martes, 15 de junio de 2010
No puedo creer que los errores recurrentes de quienes mantienen las líneas decisorias en el México actual sean sólo consecuencia de la torpeza. Tendríamos entonces, quienes los descubrimos y analizamos, que creernos tan listos como para poner distancias y no es el caso. Por tanto, es razonable sopesar que no se trata de traspiés recurrentes sino de una estrategia tan compleja, si bien efectiva, como la utilizada durante 2006 tras la apuesta empresarial a favor de la continuidad política y repelente de cualquier posible viraje hacia la izquierda. La remontada, favorecida igualmente por los estragos de la arrogancia sectaria, fue contundente.
A través de los sexenios y de acuerdo a las condiciones imperantes en cada uno de ellos, surgen diversos grupos provenientes de la iniciativa privada con el propósito de influir en las decisiones públicas, sobre todo en tiempos de bamboleos financieros que anuncian nuevos escenarios turbulentos. México, ya sin blindajes invulnerables –como se pretendió contar al inicio de la controvertida administración calderonista-, se ha convertido en una especie de laboratorio para medir la resistencia colectiva con el propósito de asegurar no sólo la seguridad fronteriza, muy importante para los poderosos vecinos del norte, sino igualmente la viabilidad política en una perspectiva que, por momentos, parece incontrolable.
De allí que, en cada ocasión, los corporativos con mayor influencia accedan a crear plataformas, supuestamente altruistas, destinadas a ocupar los vacíos de poder en el sector público agobiado, como sabemos, por la ingente inseguridad pública y el acoso incesante del crimen organizado que traspasa los tejidos políticos con la mayor facilidad. Suele ocurrir, además, que en ausencia de soluciones estatales la ciudadanía se arrogue el derecho de señalar su propio destino sin esperar la tutela del gobierno. Combinando los dos factores, el de los grandes consorcios en busca de garantías reales hacia los mercados a futuro y el de la población que busca liderazgos, aparecen las plataformas.
¿Recuerdan, por ejemplo, al célebre Grupo San Ángel, fundado por intelectuales destacados a los que se unieron dirigentes políticos de gran envergadura y hasta impresentables socialmente –digamos la inefable “maestra” Elba Esther-, con miras, de acuerdo a sus propias proclamas, de construir acuerdos nacionales sustantivos con los dirigentes y candidatos de todos de los partidos? Cobró fuerza a la vista de la inminente transición política en 2000 cuando era perceptible la tendencia en pro de la alternancia delineada, con habilidad, desde la Casa Blanca. Se trataba, claro, de desactivar los polvorines encendidos por la creciente irritabilidad social y la aparición de subversivos... armados desde los Estados Unidos.
El pastoreo de programas culminó con la firma de protocolos esquemáticos signados por los aspirantes presidenciales de mayor relieve... y nada más. Una vez enseñoreado el foxismo del poder, los vientos de cambio confluyeron hacia la antítesis del mismo, esto es la continuidad, en desdoro de los esfuerzos de no pocos mexicanos por construir una nueva estructura republicana sin los vicios generados por la impudicia y la corrupción. No pasó del papel.
Cuando el foxismo tocó fondo por sus incongruencias, salió al rescate Carlos Slim Helú, ahora convertido en el mayor multimillonario del universo y sexto en el orden de los personajes más poderosos en el horizonte multinacional. Fue entonces cuando surgió el “Pacto de Chapultepec” gracias a la convocatoria del influyente empresario y la respuesta de cuantos se percibieron importantes por el solo hecho de ser invitados a exaltar los ceremoniales en el baluarte histórico... como si de una nueva, acreditada aristocracia se tratara. Y todo ello con el cariz de democracia que los simuladores son expertos en proponer y desarrollar.
La intención era generosa, los resultados fueron escasos. Fue mayor el glamour, el de la etiqueta con rostros sonrientes libres del agobio de la cotidianeidad empobrecedora, que los efectos. Algunos millones de pesos volaron de aquí para allá y nada más hasta que el fragor de las campañas y la consiguiente crispación del colectivo dejó sin sustentos la llamarada del Castillo que iluminó a los prohombres nacionales por unos instantes vagos. Y Slim no fue ni más rico ni más poderoso como consecuencia de aquel evento pasajero. ¿Lo recordamos?
Cualquiera, ustedes o yo, amables lectores, podría sugerir que las intenciones de quienes animan y elevan a los grupos perentorios son políticas y nada más. Esto es, para hacerse sentir a la hora de las definiciones electorales como parte de un poder fáctico superior e inalcanzable para los simples mortales abigarrados en los partidos. Desde el Olimpo de la suficiencia económica no se avizoran jamás tormentas porque se cree tener la facultad de disiparlas.
Lo interesante del asunto es que, hasta hoy, cuantos han asumido la “vanguardia” entre los influyentes siempre han podido reacomodarse en los escenarios, incluso los convulsos, con vistas al futuro inmediato.
