, pese a su condición crítica ante los Fox –sobre todo por cuanto significaba el ilegal matriarcado impuesto y la notoria ausencia de carácter del mandatario en funciones por esos días-, reconoció la coherencia con respecto a la política exterior de nuestro país vulnerada, sobre todo desde el malhadado sexenio de Miguel de la Madrid -1982-88-, por la creciente sumisión de los mandos mexicanos. Y, sin embargo, aquel gesto, basado en la proverbial grandeza diplomática de quienes otrora opusieron la razón a los muros de la fuerza y la xenofobia, tuvo elevados costos.
Los dirigentes empresariales arguyeron, en aquel entorno descompuesto, que nuestro gobierno había exagerado al poner en predicamento notorio la estabilidad financiera del país dependiente, en gran medida, de las “bondades” de Wall Street, el FMI y, por supuesto, la oficina aval de la avenida Pensilvania. Y aunque tal expresión sonara injustificada de cara a nuestra historia, no se equivocaron: desde ese momento, Fox y su corte fueron marginados y este presidente debió sufrir un calvario, en busca de un perdón soterrado, semblanteando al junior texano hasta niveles de impudicia inauditos.
El Reto
Por cierto, los cazadores integrados a la Border Patrol estadounidense, extendieron la idea de que, con frecuencia, efectivos castrenses mexicanos “invadían” el territorio norteamericano para “proteger” los cargamentos infectados con las drogas del sur del continente. Al respecto, como expuse en “Ciudad Juárez” –Océano, 2005-, el alto mando respondió, si bien de manera por demás discreta, que tal no podía ser más que un infundio considerando la enorme infraestructura de los vecinos para detectar, mediante radares sofisticados y toda suerte de mecanismos, a indocumentados y traficantes.
¿Quién tenía razón? Juzguen los lectores. Pero ello no es óbice para insistir, una vez más, en las desproporciones de los vecinos. Recuérdese la invasión a Veracruz en tiempos de Carranza por efecto de una borrachera de los marines y la negativa de nuestro gobierno, supuestamente para compensar a los “afrentados” hijos del tío Sam aprehendidos por breve lapso, a rendir honores a la bandera de las barras y estrellas en ofensivo planteamiento contra nuestra dignidad nacional.
No siempre quien tiene la razón, por desgracia, gana las querellas internacionales. Y es éste, en momentos coyunturales como los que estamos pasando, el principal desafío.
La Anécdota
Corría el amanecer de 2005 en plena efervescencia futurista de la que formaba parte el senador Enrique Jackson Ramírez, en condición de presidente de la mesa directiva de la Cámara Alta. El entonces legislador, en funciones oficiales, viajó hacia los Estados Unidos, concretamente a California, y fue maltratado por los aduaneros aeroportuarios. No sólo lo aislaron sino que le obligaron a desnudarse, pese haberse identificado, sin el menor decoro a su condición.
Aquel incidente, sin embargo, no tuvo eco alguno por decisión de Jackson quien, sintiéndose precandidato presidencial, estimó que un escándalo le colocaría en incómoda situación como negociador de privilegio ante los desbordados funcionarios de Washington.
México y su soberanía, al fin, podían esperar... tanto como para que las presiones crecieran de tono y forma hasta la ignominiosa e inequitativa perspectiva actual.
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Rafael Loret de Mola
Escritor
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