viernes, 11 de junio de 2010

LOS ECLESIASTICOS

viernes, 11 de junio de 2010



Por doquier llegan noticias sobre la desacralización pagana de los símbolos religiosos. Cada vez con mayor intensidad, esto es como si se tratara de una tendencia que crece a la par con la democracia. Cualquier modelo político puede perturbar a quienes, sin información, pretenden erigirse en jueces de otros. Y no son pocos los que suelen confundir la libertad con el libertinaje y hasta con la insolencia.

Cierto es, y los hechos no admiten réplica, que en no pocas ocasiones la Iglesia católica se ha identificado con las dictaduras de derecha. También que ha tardado en adaptarse a la evolución de las sociedades dejando pasar el tiempo de los debates sobre temas que afligen a millones de seres humanos en la actualidad. Y no me refiero sólo a las perturbadoras tendencias sexuales ni al permanente debate sobre el aborto y el celibato sacerdotal sino incluso a la interrelación con las parejas que profesan esta fe pero han debido reconstruir sus vidas con un segundo matrimonio tras el divorcio civil. Para algunas de éstas permanecer al margen de los sacramentos es una carga espiritual demasiado pesada e injusta.

Explica lo anterior los porqués de las reacciones de los colectivos encendidas de blasfemias y negaciones contra la doctrina esencial. Pero, desde luego, ello no quiere decir se justifiquen ciertos excesos acaso promovidos, en los sótanos del poder por los grupos políticos que aprecian retardatorias las expresiones populares cargadas de religiosidad. Esto es, caen en el otro extremo, el de los prejuicios hacia el pronunciamiento de las libertades ajenas, negando así las fuentes de la democracia.

Históricamente, la presencia de la religión católica en las tierras de América se dio a la par con la justicia y la persecución y hasta aniquilamiento de los iconos politeístas de los pueblos prehispánicos. Sin embargo, frente a los que blandieron los aceros para someter hasta las creencias de los sometidos no puede soslayarse la espléndida labor social de los frailes que asumieron la redención de los indígenas exaltando su condición, sobre todo, de seres humanos sobre la pretensión de los fuertes de verlos sólo como animales y esclavos.

De allí que sea interesante observar el espejo español para situarnos en la polémica. Un hecho relevante deviene de la larga y estrecha complicidad de las jerarquías eclesiásticas con el franquismo históricamente condenado: no hubo deslinde alguno para explicar el papel de la Iglesia durante la dictadura al tiempo que cobijaba la expansión de dos órdenes, dirigidas por españoles, en apariencia contrapuestas, los jesuitas vanguardistas y el Opus Dei apegado a la ortodoxia.

Sin dirimirse la cuestión, las instituciones eclesiásticas han logrado poder y reacomodo a la vera de la democracia porque ejercen un liderazgo natural y no se substraen del debate político, que les es negado por ley en otros territorios –en México, por ejemplo- con la falaz argumentación de que por su influencia espiritual pueden perturbar el raciocinio de sus feligreses en asuntos partidistas y electorales.

El hecho es que los referentes al “caudillo” han cesado casi al completo en cuanto a sus proyecciones aun cuando la jefatura del Estado permanezca en manos de los reyes que fueron por él designados con miras a evitar con ello, esto es con una transición planeada para asegurar la salud de la monarquía autoritaria, la debacle de un nuevo enfrentamiento fratricida. El dolor por lo sufrido y heredado durante la Guerra Civil –todavía hoy siguen apareciendo episodios dolorosos y difíciles de asimilar-, fue un valladar en las conciencias de los españoles durante las casi cuatro décadas del franquismo.

Pese a ello, los Borbón no se equivocaron: más allá del bombo de una coronación, el rey optó por brindar, avalar e incluso estimular los objetivos democráticos en una transición que no estuvo alejada de altos riesgos contra la estabilidad general. Superados los resquemores, incluso el intento golpista de febrero de 1981, pudo surgir la monarquía parlamentaria cuya eficacia posibilitó la transformación socioeconómica de la España casi medieval y oscurantista en un escenario en el que la democracia es cada vez más sólida pese a los excesos sectarios de los bandos enfrentados, como siempre, los conservadores –algunos de ellos nostálgicos del pasado y del registro material de las bienaventuranzas del autoritarismo-, y los liberales, despectivos de cuanto remita a esos tiempos incluyendo, desde luego, a las jerarquías eclesiásticas que llegaron al extremo de inducir a su grey recientemente a sufragar por el derechista Partido Popular porque abanderó causas como las negativas al aborto y a reconocer los derechos de homosexuales y lesbianas.

En esta tesitura, poco a poco, los señalamientos han ido subiendo de tono y color en medio de una batahola de insultos y declaraciones hasta grotescas. Digamos que España vive hoy una especie de nueva cruzada... por ahora intelectual.

