domingo, 13 de junio de 2010

FIEBRE A CUESTAS

Veneno Puro Publicación: DONINGO 13 DE JUNIO DE 2010

*Fiebre a Cuestas

*Mafia Imparable

*Duelos Perdidos

Por Rafael Loret de Mola

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El fútbol llena hoy todos los aparadores y, por supuesto, domina el ánimo colectivo. En las semanas anteriores, por ejemplo, observé que hasta las chiquitinas se apuraban por llenar su “álbum” de estampas con las imágenes de los jugadores acreditados para el torneo mundialistas aunque no tuvieran ningún referente sobre las grandes estrellas. Algunos niños, además, amplían sus conocimientos sobre las naciones de acuerdo al trayecto de las selecciones nacionales y ya saben, por ejemplo, que Corea está dividida en dos y que la Sudáfrica de Mandela ha sido capaz de llegar a meta.

La danza de los millones apenas inicia y los grandes del negocio del balompié se frotan las manos sin cesar. El universo está atrapado con mayor eficacia, sin duda, a los vanos intentos de las Naciones Unidas por preservar la paz. Sobre las canchas, por si fuera poco, podrán guerrear Argentina e Inglaterra, dos de las favoritas, aunque no esté de por medio la soberanía de las Malvinas, las islas que marcan las líneas del viejo imperialismo colonizador sobre la lógica moderna de la independencia... a doscientos años que ésta fue proclamada en la mayor parte de las tierras latinoamericanas. Y hasta podría darse el caso de que España, cuya oncena roja es una de las más formidables, pasara sobre las canchas encima de sus antiguas colonias, desde México hasta el sur, subrayando con ello la tendencia hacia la reconquista, sobre todo financiera y empresarial, como si la historia fuera reversible.

No han faltado voces que sugieren, con ironía suponemos, convertir a la justa futbolera en escenario ideal para dirimir las afrentas internacionales. Por ejemplo, si pretendiéramos recuperar la mitad de nuestro territorio, perdido en buena medida por las ligerezas de Santa Anna, sólo tendríamos que proponernos vencer al selectivo norteamericano en otros tiempos considerado debilucho en estos menesteres y ahora ejemplo de cuanto puede hacer el dinero en muy corto lapso. Hasta Pelé, el rey, terminó pasando por las arcas del Tío Sam y luego le siguieron cuantos aspiraban a la redituable jubilación de sus piernas.

Poco a poco, el fútbol imperial se va quedando solo, mientras otras especialidades deportivas permanecen a la zaga, en colecta de las migajas publicitarias, a cambio del derroche de planas y tinta destinados a contar, cada día, hasta la menor dolencia de alguno de los “crack” multimillonarios capaces de “venderse” –el término parece antidemocrático y contrario a las libertades esenciales- por un buen puñado de euros o dólares. El portugués Cristiano Ronaldo, por ejemplo, fue cedido al Real Madrid por ciento treinta millones de euros hace apenas un año; y el equipo español, que no alcanzó un solo título en los doce meses recientes, ¡ya recuperó su inversión gracias a las ventas masivas de camisetas y otros enseres amén de localidades y derechos para observar al prodigio!¿Quién fuera como él?

Desde siempre se ha alegado que el deporte privilegia al ser humano y lo aparta de las tentaciones crueles de vicio. ¡Cuánto más en estos tiempos cuando los valores han mudado y los grandes narcos se han convertido en envidiables triunfadores! El atractivo del dinero fácil desplaza a todo lo demás. Y, de acuerdo a las mismas tablas de medición, tendríamos que detenernos ante los paralelismos indiscutibles. De muchas maneras las mafias se tocan.

Sin duda, uno de los efectos centrales de la globalización futbolera no es sólo la distracción de los colectivos, fácilmente manipulables, sino igualmente el cautiverio moral y político que encierra. Por algo, claro, los jefes de Estado se disputan las sedes y construyen estadios, como los de la nación que apenas dejó atrás la racista doctrina del “appartheid”, para extender el filosófico principio, todavía inalterable, de “pan y circo”. Pero debiéramos meditar, aunque sólo sea una vez, sobre las razones que imperan para exaltar al fútbol sobre las demás rutinas y espectáculos al grado de proyectarlo como el gran escape de una humanidad obligada a la resignación. Como si de opio se tratara.

Por eso, en estos días, los niños sólo quieren ser futbolistas o mafiosos que son a quienes la vida les sonríe sin tantos agobios como los sufridos por quienes se forjan en la disciplina del trabajo sin aspirar a las candilejas. La celebridad, tantas veces, no tiene que ver con los talentos sino son reflejos de la feroz mercadotecnia que estereotipa gustos y reduce a la sociedad, limitándola hasta en sus gustos y apetencias, al fragor de las inducciones mediáticas. Y poco importan las demás cuestiones cuando corre el balón.

¿O alguien recuerda ahora mismo el derrame de crudo en el Golfo de México por la negligencia extrema de una empresa británica protegida por las autoridades estadounidenses?¿Y la cacería de emigrantes, en la doliente frontera entre México y los Estados Unidos, que extiende el oprobio de las agudas diferencias sociales?

Tampoco se tienen en cuenta los fundamentalismos y la explosión de la xenofobia como nutrientes de odios viscerales. Pero corremos a encontrarnos con un televisor mientras las selecciones nacionales se disputan el honor de alquilar la Copa FIFA por cuatro años. La propiedad es, claro, otra cosa.

