viernes, 25 de junio de 2010
Cuando conversé con Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México a quien muchos ya le colocan el sambenito antiguo de “futuro presidente” –“2012: La Sucesión”, Océano, 2010-, prefirió, con manifiesto rubor político, no hablar del futuro, esto es de lo que haría en materia de seguridad pública de alcanzar la Primera magistratura, sino subrayar cómo procedería, en este momento, para abatir al imperio de los cárteles y el crimen organizado:
-Lo primero –me dijo-, abrir un sendero para poder alcanzar un mayor desarrollo social, pero no lo único. Hay que inhibir el consumo de estupefacientes, no legalizándolo, sino a través de campañas efectivas... como las que hicimos durante la crisis de la “influenza porcina”. Y rehabilitar adecuadamente a los consumidores.
Pese a negar tener la menor afinidad con Andrés Manuel López Obrador, a cambio de contar con un buen puente de entendimiento con Marcelo Ebrard, en el punto anterior coincide con su mayor adversario, el mismo que no ha dejado de fustigarlo señalándolo como títere de las mafias dominantes y cuya propuesta en este sentido recala en el imperativo de atacar la pobreza extrema antes de extender la filosofía de la guerra. Por cierto, cuando tal expresó el provocativo tabasqueño algunos voceros de la derecha pretendieron descalificarlo al considerar sus palabras desdeñosas “e injustas” contra los depauperados al ser observados, dijeron los manipuladores, como fuentes de violencia y no en el papel de honestos sostenedores de la economía. Demagogia pura.
Peña y López Obrador, por tanto, concluyen que los detonantes se encienden a causa de las grandes desigualdades sociales que perviven en el país; y que la manera efectiva de apagarlos, o intentarlo cuando menos, es combatiendo la miseria extrema y las consiguientes frustraciones que obnubilan mentes y corazones para anclarlos en el rencor. Desde luego, tal visión no puede darse en el corto plazo por cuanto implica no sólo superar antiguas deformaciones socioeconómicas sino también un profundo sacudimiento del modelo de desarrollo. No es una cuestión sencilla considerando las tremendas resistencias por parte de cuantos concentran el poder financiero, entre ellas, en el plano actual, la pomposa “Iniciativa México” llamada a ser parapeto de la oligarquía mexicana consolidada, además, a través de las dos cadenas de televisión privadas.
Pregunté a Peña Nieto, entonces, cómo actuar, en el presente, respecto a la violencia que ya está aquí, esto es sin posibilidad alguna de prevenirla con la utopía de la igualdad social y la desactivación de los subversivos y desesperados que delinquen como única alternativa de supervivencia. Y me respondió sin perder el talante optimista:
-Hay que reorganizar al Estado. Primero, el ejército no puede ser policía. Tampoco creo que una policía binacional resuelva el problema en la frontera. Me inclino más a crear una organización especializada en el ramo, específicamente con las características de la DEA estadounidense. Ésa es mi propuesta.
De alguna forma, tal implicaba aterrizar en la estructuración de una policía con mando único, centralizado –esto es con un criterio divergente al del ejercicio de las soberanías de las entidades federativas-, para asegurar con ello controles y consistencias estructurales que evitaran los permanentes desencuentros entre jerarquías con duplicidad de funciones. Con ello se pretende que las infiltraciones indeseables, por parte de cárteles y otras bandas, se desactiven por la reciedumbre de una sola, firme, estructura.
El caso es que en este segundo apartado, Peña coincide con la reciente iniciativa de Felipe Calderón en el sentido de crear una policía “única” destinada a superar la emergencia nacional bajo el flagelo de los poderosos zares del vicio. Las ejecuciones recientes, las vendettas desbordadas y las matanzas de civiles, demandan, por supuesto, salidas extremas siempre y cuando éstas no pongan en riesgo, como ocurriría de eslabonarse con el aparato de seguridad estadounidense, la viabilidad de México como nación. Con ello, el andamiaje de la República se desplomaría y México no pasaría ser un país de papel, sin sustentos ni destino propio.
Dicho de otra manera, las afinidades de Peña, a la vanguardia de la carrera sucesoria, en cuanto a los proyectos sociales –no a las posturas histriónicas tan frecuentes en el palenque de la política-, son con el izquierdista López Obrador; y respecto a la estrategia policíaca el paralelismo es con el derechista Calderón en fase de seguir experimentando tras los dolorosos incidentes recientes que dispararon los crímenes cotidianos, en todo el territorio nacional, mientras el mandatario viajaba a Sudáfrica a poner en predicamento a los seleccionados tricolores. En materia de prioridades está visto que a Calderón se le van todas.
