RAFAEL LORET DE MOLA
martes, 22 de junio de 2010
*Estigmas y espejos
*Egos presidenciales
*Réquiem por el PAN
Durante mi último encuentro con José López Portillo, postrado en la residencia de su hermana Margarita en las Lomas de Chapultepec, desgastado anímica y moralmente por efecto de sus pasiones personales, el ex presidente me confió:
-Lo que más me molesta es cuando me tachan de frívolo. No lo entiendo. Jamás lo he sido.
Le observé con tanta amargura que me abstuve, contra mi costumbre, de replicar. Era la viva imagen de un hombre exitoso, tanto que pudo ejercer la Primera Magistratura cuando ésta elevaba a la deidad terrenal convertida en símbolo patrio nada menos, vencido por sus grandes contradicciones... y acaso también por la ausencia de carácter.
Quizá el aserto tenía que ver con otra conversación en la que me animé a plantearle cuanto negativo había tenido el cerco femenino tendido a su alrededor durante sus años protagónicos. Su hermana, ya mencionada, pretendió convertirse en una especie de cacique de radio, televisión y cinematografía; su esposa, Carmen Romano, incontrolable por el dolor de las infidelidades; y sus amores, algunos de ellos entrelazados con las ambiciones políticas de sus parejas, le hicieron rehén de cuanto más detestaba, precisamente la frivolidad de la que ya no pudo apartarse aun cuando intentara remontarla, tímida y extemporáneamente, en los años finales.
Luis Echeverría, por su parte, alcanzó la postulación presidencial, en 1969, apostando por su discreción y su reverencia hacia el antecesor autocrático, Gustavo Díaz Ordaz. Y, sin embargo, una vez arropado por la banda presidencial no cesó de exhibirse como un mandatario impertinentemente locuaz, ávido de candilejas y poco escrupuloso en el manejo administrativo, es decir exactamente lo contrario a las cualidades que le llevaron a recibir el aval inescrutable del “dedazo”.
Y en la misma línea hemos continuado, esto es a través de sexenios en donde los actores principales se pretenden redentores apostando por las virtudes que no tienen pero se empeñan en considerar propias. Es fama que a Miguel de la Madrid, por ejemplo, se le puede cuestionar todo, menos cuando se enfrenta a una crítica sobre su propia corrupción. Para él, según sus cercanos, la honestidad es el sello de su propio perfil... aun cuando se evidenciaran, como lo hizo el columnista estadounidense Jack Anderson, los multimillonarios depósitos a cuentas de Suiza a su nombre y a los de sus familiares. Anderson escribió:
“Otra fuente, con acceso a los datos de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional, citó un reporte despasado otoño, basado en intercepciones de los cables para transacciones bancarias internacionales, que eleva el total de su “pesca” (la del señor De la Madrid) a un mínimo de ciento sesenta dos millones de dólares en año y medio de Presidencia”.
Quizá por ello su predecesor, López Portillo, lanzó una sentencia terrible:
-Yo cometí la tontería de crecer hacia fuera –al edificar mansiones faraónicas en Cuajimalpa, a la vista de todos-, pero Miguel, más ladino, lo hizo hacia dentro: adquirió cuanto había en su manzana en Coyoacán y nadie se dio cuenta.
Para Carlos Salinas su agobio mayor, desde el inicio de su gestión presidencial en diciembre de 1988, fue la ilegitimidad de origen. Y no hizo otra cosa que luchar contra el estigma, a brazo partido, hasta que se creyó consolidado, fuerte, con arrebatos de poder centralista. No fue posible para él remontar la cuesta de la historia y su finiquito se dio bajo el peso de la barbarie política extendida al dramático año de 1994, magnicidios incluidos.
Zedillo fue un gran simulador –como le nombré en un ensayo que lleva este título-, y por ello se disfrazó de demócrata al punto de engatusar a la derecha ramplona que ahora le tiene como icono. Traicionó cuanto tuvo a mano con tal de cobijarse bajo la impunidad tras la alternancia... y el esquema se ha extendido a lo largo de una década de gobiernos panistas. Por ello, se entiende, lo que más le molesta al último de los ex mandatarios priístas es la duda sobre su “aporte” democrático, esto es la instalación del foxismo y la derecha en la Presidencia con miras a asegurar su porvenir en los grandes bulevares financieros del “primer mundo”.
Ni qué decir de Vicente Fox. Si algo le enfada, de verdad, es el señalamiento sobre su ausencia de carácter, al haber sucumbido al dominio político de la hábil señora Marta al punto de defender el esquema ilegítimo del cogobierno de facto, pese a las múltiples evidencia de esta debilidad que acaso trastocó sus valores esenciales, la reciedumbre sin duda, modificando su propio curso como titular del Ejecutivo hasta 2006. De vez en cuando, para disimular, le pega un vozarrón a su consorte para ser muy explícito al respecto... cuando las consecuencias de cuanto permitió hacerle en Los Pinos son tan evidentes como el célebre templo de exaltación personal erigido en San Cristóbal.