Debate
Si el PAN se alía con el PRD para disputarle al PRI cinco de las doce gubernaturas en disputa en julio próximo, en una incompresible fusión de la izquierda y la derecha contra los cacicazgos estatales sostenidos por el otrora partido invencible –y sin detenerse en aquellos fraguados desde sus propias posiciones, como Aguascalientes o Zacatecas-, nada de extraño puede parecernos la unión de Emilio Azcárraga Jean, el joven maravilla de Televisa –tras la muerte de su padre, “el Tigre”, pocos creían en su capacidad para dirigir el emporio-, y Ricardo Salinas Pliego, de Televisión Azteca y el mayor beneficiario de las remesas que los mexicanos envían desde el exterior a sus depauperados familiares, en una fase determinante en la que, en ausencia de gobierno, es menester trazar los proyectos del porvenir.
En estos tiempos de fusiones extrañas, sin duda ésta es la más sintomática del presente. La reiterada apuesta en pro de la confusión alcanza cotos muy altos en detrimento de la coherencia elemental. Por ello, quizá, la credibilidad de los actores políticos va en línea descuente y paralela a la del explicable escepticismo. Y no nos referimos tan solo a los postulantes presidenciales sino a cuantos, ya desde ahorra, meten aguja para sacar barreta, las televisoras en primer plano listas a “gobernar”, a su manera y entender, los procesos próximos a partir de este 2010 en el que la complejidad tiene cara de alianza turbia.
Alegan los promotores de “Iniciativa México” –que usan al técnico del seleccionado de futbol como icono del nuevo nacionalismo, del país que debe cantar “ya se pudo”, aun cuando se ha exhibido como crítico punzante de los mexicanos en su desbocada propensión a encontrar chamba en España donde viven mejor los suyos según dice-, que no conllevan fines políticos y lo remarcan exhibiendo la ausencia inicial de funcionarios de alto nivel aun cuando por allí se les “coló”, digámoslo de alguna manera, uno de los “caballos negros” encaminado a la sucesión en 2012: el ex rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, anfibio entre la ciencia psicológica, las representaciones académicas de alto nivel y el discreto proselitismo que le acerca a un ideal:
-No sólo de ideologías –suscribió- vive la izquierda.
Y para ser fiel al concepto, De la Fuente, observado como la figura que mayor sombra podría hacerle al mexiquense Enrique Peña Nieto, lo mismo mantiene un pie cerca de la dirigencia perredista y las manos paralelas a los grandes consorcios televisivos expertos en el arte de la simulación como elemento insondable de la rendidora demagogia que arribó con el clamor por el cambio.
El Reto
¿Qué hay detrás de tan luminosa “iniciativa” en pro de la grandeza mexicana... bajo los reflectores de la nueva y flamante aristocracia televisiva? Me explican que Azcárraga y Salinas Pliego, ahora tan unidos –un error estratégico de la cadena que antes lo ignoraba porque lo equipara, dándole presencia igualitaria-, tuvieron la idea de proponer a la Presidencia de la República la “desinteresada” organización de los fastos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, siempre y cuando obtuvieran la consiguiente exención tributaria. Y los inquisidores de Hacienda elevaron los gritos al cielo.
A partir de ese momento y hora, comenzaron a idear la manera de contrarrestar la influencia y presencia de la casa presidencial en una hora en la que lo significativo es la ausencia de gobierno en los puntos clave. Tal podría ser el meollo de una “iniciativa” que no representa nada nuevo sino explota, claro, la fortaleza real del sector privado ante un debilitado sector público, acotado además por las presiones de toda índole proveniente de los grupos de presión, tales como el ejército, dispuestas a pasar facturas a la brevedad.
Felipe Calderón ha sido, sin duda, el mayor pagador de la historia. Lástima que los beneficiarios sólo hayan sido los cómplices.
La Anécdota
-La fuerza de Televisa –me confió Leopoldo Gómez González-Blanco, vicepresidente de Noticieros de esta empresa-, es relativa.
El aserto –“2012: La Sucesión”, Océano, 2010-, me sorprendió hasta que el propio Gómez amplió el concepto:
-Es decir, si la comparamos con las de otros medios que antes no existían. Por ejemplo Internet y los demás instrumentos cibernéticos.
Desde luego debe considerarse que los “nuevos recursos son tan amplios como la imaginación. Hasta hace un año, por ejemplo, no existía el seguimiento personal a través del “twitter”; ahora, los jóvenes no dejan un segundo de estar involucrados en los mensajes electrónicos, desprendidos de su propio entorno y ajenos a éste, enajenados en muchos casos, como fuentes receptivas automáticas de las inducciones desde el poder.
¡Y todavía faltan dos años para conocer cuáles serán los escenarios por los que apuestan los grandes operadores del proselitismo cibernético! Abundaremos.
E-Mail: rafloret@hotmail.com
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