Mirador

Invierten tanto los mexicanos en las coberturas de los juegos de fútbol, que no pocos creen, cuando vence el “equipo tricolor”, en la posibilidad de un trágala monumental; esto es, que se favorezca a los nuestros por cuanto significan las derramas seguras a través de las grandes cadenas televisoras. Por principio de cuentas, desde hace muchos torneos, las empresas mexicanas invierten más que las de otros países en una justa que nunca nos ha favorecido, ni siquiera cuando nuestro país fue sede del torneo en 1970 y 1986 –en esta segunda ocasión, por declinación de la convulsa Colombia en los días de dominio de las FARC y las redes del narcotráfico, una mancuerna que plantea, por cierto, una tremenda correlación de intereses, igual en México-.

Nuestra selección es rica en inversiones pero muy pobre en resultados. Esto es, como si, detrás de bambalinas, se estableciera un inescrutable símil entre la mentalidad de los pueblos conquistados y la consiguiente propensión a la resignación. A los vencedores atávicos se les convoca, desde niños, a conquistar cuanto puedan, a mansalva incluso; a los mexicanos, en cambio, se les enseña a estar conscientes de las limitaciones históricas y de las consiguientes, inevitables dependencias. La doctrina de la Iglesia, por ejemplo, es un permanente canto a la resignación porque los ricos, al morir, tendrán más dificultades para acceder a la gloria que un camello dispuesto para pasar por “el hoyo de una aguja”.

Por eso la ilusión deviene en derrotas “honrosas” que van sumándose en el ánimo general como valladares insuperables. Como si se tratara de un sino inescrutable al que sólo puede dejarse atrás con la ramplona demagogia, recurrente, de quienes se inventan la “iniciativa México” para lanzar consignas y cánticos, en voz de prohombres tales como Javier “el vasco” Aguirre –un sujeto desnacionalizado al que se le paga un millón y medio de pesos al mes por entrenar al conjunto futbolero nacional mientras logra el aval necesario para retornar a la España de sus querencias-, en vez de proyectar la igualdad social como única vía para asegurar la estabilidad futura. Demagogia siempre en vez de justicia llana.

Pero, ¿qué puede esperarse en una comunidad en donde se alza como líder de opinión a un payaso tan imaginativo que para encumbrarse a la popularidad sólo debió agregar una letra, una sola, al posicionado nombre del histórico “Bozo”, el de la televisión? Pues lo que se observa: una penosa propensión a ser domeñado por las ondas electrónicas cibernéticas. ¿Qué dice el “twitter”?¿Que México podrá pasar... a la siguiente ronda con más o menos traspiés? Ya viene Francia, la que nos invadió en el siglo XIX y será rival futbolero, para celebrar el bicentenario?¿De qué?

Polémica

¿Sólo el fútbol debe aglutinar y nada más? Por ende, cualquier otra actividad humana debe ser vista como menor, poco menos que intrascendente. Ya hasta los anglosajones lo entendieron por más que el arraigo del foot-ball americano, el béisbol y el baloncesto, marquen escenarios que en los feudos conquistados son francamente marginales. Y no hablemos de cuanto deviene de nuestra propia cultura, por ejemplo la fiesta de los toros, tan difamada –esto es como si la expresión de barbarie fuera la amalgama generosa de la naturaleza y el carácter del hombre en un coso taurino y no la exaltación cotidiana de la guerra y la contaminación ambiental-, a la que se pretende prohibir sin más sustento que el de la ignorancia. Sólo goles y autogoles.

Para desgracia nuestra, nos dirán que debemos aceptar los hechos consumados. Esto es: el fútbol reina y se acabó. Y así, cada selección será reflejo, un poco, del ánimo que priva en su respectiva nación: España y la crisis del desempleo; Brasil, y la euforia de los espejismos; México, y el lúdico ostracismo de la continuidad; Alemania, y la nostalgia de los nacionalismos; Italia, y la cerrazón de porterías y mafias; Portugal y los individualismos que consumen los aires socializantes; Francia y la Marsellesa que no termina en los botines; y, en fin, la asfixia general por un mundo desequilibrado y en peligro constante.

Menos mal que alguna lección puede encontrarse a través de los treinta y tantos días de frenesí futbolero.

Por las Alcobas

Como si se tratara de un duelo, encontré a un sujeto en Burgos, hace unos años, asido al pendón de su equipo de balompié, gritando desaforado:

--¡Fútbol, sí!¡Toros, no!

Le seguí a través de dos esquinas hasta que, curioso, le detuve:

--¿Tiene algo que ver una cosa con la otra? -pregunté-.

--Pues, sí señor. En las plazas se asesina a los toros y en el fútbol no.

--¿Y los “hooligans” –los fanáticos ingleses convertidos en pandillas listas al pillaje-?¿Ellos no hacen daño alguno sobre otros seres humanos?

--Así es la pasión –respondió-.Y está muy bien.

Y se fue, feliz, a seguir rumiando sus consignas sin el menor apremio de conciencia. Lo correcto es, para tales personas, lo que les gusta y viene bien. Todos los que no coinciden deben ser segregados. Por eso, claro, se extiende tanto el fútbol bajo el peso de una de las mayores mafias universales, intocable por multinacional, bajo el flagelo de las inducciones mediáticas. ¿Para cuándo el grito de Independencia? Abundaremos.

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Rafael Loret de Mola
Escritor

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