Debate
Sin alejarse de la añeja tradición ególatra de los huéspedes de la blanca residencia de Chapultepec, Felipe Calderón se enciende, y mucho, cuando se habla de las ya muy entrañables “tardeadas” en Los Pinos durante las cuales, cotidianamente, se reúne con el aparato de seguridad del Estado aun cuando ello no sea, obvio es decirlo, para forzar las acciones en contra de las bandas criminales, cárteles sobre todo, que mantienen en jaque a buena parte del territorio nacional.
Al respecto –“2012: La Sucesión”, Océano, 2010-, el “cuñado incómodo”, Juan Ignacio Zavala, colocado en principio como operador para habilitar la expansión en México del poderoso grupo hispano PRISA –mismo que edita el diario El País, de corte socialista convertido ahora en oficialista por cuanto aporta el gobierno español, en crisis galopante-, no pudo substraerse de una interrogante acaso políticamente incorrecta pero periodísticamente intachable. Ello ocurrió durante una comida, el jueves 14 de enero del presente año, cuando uno de los convocados, mi amigo el profesor Lorenzo Silva, recordó la fidelidad del mandatario en ejercicio y sus colaboradores a Baco. El interpelado, dubitativo, replicó:
-Lo que hace la mala fama, ¿verdad? Supongo que Felipe, desde su juventud, agarró fuelle de parrandero y no se lo pudo quitar. Él solía cantar corridos, mientras le jaleaban sus amigos, hasta la madrugada.
-¿Y ahora, señor Zavala?
-Pues... la verdad, no dudo que, de vez en cuando, se pase un poquito. Pero le aseguro que cuando se dice es exagerado...
Una pretendida, ligera precisión que no es óbice sobre el fondo de la espinosa cuestión. Y más cuando el asunto ya cobra, como dirían los abogados, jurisprudencia pública ante los numerosos testimonios, de cercanos y observadores, acerca de la adicción presidencial, no sólo por el poder. El tema es, por supuesto, controversial y debe ser motivo de análisis cuidadoso por cuanto entraña sobre la creciente descomposición política.
Desde luego, la jauría priísta, tan activa ahora cuando restan apenas doce días para la jornada electoral en casi medio país –en doce entidades se renovarán gubernaturas con creciente desconfianza hacia las encuestas que marcan en casi todas la preeminencia y recuperación del PRI, sin afanes transformadores claro-, señala la notoria ausencia de gobierno, es decir, el vacío de poder prevaleciente, como el fundamento para provocar la derrota de la derecha y la reinstalación priísta en la Presidencia. Una marcha hacia atrás porque las opciones, hacia alguno de los extremos, no han resultado eficientes.
Los espejos reflejan las huellas de las adversidades y los decaimientos en la cúpula del poder.
El Reto
Lo anterior, tras la publicación de la obra mencionada líneas arriba, ha dado lugar a un nuevo, complejo y áspero debate sobre la preservación de la vida privada de los hombres públicos. Esto es: no son pocos, sobre todo dentro del andamiaje del poder central, quienes sostienen que tratar el tema es bastante más que una impertinencia y hasta arguyen ausencia de ética en la divulgación del mismo. Falacias. Bien harían los conservadores irascibles en recapitular el pasaje bíblico sobre la expulsión de los fariseos del templo a golpes del látigo del Señor.
Este columnista, una vez más, arguye que los actos privados que tienen consecuencia en los escenarios públicos nos afectan a todos y, por tanto, deben ser esgrimidos, analizados y cuestionados como parte de un ejercicio democrático trascendente: precisamente el contrapeso a los excesos del poder. De otra manera, sustentos y proclamas no tendrían sentido porque se guarecería, bajo el agobio de la censura, a los grandes predadores que pretenden ser intocables mientras llega el eclipse de sus funciones. Luego argumentarán que no se vale hacer leña del árbol caído mientras se extiende la impunidad.
Respondo así, de una vez por todas, a los panegiristas de la Presidencia, muy apartados del ideal democrático. O de la utopía. Abundaremos, si es necesario.
La Anécdota
Fue tremenda la sentencia del Cardenal Norberto Rivera Carrera sobre la perspectiva nacional, más todavía cuando el ámbito se contagia de la hipocresía con la que suele acordarse de manera soterrada. El príncipe de la Iglesia me dijo:
-Los priístas eran perversos, sí; pero con ellos no hubiéramos llegado a los niveles de violencia que ahora nos estrujan.
La única respuesta se ha dado a través de los consabidos chantajes desde las fuentes del poder. Porque acaso es demasiado contundente y no es sencillo explorar alguna réplica. El recurso de la descalificación, sin otras lanzas que las del rencor, ya no convence, menos a cuantos empuñan las armas de la información cotejada contra los intentos de manipulación colectiva. El seguimiento periodístico es obligado.
E-Mail: rafloret@hotmail.com
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