Debate


En 2001 se produjo un encuentro, para analizar la figura del Papa Juan Pablo II, entre diversos personajes a través de una controvertida serie de televisión, “Crónicas Marcianas”, emitida desde Barcelona y con inconfundible humor y acento catalanes. Durante el programa uno de los invitados parodió al Pontífice, sacudiéndose manos y rostros para retratar el progresivo mal de Parkinson que le atosigaba, y concluyendo que la Iglesia debía renovar a su Pastor siquiera para que no diera lástima una figura tan endeble y enfermiza. Lo sorprendente, además de la crítica, fue la pobre reacción del Episcopado por lo general siempre atento ante estos pronunciamientos. Hubo muy poco ruido acaso porque se estimó que ampliar el escándalo podría resultar contraproducente.

Las cosas, insisto, han ido subiendo de tono. En la víspera de las celebraciones del Jueves de Corpus en Toledo, hace dos semanas, decenas de manifestantes, como si se tratara de un carnaval, desarrollaron un desfile –una “cabalgata” en términos castizos-, parodiando a los iconos de la Iglesia, entre ellos al sagrado cordero pascual que es encarnación de la divinidad. Un sujeto se colocó una máscara diabólica cabiéndose los hombros con la piel de una oveja destazada y ensangrentada asumiendo así una fusión del maligno y el Creador, parodiándola. Al mismo tiempo algunos programas de televisión que presumen de liberales, bajo la protección estatal además, se dieron a la tarea de reunir testimonios sacrílegos en las voces de diversas personalidades que repudian cuanto deviene del clero y lo infaman.

Lo más pernicioso del asunto es que el gobernante PSOE debate junto con sus aliados, entre ellos Izquierda Unida y diversos partidos regionales, la necesidad de ir a más con la ley sobre el laicismo del estado español. Concretamente, algunos nuevos funcionarios, con sello izquierdista desde hace varias generaciones, se han querellado contra el protocolo que les obliga a rendir protesta de sus cargos ante un crucifijo y sobre una Biblia. Al respecto, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, cuando buscada su reelección, se pronunció aduciendo que tal era una competencia de la jefatura del Estado, desempeñada por los monarcas, que él simplemente respetaba. Esto es: abrió la polémica y escondió el puño.

Por supuesto, en un Estado que se pronuncia laico por respeto a todas las creencias, un signo indiscutible de tolerancia democrática, no es razonable mantener los referentes religiosos habida cuenta de que el propio Jesús dejó en las Sagradas Escrituras una regla de oro para zanjar esta controversia: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. El poder político, desde luego, debe situarse en un plano ajeno al de las creencias religiosas si bien éstas norman el proceder de cuantos son fieles a sus principios.

Dicho de una manera contundente, la libertad de conciencia es la mayor de todas las prerrogativas de los seres humanos. Sin ella no podrían explicarse las demás libertades. Y por este punto debieran comenzar todos los debates sobre la materia.

El Reto


Los jerarcas eclesiásticos responden. El arzobispo de Toledo y Primado de España, el cardenal Antonio Cañizares, muy respetado por la grey, expresó que no estaba dispuesto a tolerar, tampoco la Iglesia, “los muchos insultos, agravios y ofensas” que está recibiendo la fe católica. No lo dijo pero resultó bastante evidente su señalamiento hacia las inducciones desde el poder político para cobrarse, denostando a la institución religiosa, las facturas electorales generadas bajo un clima de radicalización extrema. Tal es el verdadero meollo de la espinosa cuestión.

Lo peor que podría ocurrir es el aumento de la crispación por efecto de los espíritus sometidos a debate. Ello sólo podría evitarse con una madura actitud de los obispos y cardenales, de España y el mundo entero, ante cuestionamientos que ya no pueden soslayarse, incluido claro el de los pederastas con sotanas. Porque, desde luego, la Iglesia en cuanto a que la conforman los hombres, aun cuando se suponga tocada por el dedo de Dios, también es susceptible de caer en severos errores. ¿Un ejemplo? Tardó ciento setenta y cinco años en reconocer a Hidalgo y Morelos, sacerdotes, como padres de una nueva patria y no como traidores excomulgados. El bulo contra ellos fue retirado en 1985. Y no hablemos de la condena a Galileo ni de la negativa a considerar la teoría de la evolución de las especies de Darwin.

Asumiendo sus propios actos de contrición, la Iglesia podría defenderse con el vigor de los tiempos actuales. Abundaremos.

La Anécdota


Pese al celibato sacerdotal, los religiosos no pierden sus sustentos primarios. Una noche, durante una cena de la aristocracia mexicana, la anfitriona, una dama joven de buen ver y tan devota que no dudó en colocarse un crucifijo de esmeraldas y rubíes entre el pronunciado escote de un vestido estrecho, insinuante, se acercó al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, recientemente fallecido, y le saludó efusivamente. Al retirarse la señora, uno de los invitados le preguntó al prelado:

--¿No le pareció muy hermosa esa cruz pectoral, Eminencia?

Corripio atajó la ironía y la respondió:

--La verdad es que me fijé más... en el Monte Calvario.

E-mail: rafloret@hotmail.com

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