Debate
Por supuesto, el huésped perentorio de Los Pinos está en aprietos. Bien sabe que no le ha resultado la fórmula de sacar a los militares a las calles para patrullarlas. Los excesos devienen en la vieja monserga de que resultó peor el remedio que la enfermedad. Pero no sólo eso: ante las sospechas sobre presuntos vínculos de los mandos castrenses con las mafias dominantes, se instruyó a la Secretaría de Marina, mediante argumentos fatuos –supuestamente con miras a dar seguimiento a incidencias originadas en los puertos-, para que realizara operativos terrestres contra los cárteles, por ejemplo en Morelos en donde acribillaron a uno de los hermanos Beltrán Leyva, escindidos del cártel de Sinaloa tras sentirse traicionados por Joaquín Guzmán “el Chapo”, extendiendo con ello, sin avales legislativos, sus funciones.
¿Ya olvidamos que los funcionarios y servidores públicos, los marinos lo son, sólo deben cernirse a cuanto les está habilitado específicamente en las leyes? Esto es: no pueden rebasar sus propias limitantes, es decir todo aquello que no le está ordenado ejecutar por letra expresa asentada en las normatividad vigente, porque de lo contrario se vendría abajo el Estado de Derecho. Nada menos. Y tal ha ocurrido y ocurre por la cada vez más evidente presencia de la Marina en territorios muy alejados de nuestras costas y, por ende, de sus responsabilidades institucionales. Pero, por desgracia, bajo el dominio de la derecha valen más las interpretaciones que los sustentos jurídicos elementales.
No es el único pero. Intercambiando opiniones con elementos muy cercanos a los corrillos policíacos, deslicé la sentencia del gobernador mexiquense, afanoso por imitar a la estadounidense DEA, entrometida siempre con soslayo de las soberanías ajenas, y encontré en ellos la misma descalificación:
--Bueno, para formar una policía de elite se requiere, primero, dotarle elementos. ¿Y en dónde los van a encontrar si, a su vez, aseveran que son las policías, es decir las fuentes de reclutamiento, las que están seriamente infectadas y erosionadas por los capos? ¿Van a surgir por generación espontánea?
Ni modo que se pretenda, como hace algunos diseñadores de la vida pública incapaces de dejar sus escritorios para realizar tareas de campo básicas, contratar a civiles sin preparación alguna y sólo bien intencionados desde los jardines y campos en donde ejercitan, por las mañanas, quienes mantienen salud y física en buenos niveles. De pronto, según deviene de lo anterior, cada ciudadano en buena forma deberá ser visto como presunto candidato a integrar el corporativo contra la violencia urbana incontrolable. Y todo ello mientras llegan, naturalmente, las elecciones federales.
El Reto
Los teóricos del presidencialismo develan que uno de los secretos mejor guardados, a lo largo de la hegemonía priísta, el aval hacia el sucesor señalado por el dedo del mandatario, podría descubrirse al examinar los protocolos seguidos por quien estaba en funciones respecto a aquel que había ganado su confianza para el relevo inevitable. Semblanteo, le nombraban algunos; lógica, otros.
En el horizonte actual, por lo analizado líneas arriba, Calderón parece estar cuidando, más que a ningún otro... al gobernador Peña Nieto, priísta. Ello se evidencia a cada rato pero en cuanto a lo que nos ocupa en la coincidencia incontrovertible sobre el proyecto de unificar a la policía camino a generar una estructura de inteligencia semejante, como copia al carbón diríamos, a la de la DEA norteamericana cuyos efectivos se las han ingeniado para proceder sobre territorio mexicano sin registros oficiales, por ejemplo en calidad de agregados en la embajada de la poderosa nación vecina.
Con ello confirmamos nuestra hipótesis: Calderón, a semejanza del gran simulador Ernesto Zedillo, está mejor preparado para la alternancia que para garantizar la continuidad de su partido, el PAN, en el ejercicio presidencial. Como dos gotas de agua. Acaso por ello, pese a la relevante influencia del ex presidente Carlos Salinas al interior del PRI, el grupo zedillista no parece, ni lejanamente, marginado. Abundaremos.
La Anécdota
En marzo de 2002, en el cubículo cinco del penal de Alta Seguridad de La Palma, en Almoloya, Estado de México, el defenestrado general Jesús Gutiérrez Rebollo, antiguo “zar” antidrogas de México, reconocido así por el Pentágono algunos días antes de su confinamiento, me confió –“Confidencias Peligrosas”, Océano, 2002-:
-Desde 1997, México tiene sus propios “rambos”. Son treinta, para ser precisos. Treinta elementos de elite que fueron enviados, desde mediados de 1996 –esto es durante la administración de Zedillo-, y por instrucciones directas del entonces procurador Antonio Lozano Gracia (panista, recomendado por Diego Fernández de Cevallos a quien se ofreció inicialmente la titularidad de la PGR), a Estados Unidos para adiestrarse en los mejores centros de capacitación de la CIA, el FBI y la DEA.
Ningún informe oficial se ha dado al respecto. ¿Serán estos “rambos”, misteriosamente ocultos, los encargados de dar forma a los nuevos mandos de elite hacia la integración de las policías en nuestro país? Veremos.
E-Mail: rafloret@hotmail.com
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